Una poética muy poco conocida


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La poesía tiene hambre de realidad.

Octavio Paz

Recientemente, a partir del pasado mes de enero, en la Biblioteca Nacional José Martí comenzó a desarrollarse un ciclo de conferencias y debates que tiene como epicentro el análisis de la obra de un grupo de intelectuales nacidos en 1950, es decir, que cumplen setenta años en el presente 2020.

Titulado Reflexiones. Los de 1950 cumplen 70, el primero de estos encuentros se dedicó a la obra literaria de Pedro Juan Gutiérrez, narrador de reconocimiento nacional e internacional y con una obra novelística de las más exitosas de los últimos años en el panorama letrado insular. Sin embargo, no es menos cierto que su poesía es más bien desconocida. El panel que tuvo a cargo el debate de la obra literaria de Pedro Juan estuvo a cargo de Marilyn Bobes, Norberto Codina y el que esto escribe. La moderación estuvo a cargo de Omar Valiño, quien recién se estrenaba como director de la BNJM. Por supuesto, Pedro Juan estuvo presente e intervino después de las presentaciones de los panelistas. Como no hubo posterior divulgación de lo allí discutido, me permito exponer, sintéticamente, el análisis de la poesía de Pedro Juan que expresé en aquella ocasión.

Sin pretender un abordaje académico[1], más bien tomando rápida distancia de ese enfoque, las siguientes palabras se apoyan en la intensa experiencia de la lectura y en la consiguiente tentativa de desentrañar los códigos ocultos de su poética.

La sensación de soledad es lo primero que el lector se encuentra en los poemas de Pedro Juan. Desde La realidad rugiendo. Poesía graficada (1987) hasta sus últimos textos, los versos nos conducen a una soledad como de piedras en el campo. Dicen estas líneas del poema “Los que hablan solos” del citado libro:

por el contrario

de lo que suponemos

muy pocos tenemos valor

para enfrentarnos

y hablar a solas

Toda la poesía de Pedro Juan comienza y termina siendo eso, un soliloquio implacable, un exorcismo ante el espejo que penetra su soledad y constituye un doloroso ajuste de cuentas consigo mismo.

Más adelante, en Poesía (1988), ese enfoque inicial da paso a una revisión del tiempo mediante la referencia a la tan llevada y traída concepción de eternidad: memoria, espirales y ciclos del tiempo, el hombre como materia infinita. En el poemario que sigue, Espléndidos peces plateados (1996), ocho años después, se produce un punto de inflexión hacia una poesía de fuerte matiz narrativo, rasgo que no abandonará su lírica hasta el presente, pero sin dejar de insistir en el tema de la soledad.

Estoy solo, metido dentro de la noche,

como un pájaro de alas enormes….

Soledad en plena aventura del viaje y el silencio metafísico, son las lanzas que atraviesan al poeta, que lo destrozan como ser senti-pensante, dejándole al lector la no menos dolorosa tarea de recoger los fragmentos. Aquí el poeta hace profesión de fe de su libertad, un espacio que habitará en lo adelante como una suerte de soledad expandida: su propia mente, su taller intelectual. Sin embargo, Espléndidos peces…abre una expresividad diferente que perdura hasta hoy.

La poesía de Pedro Juan Gutiérrez es una explícita forma de disidencia con otras maneras de expresarse la lírica cubana de las últimas décadas, es decir, no se parece a ninguna en el panorama actual de la poesía que se gesta en el país. El autor logra escribir desde un delirio lúcido a partir de reflejar en sus versos una experiencia vital de carácter total, que rebasa con mucho al ejercicio retórico. Vista desde una perspectiva central, proteica, es también, y como ya apunté, una profunda exploración de sí mismo, en la que se debate el sentido moralista de quien subvierte valores tradicionales y pone en tensión lo que se supone sean las cualidades espirituales del hombre. Pedro Juan Gutiérrez nos parece decir que el mundo es como es y la literatura no debería escamotear esa realidad sino afirmarla y cuestionarla. Leerlo es plantarnos ante una superficie especular desafiante e incómoda. En su obra, y eso lo veremos más adelante, no solo se registra el dolor individual, sino el de la gente de la calle, el de los hombres, una agonía que alcanzará en Lulú la perdida (2008) un fuerte tono sociológico que no estaba en sus primeros poemas.       

