Una pasión lúcida


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En diversas ocasiones, a lo largo de más de treinta años, tuve el privilegio de conversar con Eusebio Leal sobre Carlos Manuel de Céspedes, figura cardinal de la historia cubana. Conservo celosamente los apuntes de una de nuestras primeras conversaciones, que fue larga y de gran valor para mis investigaciones sobre el bayamés, iniciadas unos años antes. Ocurrió bien temprano en la mañana del 3 de junio de 1986, como acostumbraba Leal cuando quería atender a un interlocutor con la adecuada concentración, en su oficina de entonces en el Palacio de los Capitanes Generales, la misma que había pertenecido a Emilio Roig de Leuchsenring.

En un cuaderno anoté varios de los temas tratados: Céspedes en Martí, Fidel sobre Céspedes, las dificultades de la dirección de la revolución de 1868 con los prohombres de la emigración y la incapacidad de estos para enviar expediciones y ayuda a los mambises, los enormes sacrificios que significó la guerra para el clan de los Céspedes, el abolicionismo del bayamés y otros asuntos de interés. Comprobé, desde ese instante, que a él le motivaba mucho la condición de cubano cubanísimo de Céspedes, al ser el primer mambí, el primero que rompió las cadenas de la dominación española.

Leal tenía elaborado un retrato muy nítido del terrateniente e intelectual, del dandy joven, ajedrecista, bailador, actor de teatro, poeta, esgrimista y jinete (a lo tártaro, como decía Céspedes de su formación ecuestre), una imagen muy bien construida sobre la base de sus intensas lecturas y profundas investigaciones acerca de la figura del Iniciador. No menos le interesaban a Leal las características íntimas de la personalidad, el carácter, las tribulaciones que sufrió Céspedes a partir de su incorporación a la batalla independentista, los familiares que perdió en la contienda (entre ellos dos hijos) y las luchas fraticidas, la división, el regionalismo y las muestras de anexionismo y derrotismo de algunos de los patriotas más prominentes incorporados a la revolución.  Sin embargo, donde más interés alcanzaban nuestras charlas era cuando Leal abordaba el pensamiento cespedista. Brotaba con mayor intensidad una imagen muy estructurada en su mente sobre el Céspedes republicano, masón y revolucionario, sobre sus dotes de liderazgo y los sacrificios de todo tipo que sus convicciones le llevaron a hacer. Leal era deudor de las opiniones cespedianas de Cintio Vitier, Jorge Ibarra Cuesta y Hortensia Pichardo, sobre todo de esta última, quien había indagado en la vida y obra del bayamés, más que ningún otro estudioso en el gremio de los historiadores.

Leal había meditado mucho sobre Céspedes y sus circunstancias, sobre las colosales complejidades históricas de la revolución social y antiesclavista que había echado a andar el 10 de octubre de 1868 en su finca La Demajagua. Le gustaba compartir esas reflexiones. En mi caso, que a mediados de los ochenta del pasado siglo estaba apenas comenzando los estudios sobre Céspedes, el vínculo personal con Eusebio (también con la Pichardo, Moreno Fraginals, Le Riverend e Ibarra Cuesta) constituyó una ayuda inapreciable. En algunas de estas conversaciones participaba nuestro amigo común Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, tataranieto del patriota, quien aportaba información de índole familiar. Aquellas charlas con Eusebio por más de tres décadas fueron fundamentales en mi crecimiento como historiador. De hecho, cuando se publicó en 1994, Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, le pedí que lo presentara en el Palacio de los Capitanes Generales, lo cual hizo; y en 1999, cuando terminé Los silencios quebrados de San Lorenzo, generosamente escribió el prólogo del libro.

El anhelo investigativo de Leal por todo lo que tuviera relación con Céspedes era fuerte y sostenido, era una pasión, una pasión lúcida. Recuerdo una ocasión, en vísperas de un viaje suyo a Madrid, que me preguntó sobre el juego de ajedrez de madera que tenía Céspedes en San Lorenzo cuando lo asaltaron y dieron muerte los soldados españoles, con el propósito de encontrarlo y recuperarlo. No fue posible, a pesar de que llevó consigo una buena información al respecto. También recuerdo el día que Leal defendió brillantemente su doctorado en Ciencias Históricas. Fue algo insólito. Eusebio, mientras hablaba de Céspedes, fue interrumpido con cerrados aplausos en repetidas ocasiones por el tribunal y el público allí presente, algo nunca visto en un ejercicio de esa naturaleza. Por supuesto, no miró ni una sola vez para el documento contentivo de la tesis, todo estaba en su cabeza y en su caudalosa oratoria.

Muchas de sus reflexiones sobre el gran bayamés aparecen en la introducción de El diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, desde entonces un texto de obligada consulta para quienes deseen conocer sobre el Padre de la Patria. Pero era en su conversación íntima donde su admiración y profundo respeto por la figura se convertían y desplegaban en frases muy logradas y vibrantes. En 1999 viajamos juntos a San Lorenzo, a la conmemoración de la muerte de Céspedes, donde dio uno de sus magistrales discursos, tal y como ocurrió el 18 de abril de 2019, cuando pronunció una inspirada disertación al cumplirse el bicentenario del nacimiento de Céspedes, en la Plaza de Armas de Bayamo, prácticamente el único homenaje de carácter nacional que se le dedicó al fundador, además del que realizaron también por esos días los historiadores cubanos en su congreso en esa ciudad oriental. La exposición de Leal representó el gran tributo de los cubanos al patriota en su bicentenario. Su frase, repetida una y otra vez, “Céspedes es la piedra angular de la historia de Cuba”, tiene el significado de todo un ensayo o artículo, es emblemática por veraz y sintética.

Lo que hizo Eusebio año tras año, todos los 10 de octubre, al pie de la estatua del prócer en la Plaza de Armas, no tiene paralelo, pues constituyó un homenaje de pueblo, académicos, trabajadores de la Oficina del Historiador y dirigentes estatales al insigne patriota. Cada 10 de octubre amanecía la estatua de Céspedes rodeada de ramos de flores y se cantaba el Himno Nacional. De esta manera, Leal hizo mucho por mantener vivo el recuerdo de Carlos Manuel de Céspedes entre los cubanos. Seguramente sus colaboradores, que con tanta devoción lo siguieron en su cruzada por la conservación y recuperación del patrimonio de la parte vieja de la ciudad y en toda la vasta obra social que realizó al frente de la Oficina del Historiador, mantendrán viva esta tradición tan hermosa y patriótica.


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