El desarrollo del Congreso del Partido suscita recuerdos, reflexiones y expectativas. Ahora mismo, mientras transcurren las jornadas de análisis y debate, me asalta la evocación de los años fundacionales, allá por los 60 del pasado siglo.
En el cine Chaplin, en acto presidido por Armando Hart, con la entrega de carnés a los militantes de la Facultad de Humanidades, concluía el proceso de creación de la organización política en la Universidad de La Habana. Superadas las desviaciones sectarias, el método concebido por Fidel para llevar adelante la construcción del Partido ratificaba la singularidad de la Revolución, que se liberaba de ataduras dogmáticas y se asentaba en el conocimiento de las especificidades de una sociedad crecida en un devenir histórico de incesante lucha por la emancipación con reclamos de justicia siempre insatisfechos.
Partiendo de la elección de trabajadores ejemplares y de un riguroso examen crítico y autocrítico, el proceso se convertía en fragua de unidad. En efecto, entre los allí congregados esa noche se encontraban quienes habían combatido la dictadura de Batista desde distintos frentes junto a los que se entregaron sin reservas a la edificación del socialismo después de la victoria de enero.
Rescatar la memoria colectiva del ayer a través de la prístina transparencia de las vivencias personales es tarea necesaria. Afianza el reconocimiento de lo que somos y contrarresta los efectos corrosivos de tergiversaciones manipuladoras. Sin menoscabo de la importancia de asumir el pasado con perspectiva crítica, la hora actual, en extremo compleja, tiene otras demandas inminentes. Hay que entender, asimismo, dónde estamos. El imperio sigue ahí. Su fase neoliberal acrecienta el abismo que separa a los poderosos de los desamparados. Al tradicional ejercicio del poder económico se añade el monopolio de los medios de comunicación a escala internacional y el uso de sofisticadas técnicas publicitarias con el propósito de adueñarse de las conciencias en el plano individual con total desapego a la verdad y al respeto de las normas éticas elementales.
En el ámbito de la cultura, los fuegos artificiales y los efímeros íconos del entretenimiento sustituyen, con su tentador facilismo, la práctica sistemática del pensamiento creador.
En ese contexto, los cubanos afrontamos el acrecentamiento simultáneo del bloqueo estrangulador, de la pandemia globalizada y de la subversión ideológica. No podemos subestimar tampoco la necesidad de superar errores y manquedades. El desafío es inmenso. La implementación de una respuesta eficaz no concierne tan solo a la más alta dirección del país. Requiere el empeño mancomunado de todos y cada uno desde el pequeño espacio que cada cual ocupa en la multifacética urdimbre social en la comunidad y en el centro de trabajo, en las esferas de la alta tecnología, la industria, la agricultura, los servicios, la enseñanza, la administración pública y del empresariado emergente. Por ese motivo, el Congreso convoca a todos a una reflexión responsable y a encaminar acciones consecuentes.
La solución de nuestros más acuciantes problemas no es obra de milagros, sino de la conjunción consciente de las manos y las mentes de un pueblo, de los militantes, de los revolucionarios, de los hombres y mujeres de buena voluntad en defensa de nuestras indiscutibles conquistas, de la independencia de la nación y del porvenir de nuestros hijos.
Es hora de mirarnos hacia adentro sin contemplaciones y con espíritu crítico.
La ineludible batalla económica se apuntala en el día a día del escurridizo terreno de las subjetividades, en el cambio de las mentalidades aferradas a rutinas del pensar, a la acomodaticia espera burocrática de orientaciones, sustitutiva de las que emanan de la capacidad de gestión. Exige el combate contra las manifestaciones de corrupción y la disposición al permanente aprendizaje, en contacto directo con la realidad cambiante y el descarte de todas las formas de enmascaramiento de la verdad.
En un mundo presidido por la sistemática y globalizada fractura de los principios éticos, tomamos partido en favor del mantenimiento de normas de conducta atenidas al mejoramiento humano en todos los planos en lo concerniente a la obtención de un deseable grado de bienestar inseparable de una convivencia basada en la moral y el respeto mutuo. De José Martí aprendimos, entre otras muchas cosas, a reconocer «la utilidad de la virtud».
En días de Congreso, nos proyectamos hacia el futuro ratificando la necesidad de defender y perfeccionar las conquistas de la Revolución sin olvidar la más preciada: la que nos ha conducido a vivir con la cabeza en alto, nunca genuflexos, dueños de nuestro destino y nuestra plena dignidad.
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