Si la soledad es una presencia de principio a fin en esta poesía, la iracundia también aparecerá a lo largo de los diferentes poemarios e irá tomando fuerza in crescendo. El poema se convierte en un espacio poblado de gritos, blasfemias, rabia, signos de una inconformidad con el entorno y con el mundo que mucho tiene de raíz bukowskiana (aunque el autor haya confesado su tardío encuentro con el poeta maldito). Las duras palabras que enhebran estos versos y poemas no son para nada desalmadas, todo lo contrario, son vocablos frutos de la pasión y que el autor nos avienta para que nombren una realidad terrible, la suya, la nuestra, y para que conformen un concierto, el del lenguaje: ideas sobre ideas articuladas que nombran una realidad; ondas concéntricas que van a morir en un punto ciego del cual renacen. La escisión  del ser en Pedro Juan se resuelve en cólera e ironía, a partes iguales. Enfrentado a su tiempo, se resiste a ver en la sociedad un equivalente a ideología, esa máscara que siempre pretende cubrir todo el rostro social y los valores históricos o humanos.

Me parece oportuno afirmar que el endemoniado viaje a las profundidades morales y la irreverencia del autor, poseen una misma filiación, se interconectan y se alimentan una de la otra. Citaré estas frases de una conferencia que dictó             nuestro autor recientemente para calibrar a fondo lo que expreso:

“Y sobre todo, los lectores o espectadores ¿necesitan realmente de esos libros o películas agresivos, escritos desde la furia? Hace poco encontré la respuesta: sí, son necesarios, hay que bajar al infierno como parte del aprendizaje, hay que transitar por el fuego como parte de este camino mágico y misterioso que es la vida. Si uno es escritor, está en la obligación de descender al infierno, enfrentar a los monstruos y después escribir y arrastrar a los lectores. En esencia eso fue lo que hizo Homero y a partir de ahí, toda la literatura es un remake continuo”.

Y más adelante, precisando su idea: “…sólo quiero coger al lector por el pescuezo y sumergirlo en la mierda social, en lo basureros de la ciudad. Ven, ten valor, ven conmigo para que veas los límites últimos a los que puede descender un ser humano. Y después, si hay un camino de regreso: tú solo te fortalecerás y llenarás tu corazón de amor y compasión, fuerza, coraje y piedad, porque entonces sabrás que no merece la pena vivir como una bestia si podemos hacer algo mejor. Y lo tienes que hacer tú solo, porque, lamento decirte, no hay nada fuera de ti: toda está en tu interior, la luz y la oscuridad”.[2]   

Queda claro pues, según estas palabras, que la procacidad y agresividad que alcanzan ciertos poemas de Pedro Juan Gutiérrez no son gratuitos, mucho menos una pose, forman parte de una bien elaborada certidumbre acerca de su cosmovisión y del papel de la literatura en la vida contemporánea. Ejemplificaré con uno solo de sus poemarios, que no es el más crudo por cierto, en el que el permanente desdoblarse del poeta en heterónimos, alter egos y proyecciones sicológicas alcanza una desmesura sin igual. En Morir en París (2008), el autor se autocalifica como: machito tropical, mamífero juguetón, tímido (o pendejo), grano de polvo necesitado de ternura, boxeador, borracho, hombre perdido, dibujante, ludópata, sádico, sabio japonés, maestro budista, guerrero con sable, demonio lujurioso, fotógrafo, escritorcito de moda, exhibicionista, fornicador perpetuo, buscador de sexo por Internet, lagarto de sangre fría, pornógrafo, escritor de haikús y azotador de mujeres. Una relación plural de personajes y características en los que los de carácter negativo alcanzan mayoría.

