Una canción, un cuadro: Albaijés y Corona (I)


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Juan Albaijés Ciurana, emprendedor pintor, dibujante y escultor catalán radicado en Camagüey en el año 1895.

Cuando en el año 1918 la canción Santa Cecilia, del reconocido compositor Manuel Corona Raimundo (Caibarién, 17 de junio de 1880—Marianao, La Habana, Cuba, 9 de enero de 1950), comenzó a ganar fama en toda la geografía nacional, en las voces de solistas, tríos y agrupaciones musicales de diferentes formatos, un renombrado pintor y escultor español radicado en Camagüey,  Juan Albaijés Ciurana (Valls, Tarragona, Cataluña, 9 de septiembre  de 1874-Camagüey, 8 de abril de 1949), sensiblemente atraído por la hermosa letra y música de este tema, realizó un valioso y poco conocido cuadro perfectamente conservado en el Museo provincial Ignacio Agramante, de Camagüey. 

Imbuido además por su fe católica y su experiencia como pintor y escultor especializado en temas religiosos, la obra, titulada Retrato de joven o Santa Cecilia, 1919 (óleo / tela, 136 x 100 cm.) fue ejecutada por este prolífico artífice autor, entre otras muchas obras, de la escultura del Cristo situado en la cúpula de la Catedral de Camagüey, instalado en la torre del templo el  31 de octubre de 1937;  así como del retrato del reconocido médico y científico cubano Carlos Juan Finlay (descubridor de la Fiebre Amarilla), realizado en 1948 (óleo / tela, 100 x 162 cm.), colección del Hospital Militar Central Dr. Carlos Juan Finlay, La Habana.

El 31 de octubre de 1937, en la cima de la torre de la Catedral de Camagüey, fue instalada la escultura del Cristo realizada por Albaijés

Santa Cecilia, mártir católica

Santa Cecilia es una mártir católica cuyo nombre original fue Cecilia de Roma, una joven perteneciente a la nobleza romana, quien fue convertida al cristianismo y —según la leyenda—inmolada por su fe alrededor del  año 177, durante el imperio (161 a 180) de Marco Aurelio. Según las actas, fue condenada a morir asfixiada en humo, tortura que se extendió durante más de un día y que acompañó con cantos del Salmo LXX: “Que mi corazón y mi carne permanezcan puros, oh Señor, y que no me vea defraudada en tu presencia”.

En el año 1594 el papa de la Iglesia católica oficialmente la canonizó como Santa Cecilia. A partir de entonces su figura ha sido venerada por la cristiandad. Su celebración es el 22 de noviembre, fecha que corresponde con su martirologio, y también  ha sido mundialmente proclamada como el Día de la Música, padrinazgo que le fue concedido por haber demostrado una atracción irresistible hacia los acordes melodiosos de los instrumentos (el arpa y el órgano, entre otros). Su espíritu sensible y apasionado por este arte convirtió así su nombre en símbolo universal.

Asimismo, en homenaje a ella, hacia finales del siglo XIX,  se produjo un significativo movimiento de renovación de la música sacra católica que trascendió bajo el nombre de “cecilianismo”.

Un tema que enaltece la belleza femenina

Esta sagrada figura de la iglesia católica ha inspirado a infinidad de creadores de diferentes expresiones artísticas en todo el mundo. En Cuba, Manuel Corona  —autor de cientos de memorables canciones— tal vez fue uno de los primeros artífices en llevar al pentagrama popular —no religioso— un tema que lleva por nombre el de la joven santa romana, el cual ha sido vocalizado por infinidad de renombrados vocalistas de aquí y de otras latitudes.

Manuel Corona, descendiente de mulato y chino, bohemio y enamoradizo,  —llegado a La Habana como tabaquero supervisor de una factoría de puros—, uno de los músicos más simbólicos de Cuba, guitarrista y compositor, es autor de otras populares piezas como Longina, La Alfonsa, Aurora y Una Mirada; además de varias guarachas que también se hicieron muy populares en las primeras décadas del pasado siglo como El servicio obligatorio y Cómo está Lola; así como sus composiciones contestatarias a otros números de sus coterráneos como Animada, escrita en respuesta de Timidez, de Patricio Ballagas, y Gela amada, pegajosa réplica a Gela hermosa, de Rosendo Ruíz.

El destacado escritor, crítico y periodista, Pedro de la Hoz, afirmó que Santa Cecilia “enaltece la belleza femenina con imágenes que encajan en el imaginario lírico insular de la época”, en tanto “la música va más allá. El diseño de las dos líneas melódicas de la canción resulta desafiante y exige un depurado ejercicio vocal en su planteamiento original, comparable a la Perla marina y El huracán y la palma, de Sindo Garay” (periódico Granma, 17 junio de 2020).

Desde el punto de vista musical en esta canción se puede apreciar la figuración melódica, las progresiones, elementos técnicos que fueron manejados por Corona sin perder en ningún momento la sintaxis musical. La armonía es justa y acertada, tanto en los acordes tonales como en los extra-tonales, por lo que sus resoluciones son valoradas por los críticos y especialistas como correctas.

