Tanto en Camagüey, como en la ciudad de La Habana, el destacado maestro del dibujo, la pintura y la escultura, Juan Albaijés Ciurana entabló estrechos lazos de amistad con reconocidas personalidades de la cultura, el arte y las ciencias, entre las que sobresalen sus vínculos fraternos con el eminente Doctor Carlos Juan Finlay, a quien en 1907 el Instituto de Medicina Tropical de Liverpol, en Inglaterra, le otorgó la Medalla Mary Kingsley, condecoración destinada a científicos con aportes relevantes en el campo de las enfermedades infecciosas, medalla que recibió en acto solemne en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
El célebre médico cubano fue asimismo acreedor del Premio Bréant, de la Academia de Ciencias de Francia; y en 1908 de la Orden de la Legión de Honor, trascendental condecoración que otorga el gobierno francés a hombres y mujeres, naturales o extranjeros, por méritos extraordinarios en el ámbito civil o militar.
El lienzo pintado en 1948 por Albaijés evoca este último y trascendental acontecimiento en la vida de su gran amigo y rememora su etapa de plena madurez profesional, en tiempos en que era Presidente de Honor de la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia, función que asumió hasta su muerte el 19 de agosto de 1915 en su residencia del Paseo del Prado en La Habana.
Albaijés destaca en su pintura la canicie del cabello, del bigote y de las copiosas patillas que adornan la cara del sabio. En el texto titulado El Finlay de Albaijés, de Jorge Eduardo Abreu Ugarte, de la Universidad de Ciencias Médicas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la descripción del lienzo específica, además: “Usa espejuelos de moldura fina de oro, cejas copiosas y brillantes ojos de afable mirada. Viste con sobriedad un gabán oscuro, pechera blanca y lazo negro. Erguido de pie en postura expositiva, su rostro expresa la nobleza del benefactor...”.
Albaijés —agrega— “representó al benemérito médico, en el ámbito ceremonial en que recibió la Orden de la Legión de Honor el 3 de diciembre de 1908 en la Academia de Ciencias de Cuba, un acto solemne para celebrar su 75 cumpleaños, ocasión en que colocaron su retrato, en la galería de hombres de destinos ejemplares”.
Un maestro poco conocido
El maestro catalán, totalmente desconocido entre las nuevas generaciones —sobre todo de los artistas, que debieran conocer y estudiar su legado a las artes visuales en Cuba— asimismo fue amigo de algunos de los más relevantes cultivadores de la pintura y la cultura insular, como Leopoldo Romañach, Armando García Menocal, Carlos Enríquez, Víctor Manuel y Amelia Peláez, además del propio Manuel Corona y el gran trovador Rosendo Ruiz; así como fue admirador y devoto del quehacer de prestigiosas figuras camagüeyanas como Nicolás Guillén y Jorge (Nené) González Allué y del pintor Fidelio Ponce de León, a quien procuraba ver durante sus recorridos por la capital y lamentaba su creciente deterioro físico debido al alcoholismo, y más tarde por la tuberculosis, que le condujeron a una prematura muerte.
Albaijés murió rodeado de sus hijos —trajo al mundo 14 descendientes con su única cónyuge Angelina—, y nietos. La noticia recorrió todo el país a través de la radio y varios medios de prensa. El influyente rotativo El Camagüeyano, daba de este modo la lamentable pérdida: “Rendido al paso de los años, y a implacable dolencia que fue minando su vida, falleció en las primeras horas del viernes, el señor Don Juan Albaijés Ciurana, caballero respetable que por su actuación ejemplar se hizo querer por cuantos le trataron.
“El extinto se distinguió por su arte. En casi todos los templos de la ciudad, queda un recuerdo suyo, no solo en obras pictóricas sino en esculturas también, pues Don Juan Albaijés tenía especialidad en el arte religioso”.
Por su parte, la Parroquia de La Soledad, donde descansan sus restos, emitió un suelto en el que expresa: “Rogad a Dios por el alma del Sr. JUAN ALBAIJÉS CIURANA que murió cristianamente el día 8 de abril de 1949.
“Los Excmos y Rvdmos Sr. Arzobispo de Santiago de Cuba y Sr. Obispo de Camagüey se han dignado conceder en la forma acostumbrada por la Iglesia 200 y 100 días de Indulgencias por cada sufragio que se haga en favor del alma del Sr. Juan Albaijés Ciurana”. (Sic.).