En Lulú la perdida (2008) la capacidad delirante del autor alcanza su clímax. Creo que este es un poemario escrito en estado de trance, en un punto gravitatorio particular de su yo escindido, un poemario en el que lo surrealista roza con lo endemoniado y la alucinación del poeta es permanente, de principio a fin. Un fragmento del poema “Mujeres con voz dulce”, da cierta idea de lo que intento decir:

Y me quedo con la furia.

La furia terrible

como un veneno de serpiente

como un ácido

disolviendo

hasta mis huesos.

El mundo se cae en pedazos

y yo

destrozado-tragando alcohol.

En este poemario Johnny Snake o Big Jhonny, aparece como protagonista con sus dos caras, como el viejo Janos, la de respetable poeta y la más compleja que aglutina al sádico libertino y el borracho impenitente con el abusador de sus prostitutas a sueldo o el degustador de la música clásica.

La desmelenada borrachera del poema “Fuego en la Pradera”, con su aliento orweliano y rulfiano a un tiempo, es un texto impresionante, se remarca en el mismo un aliento de crítica social que no abandona el libro en ningún momento, analizando con crudeza a una especie de País de Nunca Jamás que nos provoca cercanas resonancias.

En el texto que da título al libro, Lulú recrimina a Jhonny por su imbecilidad y por ser un iluso poeta, y le dice en uno de los mejores parlamentos versificados:

La poesía no da dinero

no seas estúpido

prestigio, prestigio

entre cuatro gatos que leen tu poesía

actúas como un imbécil.

Todo un ejercicio de autoburla del autor que confiesa no creer ni esperar nada de su poesía y que mucho le agradecemos los que en ocasiones intentamos pergeñar versos; una enseñanza, además, para la crítica más empaquetada o académica. Pedro Juan se introduce aquí en algunos desvaríos metafísicos sobre la muerte, la infinitud de la noche, la locura y la fuga. Johnny Snake, al final del libro y de su vida, se refugiará en la destrucción y la barbarie, descentrado entre las máscaras y el alcohol.

A veces simplifico

Cuando ya no puedo más:

Whisky, tabaco y silencio

En el crepúsculo frente al mar

Cuando se concluye la lectura de este libro nos percatamos de que hemos atravesado un terreno resbaladizo en medio del estercolero social, campo minado por la ironía impenitente del autor, un viaje enloquecido por brumas. Golpes que son preguntas, preguntas que nos hemos hecho muchas veces, infinitas veces. El uso del lenguaje no cede ante la estrategia mencionada, se trata de echar al mar mensajes embotellados.

Las referencias sexuales en esta poesía merecen un abordaje aparte, es tal la presencia del erotismo y del sexo mondo y lirondo en sus poemas, que me hace pensar en unas palabras de Augusto Roa Bastos definitorias sobre el tema: “El sexo es el rey del tiempo. En él vivimos y por él morimos […] Dios mismo ha creado al universo como un sexo sin fin cuya fuerza de gravitación es el deseo”[3]. O de nuevo Cioran: la sexualidad es de lo único que el hombre no se cansa y quien no se entrega a ella se convierte de hecho en una piltrafa. Advierto que el Dios que parece gravitar sobre los poemas de nuestro autor pertenece más bien a los panteones politeistas de la Grecia clásica o del África profunda, o de ambos; en todo caso un Dios priápico y gozador, promiscuo y blasfemo, que vive el sexo como Olimpo y como refugio. Todo en la poesía de Pedro Juan Gutiérrez parece girar en torno a lo sexual. Desde luego que el sexo alcanza, según su visión, poderes de reducción para los dolores sociales, el sexo “salva” o al menos escamotea por momentos la penuria de la pobreza; así se percibe lo promiscuo desde una óptica festiva, como una conducta que permite que la vida sea más tolerable, placer redentor o hambre de vida, orgasmos que nos rescatan de la inmundicia, gemidos copulativos que igualan al más miserable con el millonario, sexo como habitat.

