Voces de 1912: apropiaciones de un unipersonal


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Voces de 1912: apropiaciones de un unipersonal

El arte se forja por esa legítima suma de apropiaciones imbricadas con la necesidad de conocer lo pretérito. Son los legados que la historia “deposita” en el tiempo dispuesto como huellas, signos, palabras. Se avistan como núcleos significantes y estelas de trazos que se agolpan en las rutas de nuestras vidas. Emergen provocadoras, para ser descubiertas, también reveladas, pues la historia siempre nos interpela.

Nos asiste el ejercicio de pensar sobre esos signos dejados y el replantearnos la escritura de la humanidad, unas veces dispuesta como narraciones resueltas; otras, como sustantivos y verbos inconclusos. Ante este velado cromatismo, es preciso fortalecer lo que nos distingue como nación, y encumbrar los mejores acentos de nuestras prácticas creativas.

Son las respuestas esenciales que debemos materializar, para llegar a un público-lector diverso, cada vez más seducido por las “nuevas tecnologías”. Se trata de impactar en los espacios de silencio, en una puerta cerrada a los esenciales poderes del arte y el pensamiento, donde lo cotidiano anula el verso vivo de vestiduras escénicas y palabras sublimes.

 

Con estas esenciales premisas, el actor Jorge Enrique Caballero, desdobló, para un “acabado” empaque el unipersonal Voces de 1912. Tomó de una plural fuente literaria, gráfica y audiovisual que habita en los elementos corpóreos de su puesta, en el espíritu de sus bocadillos, en la proyección escénica que materializa.

Los ensayos: La Masacre de los Independientes de Color en 1912, de Silvio Castro Fernández; La Conspiración de los Iguales. La Protesta Armada de los Independientes de Color en 1912, de Rolando Rodríguez; Juan Gualberto Gómez. Un gran Inconforme, de Leopoldo Horrego Stuch; San Isidro, 1910. Alberto Yarini y su época, de Dulcila Cañizares; Personajes y Paisajes en Santiago de Cuba. (Siglo XIX) Selección y Prólogo: Olga Portuondo Zúñiga, son parte de ese cúmulo de letras cromáticas “arrebatadas” por el actor, para resolver una puesta erguida, in crescendo, de escalonadas yuxtaposiciones.

La fuerza de Lágrimas negras, una novela de Eliseo Altunaga de la que Zuleica Romay subraya: “… las tácticas empleadas por los dominadores para reprimir en lo sujetos subalternos cualquier manifestación de dignidad y orgullo que se sabe, armas defensivas contra todo tipo de opresión”(1), es también, parte de las fuentes que habitan en Voces de 1912 y que Jorge Enrique Caballero distingue, celebra, como un texto esencial de sus palabras teatrales, de sus cometidos corales dispuestos en un proscenio.

Lo audiovisual circunda en las respuestas de este soliloquio de mutaciones. Los filmes documentales 1912. Voces para un Silencio, de Gloria Rolando, y I am not your negro (No soy tu negro), de Raoul Peck, tributan además, respuestas, meditaciones, energías en un unipersonal performativo poblado de significados e intencionalidades, todas desatadas para ser leídas en la contemporaneidad

 

El ensayo

Se produce el acto de compartir el ensayo, de revelar dos pasajes de Voces de 1912, tercer espectáculo que cierra la Trilogía Teatral  Ritual Cubano. Avanzadas las 4:30 de la tarde el calor acecha con sus mejores brazas, y lo hace protagónico, en un espacio desprovisto de una erguida climatización.

Todo sucede en el proscenio que acoge el grupo de Teatro de la Luna (por años fue el cine Pionero), que dirige Raúl Martín. Es el signo de la hermandad que distingue a los que hacen teatro en esta isla irreverente donde la cultura importa. El tablao exhibe un color negro mate apabullante, como los fondos que emergen por más de tres pisos, en un espacio restaurado donde aún se perciben las huellas de lo inconcluso.

Al fondo del todo unas sillas. En un lateral una guitarra y un violín mirándose a los ojos. En el otro,  todo un arsenal de instrumentos de percusión dispuestos a dar luz, fuerza y color a la escena. En el centro, subrayando la ritualidad, la Virgen de la Caridad del Cobre. En el borde de proscenio, acogiéndonos sin distancias e innecesarios protocolos, el actor Jorge Enrique Caballero y el equipo de Ritual Cubano. Todos dispuestos a someterse al escrutinio y a la suma de palabras, ante un público venido de los más insospechados lugares de La Habana. Cada uno de ellos toma su espacio vital para entablar un discurso de retóricas y gestualidad, donde todo está interconectado para encumbrar la palabra.

Jorge Enrique Caballero despliega en el escenario un cúmulo de significaciones filosóficas, de legítimas interrogaciones sembradas en las curvas del tiempo. La oralidad emerge nítida por la complicidad de sus sobrias respuestas escénicas. A veces contenida, en otras desplegadas con los ardores de su cuerpo. Cada movimiento responde a un sentido dramatúrgico, a los resortes de metáforas advertidas como encendidas respuestas de probadas dimensiones teatrales.

