Venganza aplazada*


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“Muerte por shock traumático”, escribió el forense, sin albergar sospechas, cuando levantaba el certificado de defunción en la hostería de una aldea gallega.

Y con ello daba fin a una historia de celos y de muerte que se había iniciado tres décadas atrás.

II

Aunque en la era republicana Gibara fue languideciendo hasta límites inimaginables, en pretéritos tiempos vivió esplendor y riquezas sin cuento.

Su bonanza económica le permitió a la “Villa Blanca” darse el lujo de figurar como una meca de los artistas.

Alguna vez, como integrante de cierta compañía teatral, llegó a Gibara un apuesto joven, quien se hospedó en la hostería La Ferrolana, propiedad de un matrimonio español, cuyo integrante masculino superaba ampliamente la edad de su media naranja.

A nuestro héroe lo caracterizaban, además de su pasión por la escena, sus dotes de donjuán, las que pronto recogieron sabrosos frutos con la hermosa gallega en cuyo honor se había dado nombre al establecimiento.

Nómada como todo artista escénico, al joven le llegó el momento de partir. Y, ya en la capital, se enteraría de que la Ferrolana había dado a luz un niño -llamado Ismael-  que “es tu mismitica cara”.

Pasaron los años y, a pesar de su relativa juventud, la gallega murió antes que su marido, no sin confesarle sus devaneos.

III

Treinta años después, el actor se gana cuarenta mil pesos en la lotería, y emprende un siempre soñado viaje a España.

Transitando por Galicia, su tren choca contra otro. A resultas del accidente mueren varios pasajeros, pero él queda ileso.

Busca albergue en la hostería de la aldea más próxima, y cuál no sería su sorpresa al ver que la posada se nombra La Ferrolana, como aquella que en Gibara fuera testigo de sus amores clandestinos.

Esa noche, mientras come en compañía del anciano propietario, le hace partícipe de su aventura amorosa en el nororiente cubano:

- ¡Qué gallega, viejo! ¡Para mujer ardiente esa de La Ferrolana! Por cierto, ¿ha estado usted alguna vez en Gibara?

- No-, contesta secamente el viejecillo. Y, dirigiéndose a quien lo ayuda en la posada:

-Ismael, lleva el equipaje del señor a su cuarto.

Esa madrugada el anciano, provisto de un garrote, sube a la habitación del huésped. Y, al amanecer, avisa a las autoridades que ha muerto en su hostería uno de los pasajeros del tren accidentado.

La venganza del marido burlado tardó treinta años, pero no por eso fue menos despiadada y tremenda.

 

 

*Esta crónica se basa en investigaciones del periodista banense Ángel Quintana Bermúdez, recogidas en su libro Gente de leyenda, Premio de la Ciudad, Holguín, 1989.


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