Virgilio López Lemus: “La fe en la poesía no es una devoción individual sino una mirada de futuro” / Por: Astrid Barnet


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A mi entrevistado no solo le enriquece el ser un hombre de saberes, de buen decir y de proverbial comunicación ante cualquier auditorio, sino el de ser también un hombre de exquisita sensibilidad humana y de profundo poder de análisis en relación con cualquier momento histórico, literario o cultural que acontezca dentro y fuera de nuestras fronteras. Su labor escritural, tanto en prosa como muy especialmente en verso, al igual que la docente, lo ameritan como uno de los más connotados intelectuales cubanos de las últimas décadas.

Es Virgilio López Lemus poeta, ensayista, traductor, investigador y crítico literario. ¿Qué actividad le causa mayor agrado? ¿Por qué?

Cuando trabajo (lo cual incluye la lectura activa) desaparecen las sensaciones desagradables del entorno y de la salud. Por lo que cualquiera de los vórtices a los que me dedico mezcla el placer de la existencia útil. También soy profesor, y cuando se ofrece clases o conferencias es una labor de resumen, casi todas las funciones creativas concurren con agrado. Me gusta trabajar en lo que me gusta, y ese placer es el premio más noble que me ha dado la vida.

Durante un diálogo que sostuvimos hace algún tiempo, usted me afirmó que:
"El amor hacia la poesía se convierte en la vida en algo que llamo sacerdocio". ¿Cómo hacerlo trascender?

Sí, la labor poética asumida con entrega total es una suerte de sacerdocio por varias razones: ella implica fe y esperanza, precisa de labor constante, dedicación profunda y de una mirada abierta hacia la variable realidad. La aplicación profesional en exclusiva no objeta, sin embargo, que el poeta se conecte con el mundo y su circunstancia, porque él es una suerte de puente, de enlace entre el arte de la poesía y las personas receptoras, incluyendo otros poetas. El poeta debe creer y tener fe en el arte que le es dado como un don natural, y su voluntad casi siempre es la de servirle, que es su modo principal de ser útil en la comunidad, en la sociedad. La poesía no es una religión, pero sí precisa fe. Esa fe no ordena salirse del mundo ni vivir en torres de marfil, sino otorga la plenitud gozosa o sacrificial ante la realidad, para expresarla, comunicarla, ofrecerla como síntesis de la apropiación estética del mundo. La poesía no trae un culto del ego, sino voluntad de ayudar en el cambio positivo de la vida, “cambiar la vida” es la frase acuñada por Arthur Rimbaud, un gran revolucionario de la poesía.

Cuando la poesía logra ofrecer ayuda para el “mejoramiento humano” (que decía José Martí), entonces escala su mejor trascendencia. Como ella es múltiple, hay multitud de diferentes modos de ser poeta. Para los aficionados es ocasión; para los que llevan dentro la fe y el sacerdocio, es consagración. Pero en ambos casos es preciso tomar constantemente, desde la praxis vital, el pulso a la vida. Todos captamos poesía del entorno y dentro de nosotros mismos, muchos pueden expresarla, pero es el poeta quien logra que esa expresión se convierta en arte de la palabra y para ello requiere talento y oficio, tesón y paciencia, fervor y certidumbre, duda y trabajo.

"Los libros que tengo por salir publicados, que no son pocos, solo aspiran a eso, a nacer y a ser útiles", me comentó también hace un tiempo. ¿En qué situación se hallan y, en específico, su Antología-estudio de la poesía neorromántica cubana? ¿Algún título para inmediata publicación?

Mi Antología-estudio sobre la poesía neorromántica cubana fue rechazada y cancelada por la dirección de la Editorial Letras Cubanas por razones de derechos de autor de los poetas seleccionados, unos setenta, la mayoría fallecidos con más de cincuenta años, unos pocos, muy pocos, vivos y algunos con menos de cincuenta años de fallecimiento, pero algunos casos sin que pueda demostrarse que existan herederos directos, legítimos y acreditados.

Es una lástima que esa visión económica sobre los derechos autorales y de temor ante protestas no verificables de herederos indeterminados por uno, dos y hasta tres poemas incluidos, haya paralizado un conjunto que pondría en su lugar para los estudios de la poesía cubana e hispanoamericana, a la corriente lírica de mayor duración en el siglo XX, y que involucró a poetas y compositores musicales de gran fama o humildes en el reconocimiento público. No hay ningún estudio serio sobre esa corriente poética, no existe una compilación que ofrezca una suerte de “ajuste de cuentas” de sus aportes al tractus de la poesía. Está concluida desde 2014 y algún día lograré que se edite.

