El tiempo pasa. Pero lo vivido, trabajado, entregado y disfrutado, con plenitud, queda en un lugar especial de nuestro ser. Máxime para una de las figuras cimeras de la danza cubana, quien ha dejado profundas huellas a su paso por las tablas. La escenografía, en su mente y en su alma, es la misma. Quizá, de momento la acechen y susurren al oído las más disímiles criaturas que dio vida sobre las tablas, la rodeen los salones de ensayo en la antigua casona de Calzada, en el Vedado, las palmadas y el eco de las voces de los profesores-ensayadores, que dialogaban de tú a tú con la música del piano que acompañaba cada movimiento. O pasee por los variados teatros del mundo donde conquistó miles de espectadores con su ARTE, del bueno. De profundas raíces
También, quizás, hoy, la persigan muchos más recuerdos. Pero la otrora primera bailarina, profesora, coreógrafa y maître, María Elena Llorente, sigue siendo también la misma amante del ballet, que este 20 de mayo arriba a su aniversario 75. Buen instante, en el tiempo, para rememorar su historia, a partir de preguntas/respuestas y diálogos sostenidos, con la distinguida bailarina, a través de los años. En la sede del BNC, en muchas giras y encuentros, en que pudimos vivir juntos, historias/hechos. El año 1962 marca un momento importante en su vida: entró a formar parte del Ballet Nacional de Cuba... Un sueño hecho realidad. Porque María Elena siempre pensó que la felicidad y la perfección había que ponerlas en el horizonte, y después caminar hacia allí. Un día, hace ya casi 60 años le mostró el sendero para llegar. “Bailar ha sido mi fin en la vida. Desde muy temprano comencé a estudiar ballet y no recuerdo un instante en que no haya estado dando clases. Han pasado siete décadas y me parece que no es tanto tiempo. Tan inmersa estaba en la danza que no me fijé en el calendario”, me comentó en una ocasión. En la casa ochocentista de Calzada (sede el BNC), “empecé yo a los 4 años a dar mi primera clase de ballet en la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, y luego continué en la Academia de Ballet Alicia Alonso.” Allí tuvo grande profesores como Alicia Alonso, Fernando Alonso, Alexandra Fedórova, José Parés, Joaquín Banegas… “Después, todo el trabajo con el BNC fue también en esa esquina habanera. Ha llovido mucho” (risas). Y también se acumulan sufrimientos y alegrías en esos salones. “La balanza está ahí, entre los dos. Es una carrera dura, de mucho sacrificio, y están los momentos de enfermedades, en los que uno se tiene que sobreponer”. Entonces recordó la operación de su rodilla, en la que gracias al doctor González Griego pudo volver a bailar...
Página importante en su diario personal fue la Academia de Ballet Alicia Alonso. Contó la artista que antes de entrar a esa escuela ya había visto bailar a Alicia. “Quedé fascinada. De aquella época la recuerdo en Giselle y en Romeo y Julieta, dos imágenes muy bien grabadas, en ese tiempo, en mi memoria. Después de eso, y dada la insistencia, mi madre me inscribió en la Academia Alicia Alonso. Desde pequeña la sentí muy cerca, me ayudó mucho. Posiblemente en esos años no pensaba que iba a ser una bailarina profesional. Pero verla bailar, dar clases, me motivó, me hizo ser más consciente de lo que me gustaba este arte”.
EL BNC UNA ENORME ESCUELA
Mi primera función con el BNC fue en el Amadeo Roldán, dijo, como cuerpo de baile de El lago de los cisnes, precisamente, en ese teatro toqué por primera vez las tablas a los 5 años. Una coincidencia, por eso le tengo un cariño especial al teatro, y a esta mágica esquina porque toda mi vida ha transcurrido allí. Pertenecer al BNC fue algo grande, de ahí en lo adelante, fue trabajo, trabajo y trabajo. En 1967 alcanzó el rango de solista, y en 1976, el de primera bailarina.
En su largo bregar por el mundo del movimiento ha acumulado también premios como la medalla de bronce en el Concurso de Varna (Bulgaria), 1968; medalla y diploma en Pleven (Bulgaria), 1972, así como la medalla del Colegio de Abogados de Puerto Rico, 1978; la medalla de Honor del Festival Internacional de Ballet de Lodz, Polonia, (1989); la medalla al Mérito Artístico del Consejo Brasileño de la Danza, Brasil-UNESCO, (1990); el Diploma de Honor de la Alcaldía de la Paz, Bolivia, (1991), la medalla de la Libertad y Diploma de reconocimiento en la ciudad de Trujillo, Perú (2003).. En Cuba ha recibido importantes distinciones, entre otras, en 1999 se le otorgó la Medalla Alejo Carpentier, que concede el Consejo de Estado de la República de Cuba. En el año 2003 le fue entregada la Orden Félix Varela de Primer grado, del Consejo de Estado de la República de Cuba. En 2015 fue distinguida con el Premio Nacional de Danza. Se suman las innumerables giras por países de Asia, Europa, América Latina, Estados Unidos, Australia…, y el tiempo como artista invitada del Alvin Ailey Dance Theatre (Estados Unidos)...
