No creo decir nada exagerado al considerar que el Diccionario histórico-biográfico de Baracoa con elementos de su geografía y tradiciones será de referencia obligada cuando de hablar sobre Baracoa se trate. Ha sido publicado por la Editora Política, con 448 páginas. Su autor, Fidel Aguirre Gamboa, es un baracoeso que ha querido homenajear a su ciudad natal con este libro, el cual tiene que haberle costado varios años de investigaciones.
El libro es histórico por cuanto trata de una serie de artículos eminentemente históricos. Por ejemplo, en el artículo Franceses permite conocer las relaciones que tuvo Baracoa con galos en diferentes etapas: primero, cuando corsarios piratas de tal nacionalidad invadieron en varias oportunidades el poblado en los siglos xvi y xvii; después, cuando la francesa Casa de Borbón entró a gobernar en España los franceses y españoles en la Ciudad Primada se llevaron como familia —al igual que en todas las dependencias españolas no solamente en Cuba, sino en el orbe—. Más tarde, cuando la Revolución Haitiana, por la cercanía de Baracoa con Haití, llegaron muchas familias francesas y sus descendientes, y no solo ellos, sino también varias familias mulatas haitianas para refugiarse de las atrocidades de los esclavos empoderados, atrocidades estas que nunca tuvieron comparación con las de los esclavistas franceses para con sus esclavos. Posteriormente, la irrupción napoleónica en España con la imposición de un rey hermano de Napoleón en el trono español trajo a los baracoesos y las autoridades españolas el temor de que los oriundos de Francia en el territorio fueran a sublevarse, y esto fue óbice para otra interrupción de las relaciones franco-baracoesas. Este artículo, que se extiende por seis páginas del diccionario, es uno de los más interesantes, no solo por lo que se expone, sino por la forma en que está expuesto y por cómo se analiza cada una de las diferentes situaciones. Finaliza al citar los apellidos franceses, en una gran lista, que hasta hoy inundan el mestizaje que forman la realidad de Baracoa.
Otra de las entradas o artículos que se nos ofrece en el libro es el correspondiente a “Periódicos impresos en la ciudad que vieron la luz en diferentes etapas”, el cual trae, según listas de distintos catálogos, más de setenta títulos, pero de ellos, hay uno que se repite a través del tiempo y las etapas, y se trata de La Semana.
Algo curioso nos trae este diccionario de Fidel Aguirre: Se trata de una muy grande, inmensa lista de “Apodos”, incluida en el artículo titulado de igual manera. Y entre ellos están: Pindingo, Talango, Purrugumino, Quinidio, Gallobolo y un sin fin de ellos, que se incluyen citados sin ordenamiento alguno, tal parece que como les fueron llegando a la memoria del autor o como fueron “aterrizando” en el tiempo de la investigación, pues me imagino que estos apodos pertenecieron a personas que pudieron existir hace cualquier cantidad de años, y fueron traídos al diccionario por la cooperación de los informantes del autor. Sin embargo, acerca de este trabajo pienso que debió incluirse por qué se les decía así a estas personas y algún otro dato adicional sobre ellas para satisfacer a los lectores —como en este caso yo— curiosos.
Entre los artículos históricos que aparecen en este diccionario es de destacar el titulado “Combates librados por el Ejército Libertador”, en el cual se detalla los habidos en la zona de Baracoa y el autor los divide en cuatro partes, a saber: “Durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878)”; “Durante la Guerra Chiquita”; “Durante la Guerra de Independencia (1895-1898)” y “Combates librados por el Ejército Rebelde”. Quizá alguien piense que se trata de un error, pues, obviamente discrepa con el título del artículo incluir a los combates del Ejército Rebelde en esta lista, pero no contraviene con el espíritu de la obra, y es que el autor ha entendido, como en realidad es, la lucha del Ejército Rebelde como una continuación de las del mambí Ejército Libertador.
También, a continuación de lo anterior, viene la entrada “Combatientes internacionalistas caídos en Angola y Etiopía”.
De sumo interés resultan las síntesis de las diferentes expediciones mambisas cuyos desembarcos tuvieron lugar en zonas de Baracoa, así como las pequeñas notas acerca de los expedicionarios de cada una. Por ejemplo, consúltense las entradas “Expedición de Limbano Sánchez, el 17 de mayo de l885”; “Expedición Crombet-Maceo. Duaba, 1ro. de abril de 1895”; “Expedición Gómez-Martí. Playitas de Cajobabo, 11 de abril de l895”; “Expedición del general Calixto García Íñiguez [24 de marzo de l876]”.