Siempre he tenido, desde 1991, títulos prestos a publicación. Ha habido años de publicar varios libros porque se agolparon en diversas editoriales por diferentes causas. Ahora mismo, casi al final de 2017, tengo cinco libros entregados a casas editoras: sobre Rilke, en Matanzas; sobre la décima (desde hace dos y medio años, en Editorial Oriente); ensayos variados, en editorial de Holguín; la tercera edición de mi libro sobre métrica, en editora universitaria, y acabo de entregar un volumen de crítica sobre poemas cubanos a la editora de la ciudad de Manzanillo

Como se advierte, he optado por publicar en editoras provinciales, aunque sus ámbitos de difusión sean más limitados y el número de ejemplares menor. No estoy en edad de seguir guardando lo que voy terminando. Tengo otros cinco libros concluidos, tres de poemas, un volumen sobre poetas españoles, y un Diccionario de versología hispánica que pertenece, junto a mi autoría, al Instituto de Literatura y Lingüística, por ser fruto de mi trabajo asalariado allí hasta 2012. Ojalá no demoren más en hallarle editor en libro impreso. Creo que produzco más de lo que pueda editar de inmediato. He tenido una salida efectiva en la Editorial Cubaliteraria para Internet, que me ha permitido catalizar parte de mi creación por esa vía. Como no soy un autor para concursos literarios —ese no es mi derrotero—, por lo que se me hace más difícil “colocar” mis libros.

Al final he vencido, los he podido publicar, y en esta fecha (2017) me acerco a cuarenta ediciones (doce poemarios, veinticinco volúmenes de ensayo y crítica), y más si considero los folletos. Y mucho más si cuento los libros que he traducido del portugués (diez), las no pocas antologías (catorce) y las compilaciones de obras de otros autores (más de treinta) con mi selección y prólogo. Advierto que cuantitativamente no voy mal, pero no sé si bien, de acuerdo con la recepción crítica escrita, pues algunos de mis libros (y a muchos autores les sucede) pasan sin comentarios, sin premios no regateados, lo que implica que escriba no para ser reconocido, sino para ser útil. Ojalá lo sea.

Algunos afirman que existe un nuevo movimiento de poetas autores contemporáneos en América Latina y en Cuba, cuyas temáticas por lo general abordan aspectos sobre la individualidad, la violencia desde todo punto de vista y en todo contexto, incluidos los de sexo y género, además de la utilización de un vocabulario en ocasiones agresivo contra el buen decir de nuestra lengua y que, quizás, llega a promover —y hasta provocar—, la pérdida de la belleza escritural poética. Su opinión al respecto.

Casi todas las promociones de poetas, cuando comienzan a editar, se apuran mucho por dar a conocer lo que escriben; y algunos, entre los poetas, necesitan incluso sorprender, desconcertar, y hasta alarmar con el fin de llamar la atención. Es un asunto humano y el tiempo va dando la sabiduría de la calma.

Como he sido miembro de jurados de diversos concursos, he advertido que una nueva hornada de creadores acude a ellos para hallar modo rápido de publicación de cuadernos casi siempre alrededor de las cincuenta páginas. Entre ellos, hay algunos que expresan la violencia de la circunstancia, casi todos rehúyen la poesía barroca, algunos usan vocabularios violentos, y solo un grupo muy reducido hace uso de imágenes y léxico de mal gusto o, mejor dicho, escatológico, sin darse cuenta de que para epatar no hace falta bajar a la grosería, lo grosero no es poético, es eso: intemperancia.

Me refiero a poetas nacidos tras 1980 y hasta alrededor del año 1999. Ellos pasarán el sarampión del apuro, del exceso de libros para concursos, y los que son poetas de honda vocación, hallarán, si no han hallado ya, sus caminos decisivos.

Como tengo fe en la poesía, sé que cada época histórica trae consigo nuevos creadores de diversos talentos. Las promociones a que me refiero vivieron en la infancia o nacieron durante la peor etapa del llamado «período especial» de la década de 1990, que desorganizó tanto la vida cubana, incluso los valores. Hay razones para que algunos, muy pocos, acudan a expresiones dramáticas que incluyan vocablos fuertes y situaciones escatológicas. Ojalá que tal “moda” pase rápido y no constituya “modo” permanente de expresión bajo la exótica influencia del estadounidense Bukovski. La fe en la poesía no es una devoción individual sino una mirada de futuro sobre lo que este género literario puede ofrecer en la aprehensión poética del mundo. Mucho talento ha llegado a la poesía de Cuba con esa nueva hornada.