En otro impreso distribuido por esa Parroquia construida entre los años 1733 y 1736 se enfatiza: “A la memoria del Sr. Juan Albaijés Ciurana, inolvidable Presidente de nuestra Junta Parroquial, que como eximio artista reprodujo tantas veces la imagen de Jesucristo en la pintura y la escultura y con sentida piedad la supo reproducir en sí mismo y en los demás; las Ramas de Acción Católica, todas las Asociaciones, feligreses y Parroco queremos dejar constancia de su vida ejemplar para que mirándonos en ella y como en límpido espejo, le imitemos en sus cristianas virtudes y especialmente en su amor a la Sagrada Eucaristía y en su muy tierna devoción a la Santísima Virgen
“Pbro. Dr. Miguel Becerril Blazquez” (Sic).
Santa Cecilia: pintura de múltiples significados
Evidentemente influenciado por la infinidad de obras recreadas en la mártir católica tocando el órgano, el pintor Catalán hizo su lienzo a la edad de 48 años, durante una de las etapas más prolíficas de su carrera artística, luego de conocer similares inspiraciones de algunos de los más connotados creadores europeos, como la del pintor flamenco de presumible origen italiano, Ambrosius Benson (Región de Lombadía, 1490-1500?-Brujas, enero de 1550); y el lienzo titulado Santa Cecilia tocando el órgano, 1620, de Matteo Rosselli (Florencia, 10 de agosto de 1578-18 de enero de 1650) conocido por sus grandes pinturas de tema históricos.
Pero sin lugar a dudas la pieza que más relación guarda con la de Albaijés, desde el punto de vista compositivo, es el relieve en mármol Santa Cecilia de Roma, del escultor y profesor universitario alemán Balthasar Schmitt (Aschach, Bad Bocklet, 29 de mayo de 1858-Munich, 1 de mayo de 1942), en el que aparece una figura femenina tocando un órgano y en el fondo dos infantes entonando un cántico acompañados de su música.
Por supuesto, ni la concepción de la imagen (vestuario, posición, fisionomía…), ni el entorno que conforma el discurso plástico de Albaijés nada tienen que ver con aquella suntuosa pieza tallada en mármol blanco.
Aunque en su breve disertación —anteriormente mencionada— Elementos para el estudio de la iconografía musical en el Puerto Príncipe del siglo XIX, Verónica Elvira Fernández afirma que en el cuadro de Albaijés aparece “una mujer joven ejecutando al piano”, y agrega: “sobre un fondo oscuro del cual no se perciben otros contornos”, existe un lamentable error de apreciación visual, pues en realidad el pintor fue extremadamente cuidadoso en la ejecución de este cuadro, en el que —vale destacar— no hace alusión, como tampoco la mayoría de sus colegas inspirados en la mártir romana, a este instrumento musical, sino al órgano, un artilugio muy utilizado en los templos religiosos, el cual produce sonido al conducir aire insuflado por medio de una turbina con un fuelle, a través de unos tubos preseleccionados desde un teclado, de los que se originan distintos timbres, tonos y volúmenes que el ejecutante (llamado organista) puede emplear individualmente o en combinación, mediante el uso de controles llamados registros. El órgano es un artefacto de viento o aerófono adscrito a la categoría de instrumentos de teclado y, también, dentro de la subcategoría de aire insuflado, junto al acordeón y el armonio. Nada que ver con el piano.
De igual forma, en su original versión de Retrato de joven o Santa Cecilia, cierto es que el fondo del lienzo es oscuro, pero en este claramente sí sobresalen otros “contornos” —contrario a lo expresado por Verónica Elvira Fernández—, como un difuso cortinaje que cubre la parte superior del órgano y una gruesa columna a la derecha del lienzo.
En su artículo, la especialista afirma, además, que esta “pintura interesa por dos razones fundamentales: una, la presencia del piano y otra, el título de la pieza”. Dicho de tal modo, amén de los errores relacionados con la presencia de un piano y la ausencia de “contornos” en el fondo, se ignoran los valores estéticos de una iconografía con marcado acento de la escuela española romántica, de la que existen pocos referentes en el museo de Camagüey; en tanto se desconocen los méritos profesionales en la calidad del dibujo, el adecuado uso de los colores y la expresividad del discurso de Retrato de joven o Santa Cecilia, encontrada en el conservatorio del amigo coterráneo del artista, Félix Rafols Rafols (Barcelona, 6 de octubre de 1893-Camagüey, 1961) prestigioso músico y compositor.