Es biográfico el diccionario de Fidel Aguirre y en este caso no solamente nos brinda síntesis biográficas de naturales del terruño baracoeso, sino también de cualquier otra persona que haya tenido relación directa con la Primada de Cuba. Voy a comentar tres casos, dos de naturales de Baracoa y uno de un habanero que vivió años en la primera villa cubana y ejerció allí como médico:
En la entrada “Limia Noa, Miguel” podemos encontrar algunos datos de este periodista y escritor que nació en Baracoa y vivió muy pocos años, solamente 32 (1900-1932), pero tuvo una agitada vida habanera mientras esperaba irse a vivir a París, lo cual nunca logró. Se relacionó en La Habana con lo más conspicuo de la intelectualidad joven de su época, sobre todo con Rubén Martínez Villena y con José Zacarías Tallet. El joven Rubén vaticinó un encomiable futuro para Miguel Ángel Limia, cuando dijo: “Y Limia es un buen prosista; uno de nuestros mejores prosistas”. Sin embargo, ya lo dije, finalmente, regresó a Baracoa y fundó el periódico El Espectador. Allí permaneció hasta cuando, muy joven, le sobrevino la muerte.
En el libro se incluyen tres anécdotas acerca de Miguel Ángel Limia en su estancia habanera y cualquiera de ellas nos hará sonreír. Aunque vivió algunos años en La Habana —a la que llamaba “la Ciudad Idiota”—, dejó una honda huella en ella. Las anécdotas las ofreció José Zacarías Tallet y fueron incluidas en el libro Cosas jocosas en poesía y prosa de la vida de José Z. Tallet. Sin embargo, faltó una en que José Zacarías Tallet lo tilda de “sinvergüenzote” y es la siguiente:
El caso es que existía una buena amistad entre Miguel Ángel Limia y el poeta nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez. Como Limia pasaba de vez en cuando una racha de penurias económicas mientras estaba a la espera de que su familia en Baracoa le enviara una vez más una buena cantidad de dinero —pues para la fecha eso eran doscientos pesos, que los “devoraba” en un santiamén—, se encontraba en esa misma situación, es decir, con una mano alante y otra atrás, cuando sucedió este hecho. Por garantizar el plato diario de comida que le daba a Limia la esposa de Avilés, dijo a esta algo que nunca debió decir. Por tal motivo, Avilés amenazó con matar a Limia. Entonces el baracoeso se echó un revólver encima. Y para resolver este penoso asunto se ofreció Rubén Martínez Villena.
En definitiva, tuvo Rubén que celebrar una reunión con ambos, en la biblioteca de su casa, y los sentó a cada uno en un extremo de la larga mesa que había allí y se resolvió bajo juramento que no se hablaría más de muerte. Solamente Rubén Martínez Villena pudo lograr que se toleraran.
La segunda de las síntesis biográficas incluidas en este Diccionario histórico-biográfico... y que voy a comentar es la de la entrada: “León Roger, José de la Luz”. Se trata de quien nació en el siglo xix y vivió casi noventa años (l892-l981). En su juventud José de la Luz León fundó en Baracoa la revista Alma Joven (1913) y el periódico El Campesino (1914). Sin embargo, pronto se trasladó a la capital cubana y estudió la carrera diplomática, la cual ejerció en diferentes países y también en organismos internacionales, como la Sociedad de las Naciones, antecesora de la Organización de las Naciones Unidas. Recibió importantes condecoraciones en Cuba y en el extranjero. Fue miembro de importantes academias nacionales y extranjeras, entre ellas de la Academia Cubana de la Lengua. Escribió varios libros, entre ellos Amiel o la incapacidad de amar, y también colaboró asiduamente con diferentes medios de la prensa cubana.
En los últimos años estuvo colaborando en el periódico El Mundo, y muchos seguían sus trabajos, que allí firmaba con el seudónimo con el que brilló en el periodismo cubano: Clara del Claro Valle. Fue un gran defensor del gentilicio baracoeso, baracoesa, para los naturales de su Baracoa, por histórico, anteponiéndolo a cualquier otro que se quisiera imponer en los tiempos que corrían últimamente.
