El escritor uruguayo Eduardo Galeano falleció este lunes en Montevideo, Uruguay a la edad de 74 años. Había ingresado en un hospital a causa de un cáncer de pulmón. Horas antes, del otro lado del mundo, fallecía a los 87 años el premio Nobel de Literatura Günter Grass en la ciudad de Lübek, Alemania.
Progreso Semanal les rinde homenaje a través de estos textos de escritores e intelectuales cubanos, quienes, en pocas líneas, recorren varias de las aristas más importantes de estos creadores que trascendieron el ámbito de la literatura para convertirse en la mirada crítica de las sociedades que les tocó vivir.
Leonardo Padura, uno de los escritores cubanos más leídos en los últimos años, autor de novelas tan conocidas como La novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros y Herejes.
Se suele hablar de coincidencias felices y de confluencias dolorosas, hasta convertir estas expresiones en fórmulas manidas. En esta ocasión la muerte de dos grandes intelectuales ocurre con pocas horas de diferencia, en una casi obscena elección del destino (quizás divino), capaz de conseguir que la frase hecha se llene de sentido: es una verdadera confluencia dolorosa.
Günter Grass, Premio Nóbel de Literatura, una de las conciencias críticas de su país y del mundo ha muerto en Alemania; Eduardo Galeano, el incombustible Eduardo, que nos ayudó a tener una conciencia crítica de América Latina y del mundo en que vivimos y viviremos, ha muerto en su natal Uruguay. Así, de un golpe, la inteligencia universal ha perdido a estos dos eternos inconformes, verdaderos intelectuales orgánicos atados a sus compromisos: con la humanidad y con la literatura.
Si la experiencia del entronizamiento del nacionalsocialismo alemán y la guerra marcó la vida y la obra de Grass, la del sueño revolucionario, sus frustraciones y la utopía de su redefinición, acompañaron el trabajo de Galeano hasta los últimos textos que escribiera. Sus visiones del mundo siempre fueron críticas y aceradas, como consecuencia de un compromiso civil y ético que ambos exhibieron en un grado superlativo.
No solo la literatura europea, latinoamericana y universal se resienten con estas pérdidas confluyentes. Pierde la sociedad humana pues Günter Grass y Eduardo Galeano fueron dos de sus más admirables exponentes. La capacidad de estos intelectuales para hacernos mirar críticamente nuestro presente, con temores y esperanzas nuestro futuro y para comprender trágicamente nuestro pasado histórico reciente o remoto fue un lujo del que disfrutamos sus contemporáneos. Y en un tiempo que se va llenando de improvisaciones veloces, de banalidades sucesivas, de espectacularidades mediáticas, necesariamente sentiremos más la pérdida de estos dos creadores de belleza y pensamiento, capaces de ejercer la más dura crítica de su circunstancia y hasta de sus propias ideas sobre ellas, de evolucionar y cambiar para mejorar su relación con las sociedades locales y universales para las que trabajaron, un mundo que nos ayudaron a comprender, con la honestidad y la libertad que fue su bandera y que debería ser la bandera de todos los escritores y ciudadanos del mundo.
Una dolorosa confluencia.
Aurelio Alonso, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2012, subdirector de la revista Casa de Las Américas, ha publicado más de 20 libros entre los que destacamos: Iglesia y política en Cuba, La guerra de la paz y El laberinto tras la caída del muro.
Eduardo Galeano nos deja cuando Obama acaba de hacernos recordar, con un discurso de matices esperanzadores, que seis años atrás, el presidente Chávez había puesto en sus manos el incomparable ensayo de 1971, Las venas abiertas de América Latina, con la aspiración de ayudar al joven mandatario estadounidense a conocernos mejor. No hizo falta que reconociera haberlo leído. El hecho es que fue aquel ensayo un ejercicio de síntesis sin paralelo en el cual Galeano dejó como legado una pieza única, en nuestra lengua, para entender la profunda verdad de la tragedia americana. Una obra para todos los tiempos, para todas las geografías, para todos los públicos, relanzada por la feliz iniciativa del líder bolivariano, que lo convertía, tres décadas después de haber sido escrito, en uno de los libros más leídos del siglo en nuestro idioma. Nunca sabremos si lo tomó en cuenta también el inquilino de la Casa Blanca para anunciar, antes de llegada la hora de abandonar su mandato, un giro en la política hacia Latinoamericana, en el cual toca a Cuba hacer visible el eje mismo del cambio.