Retrato de joven o Santa Cecilia, 1919 (óleo / tela, 136 x 100 cm.), de Juan Albaijés.  Colección Museo Provincial Ignacio Agramonte, de Camagüey.

Un cuadro polisémico

La investigadora Verónica Elvira Fernández Díaz, del Centro de Estudios Nicolás Guillén y de la filial de la Universidad de las Artes de Camagüey, en su texto Elementos para el estudio de la iconografía musical en el Puerto Príncipe del siglo XIX,  publicado en el año 2015 en la Iconografía musical. Autores de Países Ibero Americanos e Caraíbas, (Centro de estudios de sociología y estética musical de la Universidade Nova de Lisboa), Retrato de joven o Santa Cecilia “presenta una mujer joven ejecutando al piano una pieza de la época sobre un fondo oscuro del cual no se perciben otros contornos y que remite a la imaginería barroca. La pintura interesa por dos razones fundamentales: una, la presencia del piano y otra, el título de la pieza”.

La estudiosa añade que “el piano, instrumento musical heredado de la educación europea, fue el instrumento fundamental de la cultura musical principeña del siglo XIX. Muchas viviendas de la ciudad tenían piano; las cátedras de música existentes en las sociedades —Filarmónica, Popular de Santa Cecilia y Casino Español— enseñaban este instrumento; los mejores pianos franceses de la época fueron propiedad de familias principeñas —por ejemplo un Buisselat ganador de la Medalla de Oro en la Exposición  de París de 1844, con decoración floral en nácar que perteneció a Lina Barreto, pariente cercana de la pianista Consuelo Barreto y la cantante Carmen Barreto—“.

Albaijés: amor por Cuba

Albaijés fue un hombre dotado de una extraordinaria formación cultural, con una extensa producción iconográfica (pintura, dibujo y escultura) en España y Cuba; sin embargo su nombre en la actualidad es prácticamente desconocido, motivo por el cual vale reseñar algunos aspectos relevantes de la vida de este artista fuertemente influenciado por la escuela española del romanticismo, cuyo máximo representante fue el famoso pintor y grabador Francisco José de Goya y Lucientes, Goya (​Fuendetodos, 27 de marzo de 1746-​Burdeos, 16 de abril de 1828)​.

Nacido en Valls, una ciudad y municipio español de la provincia de Tarragona, en Cataluña —hoy capital de la comarca del Alto Campo— en el seno de una poderosa e influyente familia perteneciente a la burguesía catalana, pasó sus primeros años de la infancia en un ambiente culto y educado.  Estudió dibujo y pintura en una escuela privada cercana a su domicilio, en tanto disfrutaba de la acogedora arquitectura de la urbe ubicada junto al río Francolí, entre cuyas construcciones más antiguas se encuentran la iglesia romano-gótica de Sant Joan, del siglo XVI, y la Capella del Roser, del siglo XVI, con un mosaico de azulejos sobre la Batalla de Lepanto.

Debido a que ese asentamiento poblacional está enclavado en una zona de paso hacia Tarragona —a unos 20 kilómetros de distancia—y otras localidades catalanas, el movimiento de carruajes era muy frecuente, motivo por el cual el intrépido infante comenzó a estudiar arte en una academia privada de este último poblado, en tanto era testigo presencial de la construcción, en Valls, de la fábrica de gas (1880), el Banco (1881) y la Sociedad Agrícola (1888). 

También pudo disfrutar, a los 12 años de edad, de la llegada del tren Barcelona-Vilanova-Valls (1883), lo cual permitía recurrentes desplazamientos de la familia entre esas localidades.

Con el niño Picasso

Con una sólida base en su formación artística, Albaijés matriculó en 1885, en La Escuela de Artes y Oficios de Barcelona (en catalán, Escola d'Arts i Oficis de Barcelona), también conocida por Escuela de la Lonja, fundada en 1775 por la Junta de Comercio de Barcelona y ubicada en aquel tiempo en el Palacio de la Lonja de Mar, de ahí su nombre popular. De su seno surgió la prestigiosa Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge.

Los viajes semanales entre ese centro y su hogar los hacía acompañado de su padre a través del  ferrocarril. Tenía entonces 14 años de vida. En Barcelona, en tanto estudiaba dibujo y pintura, visitaba galerías, estudios de artistas y establecimientos de venta de pinturas, dibujos y esculturas —originales y copias— de conocidos artistas, tanto locales como de otros países de Europa.

En la atractiva ciudad del Mediterráneo español, capital de la comunidad autónoma de Cataluña, entabló amistad con Josep Aguilar, prestigioso pintor de retratos de miniaturas, quien le realizó varios al Rey Alfonso XII y a su esposa María Cristina, obras que le valieron conseguir el título de pintor miniaturista de la Real Casa; así como con Manuel Albir Enguidanos,  dibujante retratista, profesor de armas e inventor, quien participó con notable éxito, en 1892, en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona con dibujos al carbón.