En el mejor de los casos, Pedro Juan ha sugerido a algún entrevistador que lo específico de la sexualidad cubana habría que explicarlo mediante la sociología y la antropología, que no son sus especialidades. Desde luego, el frenesí sexual de su poesía no es solo con las mujeres negras y mestizas, sino con cuanta figura femenina, escandinava o francesa, puta o mujer decente, refiere en sus narrados poemas.

En el propio libro, el poema “Historias de Babilonia”, situado en el contexto de la célebre ciudad, ofrece lecturas que pueden corresponderse con La Habana o cualquier otra ciudad, babélica o no, donde el caos posmoderno ha anidado. La certidumbre del poeta: “La miseria sólo trae más miseria moral y de todo tipo”, parece vertebrar otro de los ejes sobre los que se sostienen las imágenes de sus poemas. Áspero, insolente, iconoclasta, el poeta se mueve en territorios difíciles para inspirar “lo poético”. Una pobreza que llega a la inopia, que crece indeteniblemente, y que va reduciendo al mínimo los valores morales y civiles esenciales. El otro es rebajado al cero social, a una vida de zombie o a refugiarse en el sexo y el alcohol, en el mejor de los casos. La falsa ilusión utópica va quedando rezagada y distante cada vez más de los sectores más pobres (los negros y mestizos dentro de ellos) que no encuentran el rayo de luz dentro de las penumbras del largo túnel. Es, entonces, el momento en que la violencia, la marginalidad, la grosería y la vulgaridad se apoderan del espacio social. Y es este proceso y sus resultados, los que la obra de Pedro Juan Gutiérrez expone crudamente, sin afeites, dándole voz a los sujetos marginales, a los pícaros, a sus heterónimos, que pueden ser cualquier personaje en medio de su caótico universo creativo.

Para Pedro Juan Gutiérrez el tiempo único y posible es el ahora. El infierno del que nos habla tanto en su narrativa como en su poesía está asociado al que nos recrearon Dante y Baudelaire, indistintamente. El presente perpetuo del autor gira sobre sí mismo, renuncia al futuro porque desconoce o niega al pasado. Sin embargo, parece perceptible una cierta nostalgia por una utopía (“me duelen las cicatrices de la utopía”) que ahora parece vacía, un espacio que ha sido ocupado por las carencias sociales y la marginalidad, el “agujero negro” social que también ha descrito el autor y que devora cualquier ilusión fuera del presente.

Una cuestión que no debe quedar fuera del análisis en la poesía que nos ocupa es la recurrente tentativa de Pedro Juan de hacer poesía a través de imágenes visuales. Desde su primer libro La realidad rugiendo… los poemas graficados aparecen con particular fuerza expresiva. Después hará pintura y collages, como alimentando esa necesidad de explorar nuevas formas de crear lo poético. Recientemente hizo nuevas series de collages con textos que merecen, de conjunto, un acercamiento puntual. Todos giran en torno a una cosmovisión del hecho poético, una tradición que se entierra en el tiempo y que es universal.

Pedro Juan, admirador confeso de los pictogramas de las cuevas de Lascaux y Altamira, se sintió atraído desde siempre por las combinaciones en las que la imagen juega un papel tan expresivo como la palabra. Sobre las antiguas pictografías expresó en una entrevista: “La recuperación del sentido de la vida está en los orígenes. En Lascaux y Altamira alguien, hace miles de años, nos dejó una señal para iluminar el camino”.