Que tenga sentido o no esta asociación no importa: en uno u otro caso no va a ser posible ya descartar una sintonía entre ambos episodios. Con Galeano perdemos a un pensador en quien la veracidad y el ingenio, el compromiso y la crítica, la irreverencia y el respeto nunca resultan incongruentes. Lo considero una de las grandes plumas de la ensayística de nuestro tiempo. En una entrevista televisada en febrero de 2012 afirmaba que «las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio». Con su genial ironía Galeano remitía la cita a Juan Carlos Onetti, su maestro, quién la atribuía a su vez a un viejo proverbio Chino. Galeano sabía que era falso, y que era un truco de Onetti para reforzar su credibilidad. Lo cierto es que este rigor del lenguaje ha sido un principio que se arraiga e informa cada vez más la ensayística de Galeano, y que se perfila en toda su obra de los últimos años.
Con la muerte de Eduardo Galeano decimos adiós a una de las figuras más originales en el presente y el futuro de la inteligencia latinoamericana. Mucho es lo que le debemos sus contemporáneos, y las generaciones más jóvenes sabrán apreciarlo. No tendremos la satisfacción de volverlo a encontrar en la Casa de las Américas, por donde entró a nuestro mundo, y donde hace tres años tuvimos la suerte de que nos acompañara por última vez. Pero estará siempre presente en su legado.
La Habana, 13 de abril de 2015.
Germán Piniella (La Habana, 1935) es periodista, narrador, traductor literario y crítico musical. Ha publicado la antología de jóvenes poetas y narradores Punto de Partida, conjuntamente con Raúl Rivero (Pluma en ristre, 1970); el cuaderno de cuentos Otra vez al camino (Pluma en Ristre, 1971), finalista del Premio David 1969; el libro de cultura culinaria Comiendo con Doña Lita (Editorial Arte y Literatura, 2010), en coautoría con Amelia Rodríguez, y la novela policíaca Un toque de melancolía (Ediciones Unión, 2013). Sus cuentos han sido incluidos en antologías cubanas y extranjeras.
Ahora mismo, hace unos minutos, supe del fallecimiento de Eduardo Galeano, y casi sin pausa me entero de la muerte de Günter Grass. Ambos fueron escritores que admiré, aunque en el caso de Galeano está también el profundo hecho de la amistad.
Si a partir de su primera novela El tambor de hojalata”, con la que Grass obtuvo reputación internacional, fue considerado durante muchos años como la “conciencia moral” de Alemania en los años posteriores a la 2da. Guerra Mundial, Galeano con su obra, en especial Las venas abiertas de América Latina, se convirtió en el cronista del pillaje y la explotación del subcontinente, una conciencia crítica del mayor genocidio humano y económico de pueblos conquistados, escrita además con la poesía que no acostumbran tener la historia y la ensayística.
Grass fue para mí un descubrimiento literario cuando cayó en mis manos la edición en español de su primera novela. Quizás en aquel momento solo me deslumbró su escritura y no fui capaz de entender el alcance de su compromiso social, como sí lo hice más tarde. Pecado de juventud.
Con Galeano fue a la inversa. Lo conocí en 1970, cuando vino a Cuba por primera vez a formar parte del jurado del Premio Casa de las Américas y lo descubrí como el ser humano apasionado que siempre fue. Hubo muchas horas de conversación, allá en la entonces Isla de Pinos, en Casa de las Américas y en la mía. No fue hasta el año siguiente, cuando se publicó la primera de muchas ediciones de Las venas abiertas…que lo descubrí en su dimensión literaria. Luego vino lo demás: las obras que seguían su militancia de la vida, una honestidad sideral y una entrega sin fin. Recuerdo que en otra visita a Cuba durante sus años de exilio, en época en que las dictaduras campeaban en el Cono Sur y muchos habían abandonado la lucha por creer perdido irremediablemente el triunfo, Eduardo me dijo algo que había aprendido de muy joven y que he convertido en una de mis divisas: “Un hombre puede perderlo todo; pero no tiene derecho a perder la esperanza”.
Cuando la Academia sueca honró a Grass con el premio Nobel de Literatura en 1999, elogió al autor por “haber logrado revivir la literatura alemana tras la era nazi”.
“Con el Tambor de Hojalata”, indicó la Academia, “la literatura alemana ha tenido un nuevo comienzo después de décadas de destrucción lingüística y moral”.
Eduardo Galeano no ganó un premio literario de esa magnitud. La temática de su vasta obra y su quehacer político le cerraron las puertas de la gran industria del libro, a pesar de que su ensayo se convirtiera en un best-seller al estilo de otra literatura más al uso. Incluso Las venas… solo obtuvo mención en el Premio Casa de Ensayo, aunque posteriormente fue premiado con el Premio en novela y en cuento. Sin embargo, su dimensión profesional y política lo sitúa más allá de supuestos logros por habernos entregado su mirada incisiva de la historia, y por no haber perdido jamás la esperanza.
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