Vicente Hernández. LATITUDES reales y mentales…


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Fotos: Gabriel Hernández

Las piezas del artista Vicente Hernández (1) atrapan enseguida la vista y los sentidos, de manera vertiginosa. Es un imán que atrae, una voz que nos grita, un campo que nos invita a penetrar por sus latitudes, y sondear los entramados de toda una suerte de estancias que juegan con la memoria, la inteligencia y muchas ideas. Esas que se acumulan entre formas/colores, amén de una línea, que en sus creaciones nunca llega a ser recta por completo…Una de las causas por las que sus pinturas, además, nos sumergen en el universo de la armonía. Pues, esa cierta circularidad que imprime siempre (desde los inicios) en su quehacer, le ha aportado una inmensa originalidad, amén que subraya la búsqueda constante del equilibrio del espíritu permeada en los trabajos.

La obra del creador –graduado del Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona” de La Habana (1994), como Licenciado en Artes Plásticas con título de Oro–, explora el carácter fronterizo del Tiempo, y penetra en la riqueza metafórica de sus membranas, esas que pueden separar lo interior de lo exterior, y que dividen un universo de otro como su anverso/opuesto.

Todo cabe en su mundo. Pues esa sensación de vivir en un planeta, en un “globo redondo” que flota en el espacio nos la hace sentir en cada creación (sumida en líneas curvas) surgida de sus hábiles manos. Pero no solamente físicamente, sino internamente, porque la vastedad de la superficie en que se mueve (tierra, mar y cielo) es tal que puede tocarlo todo… Es, en una palabra, esa sensación de ver con los ojos de un Dios que desde lo alto observa el movimiento de cada uno de todos nosotros. Aunque hay algo que lo delata terrenal, terrícola y cubano: el amor por su terruño natal: Batabanó. Ese pequeño y olvidado puerto del Sur de La Habana, bañado por el Caribe, es el centro de la Tierra, del mundo y de sus obras. Allí nacieron él y sus pinturas. Por más que se acumulen elementos en el lienzo, y lugares conocidos (París, La Habana, Nueva York, Toronto, Roma, Venecia…), e inventados, artefactos, medios de transportes, casas, gentes… Batabanó aparece de la forma más inaudita y real.

Memorias en el tiempo

Para “visitar” sus creaciones hay que armarse de todas las municiones posibles, y entonces poder conquistar hasta sus más caros sueños, esos que deambulan también por las historias tejidas con el óleo, y hasta “conocer” los más disímiles lenguajes para entender/alcanzar la mayor cantidad posible de las palabras/hechos/situaciones… que se agitan en ese inmenso mar pictórico donde se barajan muchos conceptos como el tiempo, los ciclones, el mundo, la vida, el cielo (como vastedad), Batabanó… y muchos más.

Entre tantas sensaciones que embargan al espectador, hay una que sobresale, y es que al mirar sus cuadros uno sabe que el tiempo se ha detenido allí, un proceso que no va al paso con la contemporaneidad, tan agitada, que está siempre en movimiento. Es como si no pasara “¡aparentemente!” refiere el creador, porque detrás todo gira, se agita… Sólo hay que ver el viento que a tropel cruza por los lienzos, envueltos en esas gamas de colores tan personal que lo identifica siempre. Tonos fríos y cálidos que se complementan y fluyen desde el centro hacia afuera del “semicírculo”, y ese aire, de tormenta, que le recuerda siempre aquellos ciclones que batían sin cesar las indefensas costas del puerto del Surgidero de Batabanó, y nunca lo abandona. Precisamente, para no olvidar, pinta y construye desde sus telas –que serán un día Patrimonio de ese pueblo, hoy casi fantasmal– los recuerdos de lo que fue. Es su Macondo (real). Todo ello matizado en tonos que llegan del Surrealismo, Conceptualismo y, en estos últimos tiempos hasta con dimensiones hiperrealistas sumadas a ese contexto, sin olvidar el ¡realismo mágico de estas tierras! Con magistral hechura regala con sus trazos una narración compleja/barroca en una síntesis que nos obliga a imaginar lo no representado o, a la inversa, representar lo inimaginable. Y nos enfrenta con lo indescifrable, lo oculto –que a veces es evidente–; entremezcla para construir sus historias plásticas, variados lenguajes y una manera de pintar que juega hasta con la gravedad, poniendo en tensión muchos elementos. Propone, además, un equilibrio entre la civilización contemporánea y otras, ancestrales de nuestra cultura y más allá. Cual arquitecto, Vicente Hernández delinea las calles de su pueblo natal en medio de cualquier ciudad que puede llegar inventada o enriquecida por construcciones “extrañas” de otra latitud, también la mental.