El monólogo se afina por las curvas de la significación, por el poderío de los gestos, fortalecidas por las expresiones corporales y los significantes movimientos que denotan a un actor volátil, también moldeable, dispuesto a transformarse en el escenario, coherente con lo sustantivo del texto, con el poder que exige el discurso teatral, acompañado por una línea de instrumentos musicales que sus ejecutantes resuelven empastados en un todo, dispuestos a materializar un ejercicio de ruptura de la soledad escénica.

Por momentos, emerge el coro de voces y la intertextualidad tímbrica de los instrumentos que dialogan y ponderan los ritmos del actor. Es una puesta litúrgica, empastada por una dramaturgia donde se habla y se reflexiona sobre racialidad, cultura, cubanía, patria.

Palabras grandes, urgentes, necesarias, resueltas en un espacio que acoge las provocaciones y preguntas que habitan en un texto mayor, ensamblado por esa toma de los otros, por la exigida apropiación que nos impone la historia. Son textos y descartes que emergen en ese espacio temporal reescritos por la sabia de la luz y el sentido de sabernos Cuba.

No es una pieza lineal, los tiempos son subvertidos desafiando la lógica de narraciones en curtido soliloquio. Lo esencial es, tal vez, lo significante de cada apremio, las urgencias que allí se narran. El tiempo se nos revela como una convención, un “sin sentido” impuesto por los moldes que heredamos de los otros, de lo que resulta pretérito y al final no podemos o no sabemos desprendernos de sus límites y de las fuerzas que impone.

Jorge Enrique Caballero encumbra la ritualidad, no solo como parte de las respuestas escénicas de la pieza; lo asume como expresión concreta de la empatía con los diablos que acechan a la obra, entendidos también como recursos ante las preguntas que habitan sin respuestas.

Entonces emerge la emotividad en sus movimientos escénicos, la fuerza de la mirada inquisidora, el poder del discurso actuado más allá de los bordes. Al saberse “solo” —por esa tesis del espacio interior—dialoga con el otro, que no es advertido en el escenario, con los que estamos en el lunetario o en otro espacio, bien distante de las penumbras que distinguen a un teatro.

El actor trasmite lo sensorial del discurso, que sus palabras materializan con llano empaque de acentos cubanos. Hasta el silencio se apropia de los fragmentos de sus bocadillos, que son también, parte de las urgencias de una puesta que ha querido ser Ritual Cubano.

El diálogo

Entonces se produce el dialogo, el privilegio de estar entre unos pocos para indagar, sugerir o llamar la atención sobre lo visto y lo que nos llega. Es un acto de riesgo, de socialización de intimidades y secreto profesional, pensado para lograr la “perfección” de la puesta, la búsqueda del mejor acabado.

Ninguno de los que estuvimos la tarde del 28 de julio abandonó la sala, a pesar del incisivo calor, del reto que significa estar en un espacio donde la luz interior subraya y eleva los termómetros a niveles surrealistas.

Tras terminar el ensayo de fragmentos de una obra mayor, Vivian Martínez Tabares, crítica e investigadora teatral, quién está a cargo de la revista Conjunto y de la dirección de Teatro de Casa de las Américas,  apuntó sobre la ritualidad y su relación con el espacio escénico.

Marilyn Garbey, teatróloga y  la directora del Centro de Documentación de las Artes Escénicas María Lastayo, subrayó sobre los “demonios que acechan” a la obra.

Un espectador anónimo habló sobre las emociones que tuvo con Voces de 1912; otra espectadora del ensayo abierto narró pasajes de su vida personal que entroncan en los pilares de esta tercera entrega. Eduardo Eimil, que comparte con Jorge Enrique Caballero el trabajo de la puesta en escena, reveló la versatilidad del protagonista de esta tercera entrega y significó sus potencialidades como actor de reparto.

Palabras hermosas, de gratitud y complicidad, pintadas de anécdotas, emergieron esta tarde para Flora Lauten, directora de Teatro Buendía. Sus empeños están en las corporeidades de Jorge Enrique Caballero, en los aciertos de sus aportaciones escénicas, en su apuesta por tomar el teatro como un ejemplar recurso que nos limpie, nos engrandezca como cubanos de una isla erguida, de historias fecundas.

 

Fotos cortesía de Annabel Novo y Alez Ordaz.

 

(1)  Romay, Zuleica. En FIL la novela Lágrimas negras y la necesidad de no olvidar. Cubarte. Portal de la Cultura Cubana. https://cubarte.cult.cu/periodico-cubarte/en-fil-la-novela-lagrimas-negras-y-la-necesidad-de-no-olvidar/

Voces de 1912, obra inspirada en los sucesos de la matanza de los miembros del Partido Independiente de Color, a inicios del siglo XX en Cuba, es de la autoría del actor Jorge Enrique Caballero Elizalde, quien también asume el rol protagónico. Su gran estreno será el 4 de agosto a las 7:00 pm, en la sala teatro El Sótano, ubicada en calle K e/ 25 y 27 en el Vedado, La Habana, Cuba, y continuará los días 5 a las 7:00 pm y el 6 a las 5:00 pm.


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