Ser maestra, y museóloga, son huellas que quedan para toda la vida. Eso fue lo que le pasó a Teresita Aloy Alvado cuando llegó en el año 2000 al Equipo Técnico de la Necrópolis de Colón, en La Habana.

De su experiencia les transmito lo que me contó:

“No llegué a un repositorio de cadáveres, sino a un mundo de sentimientos, historia y arte. Explorarlo y darlo a conocer fue nuestra tarea mayor, y sobre esa idea algunos especialistas comenzamos a concebir acciones que permitieran cambiar la percepción general de lo que un cementerio es y posibilitaran el acercamiento de la comunidad como centro cultural. Con la Dirección de Servicios Necrológicos y la Administración del Cementerio de nuestro lado, lo primero fue sensibilizar a los propios trabajadores de la Necrópolis, propiciando un indispensable sentido de pertenencia: áreas verdes, oficinas, mantenimiento, sepultureros; con Idania Esther Rodríguez Ortega empezamos las charlas y recorridos temáticos, y  junto a  Teresita de Jesús Labarca Delgado fundamos la Sala de Arte Funerario, una viejo sueño desde los tiempos de Lohania Aruca y Edith Monterde. Los resultados de investigaciones del Equipo nos permitieron, además, participar en eventos del Centro Provincial de Patrimonio Cultural y de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Como un primer paso hacia la comunidad, visitábamos las aulas de estudiantes de 5to y 6to grado y de Secundaria Básica, Círculos de Abuelos y algún centro laboral aledaño, llevábamos fotografías y sobre esa base fundamentábamos nuestras charlas. Pero llegó el momento en que nos pareció que era insuficiente: la historia y la cultura del espacio funerario debía conocerse in situ. Fue así como surgió el primer concurso infantil de literatura y dibujo, en noviembre de 2002: “Un tributo a la inocencia”. Aquello superó todas las expectativas del Comité Organizador; recibimos más de cien trabajos en cada manifestación por parte de los niños pero, además, se incorporaron padres y maestros: todos querían homenajear a los Ocho Estudiantes de Medicina, y participar en el punto culminante del evento, un recorrido por donde estuvieron enterrados sucesivamente sus restos mortuorios”.

Nuestra entrevistada recuerda con precisión los detalles del recorrido:

Panteón de los Condes de Mortera: allí yace Ramón Herrera y Sansibrián, Conde de Mortera y coronel del 5to. Batallón del Cuerpo de Voluntarios de La Habana, quienes a gritos exigieron la muerte de los estudiantes de medicina que ya se encontraban presos.

Bóveda de Mariano Rodríguez Armenteros: Capellán  del antiguo cementerio de Espada. Al ser interpelado por el  Gobernador Político  para verificar si los estudiantes habían rayado la tumba de Don Gonzalo de Castañón afirmó que “esas rayas, que están cubiertas de polvo y humedad las he visto desde hace mucho tiempo y por lo tanto no puede suponerse hechos en esos días por los estudiantes.”

Monumento a la fosa común anónima de los estudiantes de medicina: poco después de las 4:00 de la tarde del 27 de noviembre, tras el fusilamiento en la explanada de La Punta, sus cadáveres fueron conducidos por una compañía de voluntarios hasta el lugar de enterramiento fuera de los límites de las tapias de lo que sería el nuevo cementerio de La Habana, Cristóbal Colón, es decir, fuera de la bendición católica y sin que los familiares tuvieran derecho a reclamar los restos.

Mausoleo de Gener y Batet: Capitán de la 6ta. Compañía del 6to. Batallón de Voluntarios de La Habana.  Formó parte del segundo consejo de guerra que condenó a los ocho estudiantes, y una vez firmada la decisión se  asomó a uno de los balcones del Gobierno Político y ante los miles de voluntarios amotinados leyó eufórico la sentencia de muerte.

Bóveda de la familia Álvarez de la Campa: este panteón es propiedad de la familia del estudiante fusilado Alonso Alvarez de la Campa, cuyo único delito fue el de arrancar una flor de los jardines del cementerio de Espada. Aquí se depositaron los restos de los ocho estudiantes de medicina una vez inhumados de la fosa común anónima, 16 años después.

Mausoleo de los Estudiantes de Medicina: la perseverante y patriótica lucha del condiscípulo  de carrera y compañero de causa Fermín Valdés Domínguez,  encaminada a reivindicar la memoria los jóvenes injustamente fusilados, hizo posible que a 18 años del crimen pudiera ser oficialmente inaugurado el mausoleo de los estudiantes. Fue realizado por el escultor cubano José Vilalta y Saavedra en su concepto de que “la conciencia pública a través del tiempo justifica la inocencia”. Además de los restos de los estudiantes se encuentran sepultados en este mausoleo sus defensores: Federico Capdevila, militar español; Dr. Domingo Fernández Cubas, profesor; y  Fermín Valdés Domínguez, el reivindicador. Al visitar este lugar se recuerda también que en época de la República, bajo la dictadura de Gerardo Machado, el líder estudiantil Julio Antonio Mella realizó allí el  “Juramento de los Treinta Manicatos”, un grupo de jóvenes dispuestos a luchar contra la corrupción y el gansterismo en la Universidad de La Habana.

A partir de esta experiencia, se elaboró un plan oficial de recorridos destinados a la educación primaria y secundaria según las indicaciones de la asignatura Historia de mi localidad; y los especialistas del Grupo de Museología y Gestión del Patrimonio continúan la obra, dirigida también a visitantes y turistas cubanos y extranjeros con la inclusión de diversos temas, desde las artes plásticas hasta las tradiciones populares.

Aunque sigue muy vinculada, Teresita Aloy ya no trabaja en la Necrópolis de Colón; es ahora Secretaria Docente del Centro Nacional de Superación para la Cultura del Ministerio de Cultura, y desde allí continúa expandiendo su labor docente-educativa y de investigación a favor de los bienes funerarios patrimoniales, cada vez que colabora en acciones de posgrado sobre estudios culturales cubanos, o como miembro fundador de la Red de Estudios sobre Cementerios y Espacios Funerarios de La Habana, adscrita a la Red Nacional de Cementerios Patrimoniales de Cuba.