Confiesa ser un hombre de paz. En este mundo controvertido, donde la violencia resulta caldo de cultivo para tantos actos y actitudes inhumanas, ¿cómo podría enfrentarlo la literatura y un escritor de y con principios similares a los suyos?

Es una pregunta que apela a respuestas relativas. Yo creo que a largo plazo la especie humana hallará modos esenciales pacíficos, armónicos y creativos de unidad, pero por ahora y hasta donde se ve en el horizonte temporal, no es así. La poesía no puede negarse a mirar esa circunstancia dramática y de epicidades negativas. La poesía no es una “entidad” separada de la Historia. Forma parte de los procesos sociales, casi siempre de los más nobles, sea ella participativa o muy dada a las más hondas tribulaciones o goces físicos o metafísicos del ser individual. Nadie puede negarle función en la existencia humana, ella es una de las maneras mejores de mostrar identidades personales, grupales, sociales, regionales y de la especie misma. La poesía
es también identidad. Pero hay esferas de participación en la vida y la circunstancia a partir de las diferencias cardinales entre los seres humanos. Si no aceptamos la diversidad, nuestra nave avanzará siempre hacia diversos tipos de totalitarismos, de intolerancias que conducen a grados de guerras, opresión, violencias. Como una vez apuntó Marx: “La estética será la ética del futuro, cuando la poesía y las ciencias sean las noticias más importantes, espero que no haya guerras mundiales por razones estéticas. La violencia deviene desde la no aceptación de las diferencias. Algunas diferencias patológicas deben ser tratadas, no combatidas con armas de extinción, algunas conductas antisociales deben ser estudiadas para hacerlas desaparecer no por medios represivos, sino científicos.

La mayor parte de los seres sociales no somos patológicos, ni antisociales; pero tampoco tenemos derecho de practicar la dictadura de las mayorías como represión contra las minorías de todo tipo, pues hay minorías fundamentales y muy positivas en el desarrollo social y privado. Las mayorías se forman a partir de la diversidad, esa es la esencia de nuestra especie: ser diversa. El respeto a las diversidades constructivas, creativas y hasta a veces descollantes, conduce a la paz legítima, pero el deseo de igualitarismo total lleva a la violencia desde el ser que se niega a que sea reconocida la diversidad. En ello, hay papel para desempeño útil de las aprehensiones estéticas del mundo, tan diversas y valiosas por estar ligadas a las identidades humanas.

En su recuerdo, la personalidad y labor del poeta Alberto Acosta-Pérez

Alberto Acosta-Pérez (1955-2012) fue un creador de extraordinarias dotes que dejó detrás de sí muy valiosas obras poéticas y narrativas, que durarán. Cuando lo conocí en 1984, había pasado entre sus veinte y veinticinco años una etapa de crisis violenta. A sus veintiocho años estaba aun como perdido en el mundo. Poco a poco brotó su cualidad de poeta. Alberto tenía una personalidad fuerte y contradictoria, una capacidad para amar enorme, y una agilidad para captar lo poético de las circunstancias también mayúscula, lo cual no siempre hace «feliz» a quien posee ese don. Era leal y servicial. Su muerte a los cincuenta y seis años fue una injusticia de la naturaleza.

Tenía una novela en ciernes, poesía de calidad brotándole. Delante de sí había un camino creativo de plenitudes, cuando el cáncer frustró su futuro. No me cansaré de lamentarlo hasta el final de mi propia vida. Hubiera sin dudas ofrecido la mía a cambio de la suya, si eso pudiera ser posible. No lo es, porque cada cual lleva su marca de existencia, lo cual no es un fatalismo, sino una realidad objetiva. Yo creo que su excelente novela Juan Jacobo, una biografía, halló silencio más que indiferencia, se vendió rápidamente, se agotó en las librerías en poco tiempo de venta, pero ningún crítico literario dijo nada sobre ella. La dejaron pasar. Su poesía tuvo, en vida del poeta, un poco más de éxito, premios y reseñas la distinguieron, pero luego vino el silencio. Eso es más injusto que la propia muerte, la crítica ofrece otro tipo de muerte con su silencio, en este caso injusto. Él nunca se preocupó demasiado por figurar, quería hacer obra y dejarla a su paso. Y ahí está ella, el futuro será menos mezquino y podrá ser valorada y hallar lecturas renovadoras de sus valores. Alberto fue una persona de belleza de alma, irritable y hasta explosivo cuando la realidad no se correspondía con sus anhelos. Confío en que se quedó todo él en su poesía, y que por eso vive y vivirá en ella. Es la mejor cosa que se puede decir de un escritor.


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