Albaijés deja bien sentado, desde la formulación del título, que su obra no solo alude a la Santa católica, sino igualmente a una joven de la época (1919), ataviada con vestuarios antiguos, presumiblemente una muchacha descendiente de su familia o extraída de entre la variopinta belleza de las camagüeyanas donde vivía, quien sabe si igualmente admiradora de la obra musical de Manuel Corona, como buena parte de los jóvenes de ese tiempo.
No pueden omitirse, más allá de la presencia del “piano” y el “título” del cuadro, que este lienzo es también representativo del dibujo preciso del romanticismo, en el que el pintor explota la mirada ausente y melancólica, la pose ladeada de la muchacha de la que trasciende un aire de misterio, ensueño y sentimentalismo, propios de la escuela española, la que asimismo apuesta por el color, sin duda el gran protagonista de este tipo de pintura, a diferencia del neoclasicismo.
Santa Cecilia, patrona de los músicos y quien los protege y asiste durante el proceso creativo, igualmente ha sido motivo de inspiración por artistas de otras diferentes expresiones —teatro, cine, danza, arquitectura…— en todo el mundo. En Cuba, una de las obras teatrales más exitosas del dramaturgo, narrador y poeta Abilio Estévez (La Habana, 4 de enero de 1954), radicado en Barcelona, lleva su nombre, y ha sido representada por Teatro El Público, bajo una espectacular actuación de Osvaldo Doimeadiós; en tanto el grupo o Aire Frío, hizo igualmente una admirable y exitosa puesta en escena que ganó palmas del auditorio.
Manuel Corona evocó a esta santa para cantarle a la mujer cubana, presumiblemente a alguna criolla que le atrajo, como así surgieron otras canciones dedicadas por él a las féminas insulares, algunas de ellas residentes en la denominada zona roja de La Habana, frecuentada por el compositor y donde vivían prostitutas y otros personajes del bajo mundo, en tanto gustaba asistir a tertulias familiares en las que hacía gala de sus dotes como músico y compositor.
El mulato alegre y extraordinariamente enamoradizo, desde el año 1903 con La Alfonsa, compuso muchas canciones dedicadas a las féminas que lo deslumbraron, piezas entre las que sobresalen, además de las ya mencionadas, las tituladas Mujer divina, A Nena, La niña, Dulce mía —dedicada a Eulogia Real, su verdadero amor—, A Pura, Estela, Dora, A Albertina, Lo que fue Josefina, A Rosa, Mi virgen venerada, A Flora, Dime adiós matancera, Reina mora, Angelina, Migdalia, Las dos indianas, Cachita, y su trilogía más conocida: Longina, Santa Cecilia y Mercedes; estas tres últimas popularizadas por otra trascendental mujer de la trova tradicional cubana, María Teresa Vera (Guanajay, 6 de febrero de 1895-La Habana, 17 de diciembre de 1965), cantante, compositora y guitarrista, figura imprescindible en la historia de la canción trovadoresca insular.
Sin embargo, Corona murió en un total anonimato, víctima de la tuberculosis y el alcoholismo. A su entierro en el Cementerio de Colón concurrieron muy pocas personas, entre estas Sindo Garay, Rosendo Ruiz, Tata Villegas, Pancho Majagua y Gonzalo Roig, quien despidió el duelo.
A más de un siglo de la creación de la canción Santa Cecilia y del cuadro igualmente inspirado en esta, vale la pena profundizar en el legado cultural de estas dos emblemáticas figuras de la cultura nacional: Manuel Corona y Juan Albaijés Ciurana, unidos en la evocación de la patrona de la música, de los poetas y de los ciegos (junto con Santa Lucía de Siracusa), y cuyos atributos son el órgano, el laúd y las rosas.
SANTA CECILIA
(Manuel Corona, 1918)
Por tu simbólico nombre de Cecilia
tan supremo que es el genio musical.
Por tu simpático rostro de africana
canelado do se admiran los matices de un vergel.
Y por tu talla de arabesca diosa indiana,
que es modelo de escultura del imperio terrenal,
ha surgido del alma y de la lira
del bardo que te canta
como homenaje fiel
este cantar cadente,
este arpegio armonioso
a la linda Cecilia
bella y feliz mujer.
Las lánguidas miradas
de tus profundos ojos
que dicen los misterios
del reino celestial.
Y el sensible detalle de amor provocativo
de tus ebúrneos senos y tu cuerpo gentil.
Yo no sé qué provoca
el conjunto armonioso,
tu belleza imperiosa
y tu virtud femenil,
que me siento encantado
y la mente inspirada
de afecto
y de ilusión.
Por ti Santa Cecilia
la más primorosa
mujer Virginal.
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