El arte del libro es amplio y variado. Desde sus orígenes, las formas y maneras de representar y de narrar una historia han sido disímiles. Y aunque siempre se consideró un arte gremial, con el Renacimiento y la invención de la imprenta de tipos móviles por Johannes Gutenberg, cobró otra dimensión. El Humanismo le aportó el carácter democrático y universal que posteriormente asumiría y que terminaría por separarlo definitivamente del medioevo, con sus pendolistas, copistas y amanuenses, con sus scriptorium y sus códices, sus vitelas y pergaminos, con su iluminismo y sus tipografías capitulares y unciales. Con el tiempo, el sistema artesanal que la Edad Media había patentizado se disgregó. Los talleres e imprentas cambiaron y, tras la llegada de la Revolución Industrial, el despegue fue total.
El libro de artista es un caso particular que, aunque se ha desarrollado con más fuerza desde la posmodernidad, tiene sus antecedentes en Dadá y el surrealismo. Con el deseo de querer llevar el arte al ciudadano común, las vanguardias asumieron nuevas estructuras visuales y discursivas, que no siempre cumplieron sus propósitos y, en otros casos, no trascendieron. Es válido recordar que un poco antes Marinetti y Depero diseñan un intento de libro futurista para Zang Tumb Tumb (1914), obra teatral de carácter experimental y sintético. Otro tanto hacen Rodchenko y Moholy-Nagy en la Bauhaus, donde experimentan nuevas maneras de maquetación y diseño.
No obstante los intentos de algunos artistas por regresar a la experimentación gráfica y la no serialidad, con el libro como objeto artístico independiente al sistema editorial, es con Fluxus, el Pop Art y el conceptualismo, cuando se produjeron los primeros libros de artista. El soporte y la técnica variaron considerablemente, así como la estructura y la funcionalidad. Se limitaron a realizar piezas exclusivas y en muy pocas ocasiones, a producir pequeñas ediciones, seriadas y firmadas. La creatividad no fue el elemento fundamental sino el discurso, quedando lo formal supeditado inmediatamente al concepto. Se explotó al máximo el sentido experimental de la obra, se intervinieron libros, se alteraron y se reprodujeron a partir de técnicas como el grabado, el uso de las fotocopiadoras y, más acá, los medios digitales.
En los últimos años, el libro de artista ha experimentado un nuevo amanecer. Reconsiderado otra vez por muchos artistas, se presenta como un medio discursivo fundamental dentro del arte procesual y el arte relacional, pero también para documentar los registros o producir ensayos de artista.
La imagen, el texto y los espacios en blanco continúan determinando su estructura fundamental. La conjugación de estos tres elementos, con el predominio de alguno por encima del otro y las intervenciones morfológicas que sobre estos se realizan, terminan por definir su concepto. En la actualidad el libro de artista asume las estructuras más diversas. Lo mismo como un objeto intermedio entre la escultura, la pintura y el grabado, hasta convertirse en un libro virtual y asumir la reproductibilidad —y negar una de sus características distintivas: el libro como ejemplar único, hecho a mano—, tras la incorporación de las nuevas tecnologías.
El libro de artista nos presenta un campo que merece la pena explotar aún más. Y en ese sentido, Ken Leslie y Nance Shaw, artistas y profesores de la Johnson State College en Vermont, Estados Unidos, han querido compartir sus experiencias con los estudiantes de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro.
En un taller de apenas cuatro horas, en donde participaron trece estudiantes norteamericanos e igual número de estudiantes cubanos, los profesores explicaron el proceso y descubrieron algunos métodos para el diseño y la creación de libros de artista. Una experiencia única, si se quiere, ya que cada uno de los participantes pudo realizar un pequeño ejemplar. El espacio sirvió también para revelar un futuro proyecto de intercambio entre las dos escuelas y una exposición conjunta con los resultados de nuevos talleres.
Los visitantes recorrieron la Academia y compartieron con todos las experiencias del taller. El también profesor de la Johnson State College, Tyrone Shaw, a nombre de la universidad donó una importante colección de libros de arte a la biblioteca de la Academia, antes de terminar posando para un retrato que le realizaron los estudiantes de pintura de cuarto año.
Una velada inolvidable.
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