La obra poética de nuestro autor no ha tenido demasiados acercamientos críticos, recorreré sucintamente los que he podido conocer. Víctor Fowler advierte en sus poemas la renuncia a cualquier exceso metafórico y a construcciones parabólicas o simbólicas para abordar el presente, y lo considera como uno de los más sorprendentes autores en el panorama de la poesía cubana contemporánea. Samanta Rodríguez, en el estudio ya citado, consigna la ausencia de complejidades retóricas, la utilización del intertexto literario, la experiencia de lo real como un cruce de caminos y la unión de la materia verbal y el lenguaje visual como soportes de un único suceso estético potenciador de la ambigüedad del signo; para ella, se trata de una poética sólida. Por último, Teresa Basile, en breve mención, reconoce el empleo del lenguaje coloquial de los poemas, la matriz narrativa y la fuerte presencia de la ciudad y la naturaleza, así como de los tópicos del silencio, el ruido, el yo y el nosotros. Todos coinciden pues en valorar esta obra desde el elogio y el reconocimiento.

La poesía de Pedro Juan Gutiérrez puede leerse como el grito iracundo del insumiso, una conciencia crítica que se ejerce al mostrarnos la fea cara de la realidad y sus implicaciones intelectuales. El lirismo se supedita a la rabia, al desafío de exhibir la vida tal cual es. Lo biográfico que habita en su poesía pertenece a una voluntad de presencia, un apetito del ser: el que escribe como el descrito, sujeto y objeto, metáfora y anécdota, es decir, verbo descarnado hecho sangre.

Esta poesía es, además, la metamorfosis de una sensibilidad rebelde y delicada a un tiempo, pues presta su voz a los desposeídos de expresión, a los sin voz, se pone del lado de los infortunados. Hay mucho de erotismo potente, de melancolía y de estremecimiento enfrentado a las monstruosidades de la realidad, una conciencia agónica y solitaria en medio de la adversidad del entorno. En sus poemas se debate la soledad y el miedo del hombre posmoderno. Conscientemente, el autor decide establecer un distanciamiento de cualquier expresión feliz del usual hacedor de bellos versos, cómodos o agradables al oído, a la vez que adopta un ascetismo o minimalismo del lenguaje en el que la palabra alcanza una capacidad expresiva singular.

Lenguaje que intenta convertirse en signo para unos pocos (ese parece ser el destino de la poesía en este mundo), al tiempo que discurso de la existencia de muchos; palabra como salvoconducto para recorrer el hostil presente. Por esta palabra, Pedro Juan Gutiérrez se transmuta en otros, se sobrepasa, se autoburla, se recorre, se expresa, de ahí la fuerza de su peculiar manera de encarar la poesía, o mejor aún, lo que puede ser considerado, también, como antipoesía.

Para él la poesía es otra dimensión del lenguaje, una facultad para crear imágenes y habitar en ellas. Tanto John Snake como Pedro Juan, como Lulú, sus personajes, pueden exclamar:

Quiero salir del tiempo y el espacio

 Entrar en una dimensión infinita.

NOTA: En febrero el ciclo continuó con el análisis de la obra de Francisco López Sacha y en marzo con la de Alex Pausides. La crisis provocada por la pandemia interrumpió los encuentros, los que serán reanudados una vez se normalice la situación.


[1] En “Conjurar el miedo: la escritura poética de Pedro Juan Gutiérrez”, la profesora argentina Samanta Rodríguez estudia desde esa perspectiva su poesía. Revista Katatay, año VI, núm.8, nov, 2010, Argentina, pp. 120-124. En este número aparece un dossier con dicho texto y otros dos dedicados a su narrativa. El estudio de la académica Rodríguez es muy interesante y pleno de datos sobre la poesía de PJG.

[2] “Apuntes sobre literatura de la violencia en América Latina”, Pedro Juan Gutiérrez, La Jiribilla (de papel), núm.88, La Habana, 2010

[3] Rafael Acosta de Arriba, El signo y la letra, Editorial ICIC Juan Marinello, La Habana, 2001.


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