Una pieza del artista es un terreno fértil donde se acumulan historias, hechos y realidades de cualquier parte del mundo, pero llevando siempre el sello de cubanía y de batabanidad (con licencia inventiva). Porque como él mismo comenta “la Habana que puedo pintar de noche según mis ojos, en el propio diseño de sus calles están centrados todos los detalles y casas de Batabanó hacia la capital”. Es que su mundo yace dentro del otro. Su obra es muy documental. Surca el espacio trayendo al presente, el pasado, porque el creador entre sus más anhelados sentimientos quiere atrapar el Tiempo (sumiso instrumento en sus manos/obra), a Cuba y, sobre todo a Batabanó, en su quehacer artístico, y dentro de él, el pasado para reconstruirlo, y que no se olvide. “Mis naves –aseveró el creador-, no están hechas para viajar, sino para partir. Y están bajo el resguardo de esa pequeña arca que las va a contener, que a ratos se convierte en barcaza, avión, barco, globo, submarino, hasta, incluso, una pieza de una casa. Ya si hay un piano, una máquina de escribir…, hay elementos universales que sirven para construir, en esta Edad Media en que de alguna forma vivimos, un cofre que invite a guardar lo mejor que nos quedó para las generaciones del futuro”.

Ciudades blancas inundan su espacio hoy

La más reciente serie del creador, titulada Ciudades blancas está a la vista de todos en la galería “El reino de este mundo”, de la Biblioteca Nacional José Martí, en Plaza de la Revolución, que se inauguró en saludo al Día de la Cultura Cubana, y al aniversario 119 de la institución anfitriona.

Bastan trece piezas de gran formato (técnica mixta/lienzo), para reunir en una sala, importantes ciudades del mundo que resplandecen en el pincel y la espátula –plena de colores- del autor, que llega también como visitante a ellas, de la mano de algo que nunca podrá dejar, ni en su vida ni en la pintura: el pequeño puerto de Batabanó. Aquí, se transforma en personaje/viajero, y cruza los cielos para “respirar” en estos lugares del mundo conocido, y establecer una relación sicológica, o diálogo entre lo real maravilloso de un pequeño pueblo, con la foto real de esta suerte de “postal” de viajero, que la astucia/talento de la mano de Vicente transforma en Arte. Ataviadas de un espíritu surreal -al ser blancas- le impresionan los horizontes que dan formas a las “siluetas” que dibujan el escenario donde aparece su personaje/pueblo, cargado de leyendas, historias, tradiciones. Da la impresión que vinieron de visita y se quedaron allí.

Surrealismo, lo real maravilloso, realismo mágico… tan acariciados por él en sus creaciones, comparten, en esta serie, el espacio con el fotorrealismo –pues él está consciente que no es hiperrealista–, más bien le gusta presentarlas como “postales turísticas” que el visitante guarda para sí.

Salamanca, Nueva York, Barcelona, Madrid, Estambul, París, Miami, Roma, Venecia, Sidney, Amsterdam…, se acumulan en esta muestra que él bautiza como ¿Ciudades blancas? Ya que tienen que ver con la luz, lo diurno… -refiere el artista. Las ciudades blancas se conocen por el reflejo del sol en sus muros. Pero es también un pretexto para desembocar lo surreal en la vastedad de la superficie artística, donde aparece de la forma más inaudita y real Batabanó, “viajando” en inventados artefactos, medios de transporte, barcos… Con magistral hechura regala con sus trazos una narración compleja/barroca. Sin embargo, La Habana, la primera que recibió a… Batabanó no está en la muestra, pues forma parte de una exposición itinerante por España. Para el artista resulta como un acertijo ¿? Fue la primera ciudad que me acogió como visitante y me ha hecho su hijo adoptivo, dice. Y ahora, el mundo, con el espíritu cosmopolita del viajero no se conforma con dejar su impronta en un lugar. Soy hijo de emigrantes, de aquellos que cruzaron los mares, y ahora se aventuran en los cielos del mundo también, de alguna forma, en estas Ciudades blancas que hoy animan las pinturas más actuales del insigne creador cubano.

 

 

Nota:

(1) Vicente Hernández, Batabanó, La Habana 1971. Pintor, escultor, grabador y dibujante. Sus temas, alegóricos a sus raíces, han sido interpretados a través del tamiz del surrealismo barroco, que en literatura se nombra como realismo mágico y real maravilloso. Ha participado en cerca de cien ferias internacionales de arte en América y Europa. Ha realizado 15 exposiciones personales y alrededor de cien colectivas alrededor del mundo.

Ha participado en las subastas de arte latinoamericano de Sotheby´s, Christie´s y Phillips, en New York. Su obra aparece reseñada en libros, revistas, periódicos y catálogos de arte. Ha tomado parte y gestado proyectos comunitarios y de ambientación urbana. Ha ofrecido charlas y conferencias en universidades de su país y en los Estados Unidos. Sus piezas se encuentran importantes colecciones privadas en Estados Unidos, México, Marruecos, Francia, Perú, Francia, España, Italia, Japón, República Dominicana, entre otros, y en museos de Estados Unidos, Cuba y Brasil.

 


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