He escogido a estos dos naturales de Baracoa entre la gran cantidad de personas biografiadas en este diccionario por las razones siguientes:
Aunque nunca conocí a Limia, quien falleció unos diez años antes de que yo naciera, fue un personaje de quien siempre hablaba esa simpatiquísima persona que fue mi gran amigo José Zacarías Tallet, pues él sí había conocido y disfrutado a Limia en sus locas ocurrencias en su juventud. Habían pasado más de cincuenta años en que ellos se trataron y Tallet contaba sus anécdotas como si fueran de tiempo reciente.
A José de la Luz León lo conocí personalmente. Y en su honor, solamente para mí es baracoeso el gentilicio a emplear cuando se habla del natural de Baracoa. Había que haber visto con la fuerza que lo defendía, a capa y espada. También era partidario de un adjetivo que él entendía más apropiado que “martiano” para todo ‘lo relacionado con José Martí’, y era martiense, pero también me dijo estar seguro de que ese cambio no tendría mucho éxito debido a los muchos años que se venía utilizando “martiano” no solo en Cuba, sino en todo el mundo.
¿Y por qué ese seudónimo de Clara del Claro Valle? Se lo pregunté. Me dijo que era para despistar bien. No me atreví a insistir que ¿para despistar bien a quién? Quizá, pensé yo entonces, porque lo de Claro Valle nada tendría que ver con las montañas baracoesas. Puede ser. Sin embargo, fui testigo de cómo el público buscaba en El Mundo los trabajos que él escribía, y muchas personas creían que era una mujer la periodista.
La última de las biografías resumidas en el diccionario de Fidel Aguirre que voy a comentar está en la entrada: “Valdés Domínguez, Fermín” y es, quizás, la más extensa de estas síntesis biográficas en el libro.
Fermín Valdés Domínguez fue el mejor amigo de Martí desde niño. Nacieron ambos en La Habana en el mismo año de 1853. Juntos conspiraron contra el colonialismo español entronizado en su tierra natal desde antes de tener dieciséis años cumplidos. Cuando Fermín contaba con dieciocho años se vio envuelto, junto con todos los compañeros de su año en la carrera de Medicina, en la acusación del Gobierno colonial por la supuesta profanación de la lápida de la tumba de un furibundo defensor de España en sus colonias caribeñas: el periodista español Gonzalo Castañón. En el famoso, por horrendo, juicio en que por sorteo se decidió fusilar a ocho de los estudiantes y al resto a diferentes tiempos de prisión, a Valdés Domínguez lo sancionaron a seis meses en la cárcel. Después se fue a España para continuar su carrera de Medicina.
En 1886 decide trasladarse a Baracoa y allí va a ejercer como médico, donde, además, realizó algunos estudios de Arqueología, Antropología y Sanidad Vegetal, y en tales campos colaboró estrechamente con el sabio cubano Carlos de la Torre, pues aportó el hallazgo de cuatro cráneos deformados, varios huesos humanos y utensilios de barro encontrados en una cueva en Maisí. Además, Carlos de la Torre le atribuyó el mérito de ser el descubridor de un parásito que era el agente destructor de los campos de cocoteros de Baracoa.
Su labor como médico en la localidad, al atender a los enfermos en medio de aguaceros tremendos sin importar la lejanía en que se encontrara o si había que cruzar por ríos revueltos, fue reconocida por el gobierno de la ciudad. Murió joven, en La Habana, a los 57 años.
Realmente, y vuelvo a repetirlo, este trabajo que nos ha regalado Fidel Aguirre es algo muy importante, pero no solo para los naturales de Baracoa, o para los oriundos de la provincia de Guantánamo donde se encuentra enclavada la Primada de Cuba, sino para todos aquellos de cualquier lugar que precisen tener algún dato de esta porción del territorio nacional. La cantidad de datos que contiene le da la debida carta de identificación como una obra precisa de investigación. Además, y no podemos dejar de anotarlo, su lectura se hace muy grata. Quizás otros investigadores nos ofrezcan en un futuro libros parecidos, semejantes, sobre otras de las primeras villas cubanas o de cualquier otra ciudad de Cuba. Es un buen campo para emular.
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