Para Luis Saldaña, la pintura es una labor intensa que cobra forma desde dentro, a medida que desnuda su alma por medio de la pincelada. Cada obra, es una manifestación del abordaje, directo y personal, que hace del puro acto de pintar. De las profundidades de la tela surgen, en este momento, vestigios de su viaje interior, donde la piedra, hoy, ocupa los primeros planos.
El mar, no caben dudas, le abrió las puertas al joven creador. Ese inmenso espacio azul de sueños, vivencias e historias, que nos rodea como Isla, y al cual pocos lanzan sus miradas en estos tiempos. Es la escenografía vital de sus piezas, que respiran siempre del paisaje, como ente superior o plural, en sus enigmáticas creaciones. Porque de ese líquido precioso, acumulado en los océanos, está hecha su alma artística. Es algo que se permea en cada una de esas ventanas al arte.
De mares y retornos, fue el título de la anterior muestra de Luis Saldaña (Güines, 1987), que expuso en el Centro Cultural Cinematográfico “Fresa y Chocolate”. Los contornos del gran azul, las costas, el paisaje marino en diversas dimensiones, entrelazados con objetos/conceptos, y delineados con un talento nato para aprehenderlo en las formas y los tonos, atrapaban las miradas de los espectadores. Esos que quedaban fascinados por la mano artística del joven, quien no por azar ha arrebatado muchos premios en disímiles concursos y encuentros de la plástica. Eran, más bien, postales de recuerdos. Ecos llegados desde los océanos que venían a carenar en la orilla, con su carga de majestuosidad.
Había, además, en esos trabajos, una dosis de misterio interior que la vista iba descubriendo lentamente, a medida que se iba posando en las entrañas de los cuadros. Los días pasaban, y quien había asistido a ese paseo visual, por sobre la piel de sus telas, no podía desembarazarse de las imágenes. No hay dudas, una fuerza vital emerge de ellas, cual espejos donde el mar se refleja en la realidad. La minuciosidad de los detalles despeja incógnitas.
Aparecieron las piedras ¿en el mar?
El tiempo pasó, y ahora, Luis Saldaña – graduado de la Academia de Artes Plásticas “Eduardo Abela”, 2006-, regresa con otra muestra singular que sigue el ritmo de la anterior: Piedra viva, abierta en la galería Carmen Montilla, calle Oficios, en La Habana Vieja.
Deambulando por el paisaje o zambulléndose por el mar…, encontró las piedras. Y tropieza, en esta exposición con ellas, una y mil veces, desafiando la sentencia que reza que el hombre no tropieza con la misma ¿dos veces? En realidad, su talento deja la mano libre a muchas conjeturas pictóricas, y nos la devuelve, sobre telas, en disímiles formas y tonalidades, siendo cada una diferente. En sus obras (óleo/lienzo), hallamos la composición definitiva que, tantas veces, inaugura posibilidades insólitas y llenas de dramatismo. Su dibujo exquisito, se desdobla con carácter caleidoscópico en la precisión final de ciertas formas y rasgos. Se puede añadir, a esas calidades, el sabio uso del color. Este, naturalmente rico, es siempre justo en su fidelidad a lo real, y al mismo tiempo, hasta en lienzos que pudieran considerarse monocromáticos, hace proliferar una otredad real que se oculta en las apariencias. No menos central es su pincelada, su ejecución.
Pintar, una pasión
Luis Saldaña, a pesar de su juventud, es un artífice que, por encima del tema que aborde, reafirma, tan deliberado como gestual, esa condición sin la cual no hay pintura: la pasión por la pintura, por la pintura misma. En esta obra figurativa renovadora, en que el dibujo, la luz y los contrastes enriquecen los detalles, y los proyectan en función de la eficacia del conjunto, deambula un elemento central que singulariza a estos cuadros que tienen tanto del espíritu de la más depurada figuración y las seducciones/latidos del paisaje. Ese elemento es la luz. Una luz que –no importa qué figuras, cosas, acción o paisaje exalte en pos de una indiscutible belleza. Es la luz de esta Isla, que es patrimonio de la memoria.
Las piedras, protagonistas, e inmersas en distintos ambientes, nos invitan a posar la mirada por aquellos lugares/escenografías, que recorre su obra a través del tiempo. Y demuestra, que el pulso, los sueños, la sensibilidad, el buen gusto, el arte, en una palabra, caben todos, reunidos, en ese espacio que, por magia interna, Saldaña nos lo devuelve transformado ahora en más que objeto. Piedra viva, es un peldaño superior del artista. Va hacia lo interno, camuflado en paisaje o en materia. Es punto focal de reflexiones, enmascarando tras la piedra, el alma, el ser humano, la fuerza interior, las proezas, las angustias, los sentimientos, y tantas otras realidades que dimensionan la VIDA. La piedra es el hombre.
Pintura de intimidad e intemperie, su labor llega como testimonio de lo posible y de lo increíble a ras de mundo, como inventario de un universo que es preciso redescubrir con tanta ingenuidad como exactitud. Pero a su vez, esta pintura tan de fijación de lo que se cumple en el tiempo, se presenta como un reto. Las piezas del artista son, a partir de esa inmediatez, producto de la imaginación. Creación incontaminada, en toda su pureza. A partir de ahí, su obra tiende a desarrollarse por series. Las imágenes que recorre se definen por el reconocimiento/invención de las marinas, interiores, figuras, objetos de la cotidianeidad y, ese paisaje espléndido y tremendo en que el hombre se encuentra o se pierde a sí mismo.
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