¿El BNC? “Es mi vida, no es que haya bailado solo allí. Sino que siento que es parte mía. El trabajo colectivo para que todo marche bien, después luchando con las nuevas generaciones para transmitirle ese amor, porque es la Escuela Cubana. Algo muy grande, con mucha Historia. Es importante que no se pierda la tradición, y una de las cosas por la que traté de mantenerme mucho en la escena era por eso. A nosotros nos ayudó mucho, siempre, tener a Alicia al lado, no solo verla, sino bailar juntas”. María Elena es una de las grandes estrellas del amplio firmamento de la danza cubana. Está grabada allí con letras doradas. Entre los grandes clásicos recuerda siempre La fille mal gardée, porque “fue el primero que hice como protagonista con el BNC. Después vinieron los otros: Coppelia, El lago de los cisnes, La bella durmiente, Las Sílfides… Cada uno tiene su historia”
De los personajes acumulados en su amplia galería, Ofelia de Hamlet resulta uno de los más acariciados. “Me gusta interpretar todos los roles, pero hay algunos que tienen características especiales para uno, como la forma en que los has trabajado, y cómo ha llegado a ti como artista. Ofelia entra en ese grupo. Hay muchos otros papeles como el de Swanilda, la princesa Aurora que mucho me motivaban, Graham de El Grand pas de quatre, Myrtha, la reina de las Willis (Giselle), y la propia Giselle”. En todos también dejó grandes recuerdos…. Entre las obras, El río y el bosque, Temas y variaciones, Apolo y Un retablo para Romeo y Julieta, de Tenorio, “que se estrenó en un Festival de Ballet, y en el público estuvo Galina Ulánova, una de las grandes Julieta de la historia de la danza. Para mí fue muy estimulante cuando fue al camerino a felicitarme luego de concluida la función. Fue algo muy especial”.
BUSCANDO SIEMPRE LA PERFECCIÓN
Una de las características principales que acompañaban a María Elena Llorente al bailar, era siempre sobrepasar los retos, y buscar… la perfección (que casi siempre encontró). “Mientras más difíciles sean más me gustan. Por eso, cuando no me iban los papeles, trataba de trabajarlos y lograrlos. Soy exigente, no solo conmigo sino con los demás, por eso mi sobrina Alena Carmenate, cuando tomaba ensayo siempre me decía: “contigo todos los ballets son más difíciles”. La ductilidad de la bailarina para interpretar tanto obras clásicas como contemporáneas siempre fue elogiada por críticos de diversas latitudes. ¿Cómo se puede lograr esa armonía en dos estilos diferentes? “ El BNC tiene, como método, trabajar todos los estilos. Pues, mientras mayor sea el diapasón del artista, tanto más se podrá desarrollar. Yo comencé con los clásicos, y nunca pensé que podría bailar obras modernas. Iván Tenorio, cuando creó Adagio para dos, para Alberto Méndez y yo, me adentró en ese estilo. Fue una experiencia nueva en la que descubrí otros movimientos del cuerpo. Luego llegaría Hilda Riveros, quien nos ayudó mucho a ver la danza y hasta los clásicos, de otra forma.
La medida ha rondado también cada aparición, cada personaje de María Elena en la escena a lo largo del tiempo… “Para mí, la honestidad en el baile es lo fundamental. Uno debe hacer lo que cree que es correcto, nunca se debe buscar el aplauso, ni hacer el alarde para que el baile sea más efusivo. Hay que partir del personaje y de lo que él requiere, tanto artística como técnicamente. Es un estudio premeditado. Cuando salgo a bailar sólo pienso en el papel interpretado, no si voy a hacer más o menos. Allí, en ese instante debe salir todo espontáneo…”.
Entre obras y aplausos se han acumulado experiencias y acontecimientos en los que María Elena Llorente ha sido fiel protagonista. Sus ojos verdes y claros transparentaron imágenes. Habló de cuando la compañía obtuvo en París el Grand Prix, de la primera visita a los Estados Unidos, y aquel público que “nos aclamaba, y recordaba a Alicia con tanto cariño. Aún escucho los ¡Viva Cuba! Esos que hicieron temblar el teatro, en el primer viaje a Puerto Rico. Hay otro tipo de emociones como cuando me enfrenté al inmenso escenario del Bolshoi. Me sentí tan pequeña... O cuando comencé, a finales de los 80 mi carrera de coreógrafa. Acumuló en ese campo algunos recuerdos: Don Quijote, escena de los sueños (2do. Acto) y el 3ero.; el Grand pas de La Bayadera (1997), la escena de las Sombras del ballet El reino de las sombras (2000), entre muchos otros importantes trabajos de montaje.
Como coreógrafa, ha realizado versiones de algunos clásicos “porque es el terreno que más conozco, y me siento bien. A veces me ayudó mucho el trabajo con otros coreógrafos, esos que permiten que uno aporte, y se crea una unidad que le sirve mucho a uno para trabajar como maître. “Aunque lo que siempre me gustó fue bailar, pero me sentí satisfecha con esa nueva labor, pues el trabajo que uno hace con el bailarín nos da también alegrías, es un orgullo que suban al escenario y bailen bien. Es un triunfo nuestro.”
Pero hay algo que se mantiene dentro de ella, a pesar de que ya no pisa las tablas, que no está en el BNC, y es que esas zapatillas del triunfo que se calzó a partir de 1962, cuando entró a formar parte de la insigne compañía cubana, no la dejarán nunca. María Elena vive en cada bailarín que cruza la escena, está dentro de todos nosotros, los que disfrutamos a plenitud su presencia escénica, porque es parte intrínseca de la Escuela Cubana de Ballet, bebió de los grandes, y ella es también grande. Lo lleva en la sangre. ¡FELICIDADES MARIA ELENA!
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