La diana
final se acerca para el espacio televisivo Bailando
en Cuba. Han sido semanas donde hemos visto y oído de todo; desde actitudes
de respeto hasta historias personales contadas tal y como las narran las
telenovelas de Televisa u otra cadena
de TV (tal vez de las que se han tomado los patrones estructurales para conformar
nuestra propuesta). Cierto es que un poco de lágrimas cala en la simpatía
popular.
Durante
nueve domingos, de los once que nos han ocupado, hemos vivido las solicitudes
de votos, los nacientes motes para identificar a las parejas y lo que considero
más importante: el inagotable magisterio de Santiago Alfonso apostillando –no
quisiera decir corrigiendo o enmendando– las lagunas culturales e históricas
que caracterizan al guión del espacio.
Se tomó el
riesgo de combinar a bailarines profesionales con bailadores, categorías no
excluyentes pues se infiere que un buen bailarín debe ser de alguna manera un
bailador en potencia; y para ello se abrieron las puertas a diversos
coreógrafos que con mayor o menor fortuna han imbricado en sus propuestas
escénicas sus inquietudes y hasta sus influencias; y aunque han derrochado alto
vuelo profesional, aún queda pendiente el ver uno de sus pupilos que sobresalga
como bailarín y bailador de los ritmos populares cubanos. No se debe olvidar el
fiasco del changüí y del mozambique confundido con el pacá.
El sentido
temático dada a cada emisión, en función de un ritmo popular bailable cubano y
su coreografía e historia, ha tenido sus altas y bajas (el equilibrio de
contrarios del que habló cierta vez Umberto Eco en la cultura de masas parece
no llegar nunca); reforzadas por desaciertos en algunas ilustraciones o
graficados que para nada muestran la realidad del bailador cubano.
Bailando en Cuba por momentos me
recuerda los programas donde importan más la sonrisa, las lentejuelas, que la
esencia cultural que nos define como bailadores; y es que en tiempos de
globalización y las TICs la singularidad puede ser un arma de doble filo. Es
válido acercarse a lo que ocurre en diversas partes del mundo; pero negar la
memoria histórica puede llevar a que el espacio se convierta en uno más en el
torrente de programas afines que inundan nuestro consumo.
Sin ánimos
de alzarme como agorero, me permito hacer un vaticinio loable sobre el
resultado final del programa. Ganará esta primera emisión la pareja número 8.
Me explico. A lo largo de las emisiones televisivas no han tenido un señalamiento
crítico de jurado; han transitado con mayor apego a lo que académicamente les
han trazado los coreógrafos; su constante sonrisa y la probada humildad que
manifiestan les ha ganado las simpatías del jurado; lo cual no define pero pesa
tanto como la sangre.
Si tuviera
que hacer un paralelo histórico diría que son una suerte de Gladys y Antonio de
estos tiempos; glamorosos, de buena familia y dignos de generarles una leyenda
al más puro estilo de la novela romántica; lo que los acerca a otra pareja de
bailadores aún presentes en la memoria colectiva: Rebeca y Miguel Ángel.
En fin,
apegados a los patrones históricos de este tipo de espacio, diría que son la
guinda del pastel en esta primera emisión.
Mas en mi
posición de televidente activo me gustaría que ganara una pareja que combinara
el arrabal y la sandunga con la gracia de la academia, que se preocupara más
por inspirarme que por arrancarme simpatías. Pero eso puede no ocurrir.
El próximo
domingo tendremos ganadores de un programa que nos dicen es para rescatar el
baile y para dar espacio a los coreógrafos. Lo segundo lo ha logrado –sobre
todo con los que provienen de la escuela de Santiago Alfonso, es decir Carburo
y Espinala; es decir Tropicana y el antecedente de la escuela de Ramiro Guerra–
con creces y merece todo el respeto y aplausos.
Lo primero
está por ver; y si como se rumora el premio es una pasantía en una academia de
bailes en el extranjero, las lagunas en cuanto al dominio y ejecución de
nuestros bailes populares observadas pueden sentar un mal precedente, máxime cuando
nuestra tradición danzaria se alimentó de figuras como Lorna Burdsall y otros
nombres recurrentes en las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX.
Aun así,
todavía no he visto bailar a María Caracoles, y parece que eso no habrá de
ocurrir en esta primera edición.
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