Urbay y Gómez Cairo, confluencia en San Francisco


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Foto: Endrys Correa Vaillant.

El abrazo de Marcos Urbay y Jesús Gómez Cairo en medio de la Plaza de San Francisco en una noche de fin de año simbolizó la confluencia de dos ejemplares trayectorias a favor de la cultura cubana, reconocidas con el Premio Nacional de Música 2018.

En ambos casos se trata de protagonistas de obras de fundación. El veterano trompetista nonagenario no ha cesado de formar, por décadas, a varias generaciones de instrumentistas ni de ser, él mismo, un destacado intérprete. Recibió el legado de su padre, Roberto Urbay, quien estuvo entre los iniciadores de la centenaria Banda de Conciertos de Caibairén, y desde 1990, de regreso a la tierra natal, retomó las riendas de la agrupación en la ciudad del litoral norte villaclareño, zona de gran tradición musical.

Entre su salida y vuelta a Caibarién, Urbay sobresalió como uno de los mejores trompetistas surgidos en la Isla. Le cabe la distinción de haber sido todoterreno, en la primera línea de orquestas de baile como Cosmopolita y Riverside; de espectáculos como la de Tropicana, liderada por el inolvidable Armando Romeu, y el Canal 4; y de conciertos como la Filarmónica de La Habana y la refundada Sinfónica Nacional, en la cual durante 30 años, desde el concierto de estreno en 1960 bajo la dirección de Enrique González Mántici hasta el retorno a la villa de los cangrejos, ocupó el atril principal de su cuerda.

Sus contribuciones a la docencia y a la vida cultural caibarienense ya fueron exaltados con el merecimiento del premio nacional de la Enseñanza Artística y el Nacional de Cultura Comunitaria. El Premio Nacional de Música no solo comprende ambos ejercicios, sino subraya, por sobre todas las cosas, su ejecutoria como intérprete que ha encarnado las más altas cotas del desempeño profesional y a la vez el más leal compromiso con la transmisión de valores patrimoniales a las nuevas generaciones.

El patrimonio es también territorio pródigamente fecundado por Gómez Cairo. El muchacho que llegó desde Jagüey Grande a la Escuela Nacional de Arte y mostró su vocación por las asignaturas teóricas fue prontamente advertido por Argeliers León, padre de la Musicología cubana, quien lo contó entre sus discípulos más entrañables, junto a Olavo Alén y Jesús Guanche. A cada uno marcó el rumbo; Gómez Cairo completó su formación en una prestigiosa institución académica de Leningrado, donde se doctoró en Etnomusicología y Folclore.

Cuando se repasa su currículo saltan a la vista su dedicación a tareas de dirección al frente de instituciones culturales. Pero lo verdaderamente relevante pasa por el modo en que ha sabido articular en el tiempo y con notables resultados esas responsabilidades con una obra de creación y promoción, y el desarrollo de un pensamiento crítico que desde la musicología ha puesto muchas cosas en su lugar.

Ejemplos palpables se tienen en su gestión en el Centro de Documentación e Información Odilio Urfé, y luego, ya por larga  data, en el Museo Nacional de la Música, donde ha ensanchado los aportes precedentes de María Antonieta Henríquez y Teté Linares.

A Jesús debemos ensayos medulares como El arte musical de Ernesto LecuonaMúsica cubana: algunos procesos, creaciones y figuras paradigmáticas; y en fecha más reciente su extraordinaria monografía sobre cómo el Himno de Bayamo derivó en nuestro Himno Nacional.

La agudeza con que ha observado la obra de Leo Brouwer y Benny Moré se cuentan entre sus más interesantes contribuciones. Con igual devoción ha trabajado en la producción discográfica del repertorio para el piano y el canto por Lecuona, en el primer caso junto a Franco Rivero, y ha asesorado investigaciones patrimoniales en República Dominicana y el estado mexicano de Quintana Roo.

Urbay y Cairo no dejan de soñar. Uno con dejar grabado el repertorio esencial de la Banda de Caibarién; otro con ver al fin culminadas las labores de recuperación de la sede permanente del Museo Nacional de la Música.

El ministro de Cultura, Alpidio Alonso, y la presidenta del Instituto Cubano de la Música, Marta Bonet, pusieron en mano de los homenajeados los atributos del Premio Nacional de Música 2018.

En la Plaza de San Francisco, la Orquesta Sinfónica Nacional, reforzada con invitados, ofreció a ellos y al público que colmó el espacio el concierto Vale dos, con obras de Juan Formell y Adalberto Álvarez llevadas a ese formato instrumental. Música para bailar, más que para escuchar, adaptadas y dirigidas por Joaquín Betancourt y Enrique Pérez Mesa. Propiamente no se puede hablar de versiones sinfónicas, elaboradas con ese fin, sino de disfrutables entregas de lo que por años y por siempre los bailadores han hecho parte de su memoria.


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