Graduado como pintor, decorador, escultor y restaurador, además de escenógrafo, paisajista y retratista en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona, el joven soñador de Valls, con la ayuda de su padre, creó su propio espacio para hacer arte, ubicado en la calle Avinyó, a poca distancia de La Casa Mauri (o Salón Mauri), donde vendía algunas de sus piezas, sobre todo de temas religiosos, especialidad que ejerció hasta su fallecimiento. En esa misma instalación impartía clases de dibujo y pintura, a la que asistía un numeroso grupo de niños y jóvenes, de entre los que posteriormente surgieron distinguidas firmas del are español.

En el año 1895, cuando tenía 21 años de edad y poco antes de partir hacia América, Albaijés conoció a quien devino genio del arte español Pablo Ruiz Picasso, Picasso (Málaga, 25 de octubre de 1881-Mougins, 8 de abril de 1973​), quien comenzó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde su padre había obtenido una cátedra. Entre ambos se produjo una pronta y fiel relación amistosa. El primero admiraba la extraordinaria vocación del malagueño de 14 años de edad para el dibujo y la pintura, mientras que este gustaba de dialogar con él acerca de las diferentes técnicas aprehendidas en su corta y fructífera trayectoria artística.

En Cuba

En el otoño de ese mismo año el  emprendedor joven catalán, embullado por las historias de aventuras y la posibilidad de erigir su propio universo creativo y social, decidió partir hacia Cuba, radicándose en la ciudad de Camagüey, donde muy pronto abrió su estudio e instauró una academia de dibujo y pintura, a la que concurrían muchachos pertenecientes a la burguesía criolla y descendientes catalanes —muchos radicados en el centro del país—, en tanto se incorporó activamente al universo artístico de ese territorio, donde prontamente ganó fama y prestigio.

Un año antes de contraer matrimonio en 1898 con Angelina Betancourt Castañeda, oriunda de la localidad de Sibanicú y parienta cercana del Marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt —perteneciente a una de las familias principeñas más importantes, dueña de grandes extensiones de terreno y otras propiedades— Albaijés realizó el primero de sus recurrentes viajes a Barcelona y, por supuesto a Valls, donde permanecían sus padres, quienes nunca aceptaron con agrado la partida de su retoño, quien, según ellos, no debía ir a Cuba en busca de las riquezas que ya tenía en España.

En ese viaje visitó a Picasso en el estudio que le había comprado su padre, donde pudo disfrutar del primer cuadro académico recién concluido por el artista a los 15 años de edad, obra titulada La primera comunión, 1896 (óleo sobre lienzo, 166 cm de alto por 118 cm de ancho, Museo Picasso, Barcelona). También visitó a sus viejos amigos pintores en Tarragona, Barcelona y Valls.

Luego de su matrimonio con Angelina, el artista catalán volvió en varias oportunidades a encontrarse con su gran amigo Picasso, quien permaneció durante nueve años en la hermosa urbe del Mediterráneo con estancias más o menos largas en Madrid, Málaga y París. A través de sus contactos con el autor de Guernica,  igualmente se relacionó con el padre de este, José Ruiz y Blasco (Málaga, 1838-Barcelona, 1913) pintor y profesor de arte español, también catedrático de dibujo de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Málaga y director-conservador del Museo Municipal de la ciudad; a la vez que dejó sólidas relaciones con otras importantes figuras de las artes plásticas de la región, como Ramón Casas y Santiago Rusiñol.

Instalado en el aristocrático Camagüey de principios del Siglo XX, acompañado de su hermosa y prestigiosa esposa, una de las damas más renombradas de la sociedad en ese tiempo, Albaijés no se inmiscuyó de forma activa en la agitada vida política de Salvador Cisneros Betancourt. Sin embargo, su espíritu solidario y de nobleza, su radical oposición a la injusticia y su pronto apego a la idiosincrasia y la cultura insulares, amén de no aceptar con complacencia la ocupación estadounidense en la Isla, el artista catalán prontamente ganó admiración y respeto entre los criollos,  convirtiéndose en uno de los pintores más conocidos entre la población —fundamentalmente entre los creyentes católicos, en cuyos templos dejó innumerables obras realizadas con fidelidad y extremo amor a esta religión—, solicitado además por todas las sociedades existentes en la provincia,  las cuales le encargaban diversas obras, entre estas la Sociedad Colonia Española, en la que fue designado director de recreación.

Para este centro pintó una reproducción del cuadro Los borrachos o El triunfo de Baco, pintado por Diego Velázquez entre  1628 y 1629 (óleo sobre lienzo, 165 x 225 cm), cuyo original se conserva en el Museo del Prado, en Madrid; en tanto para la Sociedad Caballeros de Colon, a la cual pertenecía, realizó un tapiz a tamaño natural titulado La llegada de Colón a Cuba, entre otros muchos trabajos que lo distinguieron hasta su fallecimiento y en los que se destaca su estilo definitivamente marcado por la corriente española, en la que  sobresalen la sutileza y transparencia del claroscuro, así como la perfección y nitidez de las figuras, estilo que puede apreciarse no solo en sus cuadros Retrato de Joven o Santa Cecilia y Finlay, respectivamente, sino también en las obras de corte religioso que se conservan en varias iglesias de la antigua Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.

 


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