A comienzos de 1958, en plena tiranía batistiana, no se había logrado la unidad de acción de las distintas fuerzas revolucionarias de entonces. Acciones aisladas, descoordinados, condujeron a la pérdida de muchas vidas valiosas y al fracaso de esfuerzos que procuraban tener una repercusión nacional. La tarea del momento reclamaba no sólo la unidad de las fuerzas revolucionarias, sino de todas las fuerzas opositoras al régimen establecido.
La organización juvenil de la masonería cubana, AJEF por sus siglas, decidió que la palabra secreta semestral para identificarse entre sí por sus miembros fuera UNIDAD.
El fracaso de la huelga del 9 de abril de ese año de 1958, fue un duro golpe para la organización del M-26-7 en el llano. A partir del análisis de la situación se tomaron las medidas correspondientes para superar las debilidades existentes bajo la dirección del compañero Fidel. El M-26-7, con el Ejército Rebelde como núcleo, se convertiría en la mayor fuerza política del país y se trabajaría por la indispensable unidad de las fuerzas revolucionarias y opositoras en torno a su liderazgo, la gran unidad del pueblo cubano que culminó con la victoria insurreccional del primero de enero de 1959, confirmada por la huelga general que siguió a la fuga del tirano tras las victorias militares del Ejército Rebelde, en particular la toma de la ciudad de Santa Clara.
Detrás del pensamiento de Fidel, estaba el de José Martí. Nadie como ellos para unir voluntades en la lucha por alcanzar los propósitos más justos, los sueños de libertad, independencia y justicia social, de solidaridad humana.
Martí, al referirse a las causas del fracaso de nuestra primera guerra por la independencia, insistió en que la desunión había sido el factor negativo principal, la causa misma de la derrota. A partir de esa conclusión dedicó su vida a tratar de unir a todos los cubanos que favorecían la independencia de Cuba. Para ello enfrentó las corrientes de pensamiento anexionista y reformista autonomista, además del integrismo colonial. En esa obra cabían hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con piel de todos los colores, distintas posiciones sociales, diferentes creencias religiosas, residentes en Cuba o emigrados, en torno a un proyecto republicano en el que las ideas guiaran a los hombres y las personas no se colocaran por encima del interés común. Y para tales propósitos creó una fuerza política que aglutinara y fuera el factor dirigente del esfuerzo nacional para lograr una república con todos y para el bien de todos, una Cuba independiente, soberana y justa.
Ese pensamiento lo asumió y llevó a la práctica, en condiciones distintas y con los matices que las circunstancias impusieron, el compañero Fidel Castro Ruz. É l forjó la unidad de los revolucionarios y del pueblo. Él impidió que la revolución, como el mitológico dios griego, devorara a sus propios hijos. A todos dio oportunidades y procuró siempre que fuera el mérito el criterio para evaluar a los seres humanos. Con modestia dijo en la hora del triunfo que la grandiosa epopeya realizada no era más que el comienzo y que, en adelante, todo sería más difícil. Y puso toda su confianza en el pueblo trabajador como hacedor de la historia. Su grandeza inobjetable radicó siempre en el vínculo estrecho con su pueblo.
Estamos a cinco meses de su desaparición física. Sus compañeros de lucha ya son ancianos y la dirección del país, por razones naturales, pasará a manos más jóvenes. Todo este período de transición generacional inevitable, ocurre en momentos de contraofensiva de las peores fuerzas políticas a escala global y regional. Y esta condición impone con más fuerza que nunca, la necesidad de la unidad de las fuerzas revolucionarias, la unidad del pueblo y sus dirigentes.
No puede haber brecha para la penetración enemiga. Eso quiere decir que tenemos que hacer muy bien nuestro trabajo porque en eso está la base para la existencia y el fortalecimiento de nuestro sistema y la ideología socialista que lo caracteriza.
Contamos con una base programática bastante analizada y en proceso de perfeccionamiento. Su puesta en práctica es el camino hacia la preservación de nuestras conquistas y hacia la indispensable prosperidad producto de nuestro trabajo y nuestra inteligencia.
El compañero Raúl ha insistido constantemente en el trabajo colectivo y la responsabilidad individual, en el funcionamiento de las instituciones, en la racionalidad y en el rigor en el quehacer de los dirigentes, en la honestidad y lealtad a los intereses populares.
El camino está trazado y el concepto de lo que debe ser una revolución fue sintetizado magistralmente por Fidel.
Toca a todos los revolucionarios continuar y perfeccionar la obra iniciada. Esa tarea corresponde, por razones obvias, principalmente, a las generaciones más jóvenes.
La ocasión de los actos por el Primero de Mayo es una oportunidad de mostrar nuestra unidad y fortaleza. Pero eso no basta. Esa fuerza ha de caracterizar el trabajo cotidiano posterior, ese que no es para desfiles, sino para elevar las producciones y los servicios, para tener una economía eficiente en la que puedan basarse, con seguridad, nuestros sueños de bienestar común.
En nuestro entorno hay tensiones que ponen en peligro los avances alcanzados en años previos cuando una constelación de políticos progresistas estaba al frente de países clave de la región. El enemigo imperialista ha lanzado su contraofensiva y se vale de lo peor de los residuos de políticos serviles y corruptos para que se deshaga lo alcanzado. La unidad en la diversidad corre peligros.
A la mente vienen los escritos por Martí en octubre de 1883, en artículo publicado en La América, en Nueva York, con el título Argumento de los pueblos de América, que posee una actualidad máxima:
“¡Tan enamorados que andamos de pueblos que tienen poca liga y ningún parentesco con los nuestros, y tan desatendidos que dejamos otros países que viven de nuestra misma alma, y no serán jamás –aunque acá o allá asome un judas la cabeza– más que una gran nación espiritual!”
“… Así vivimos de toda idea y grandeza ajena, que trae cuño de Francia o Norteamérica. Y emplantar bellacamente en suelo en cierto Estado y de cierta historia, ideas nacidas de otro Estado y de otra historia, perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos al mundo –que nos ve desmoronados y como entre nubes– compactos en espíritu y unos en la marcha, ofreciendo a la tierra el espectáculo no visto de una familia de pueblos que adelanta alegremente a iguales pasos en un continente libre.”
“…Todo nuestro anhelo está en poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina. Vemos colosales peligros; vemos manera fácil y brillante de evitarlos; adivinamos, en la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana. Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras.”
“… ¿Por qué batallarían, pues, sino por vanidades pueriles o por hambres ignominiosas, los pueblos de América? ¡Guerras horribles, las guerras de avaros!”
Repitamos, con el gaucho Martín Fierro, que los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera, que si entre ellos se pelean los devoran los de afuera.
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