Majestuoso, con la elegancia y el encanto de aquellas obras arquitectónicas en las que puede el ciudadano leer con nitidez el pasado y presente cultural de la nación, el Teatro Martí, emplazado en la intercepción de las calles Dragones y Agramonte de La Habana Vieja, acogió la entrega de la decimo tercera edición del Premio Nacional en Conservación y Restauración de Monumentos 2015 el pasado sábado 18 de abril, Día Internacional de los Monumentos y Sitios; reconocimiento que otorga el Consejo Nacional del Patrimonio Cultural a las obras que por su ejecución se erigen en signos de referencias en la defensa del legado histórico cultural del país.
Tanto por la egida de acontecimientos que acompañaba la edición, entre los que se destacan los 500 años de la Fundación de la Villa de Santiago de Cuba, 50 del Comité Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) y 20 de la creación del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural (CNPC); como por el hecho de que respondieran a la convocatoria un total de 20 obras procedentes de 13 provincias, la velada no podía ser sino, un auténtico espectáculo para colmar el espíritu, sello que otorgaron el Cuarteto de Cuerdas Amadeo Roldán y la compañía de niños y jóvenes Lizt Alfonso. Presidieron la cita Julián González, ministro de Cultura; Eusebio Leal, historiador de la Ciudad de La Habana y director de la Red de Oficinas del Historiador y Conservador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba y Gladys Collazo, presidenta del CNPC y José Enrique Fornet, presidente de ICOMOS, quienes tuvieron a su cargo la bienvenida.
La labor de restauración y conservación del patrimonio cultural encuentra en la isla de Cuba sólidos antecedentes en los ilustres cubanos del siglo XIX. Fomentar colecciones, investigar sus exponentes, conservarlos y protegerlos a la luz de un aparto legislativo, y en especial, divulgar sus valores, ha sido una postura inherente al amor de los cubanos por su patria; primero, desde la perspectiva del terruño o la “patria chica”; luego, por la nación toda. Las crónicas que nos legaran los alutrados decimonónicos de las primeras villas cubanas son muestras del reconocimiento al legado cultural fomentado desde las primeras centurias; por ello resulta loable que la exposición itinerante organizada por la Vicepresidencia de Sitios y Monumentos del CNPC para esta edición lleve por título “Huellas arqueológicas de Cuba” y, a modo de presentación, la frase martiana “Toca a cada hombre reconstruir la vida: a poco que mire en sí, la reconstruye”. Luis Montane Darde, Carlos de la Torre y Huerta, Andrés Poey y Aguirre, Antonio Bachiller y Morales, Fernando Ortiz y Fernández y Mark Raymond Hamington, por solo citar algunos de sus representantes fueron recordados en el catálogo de una exposición que se inauguraba a la entrada del Teatro Martí, pero que encontrará lugar en todas las provincias.
El jurado para la entrega de los premios estuvo integrado por los doctores arquitectos Vivian Mas Sarabia (presidente), María Victoria Zardoya Loureda (secretaria), Madeline Menéndez García y Enrique Fernández Figueroa, y los resultados a los que arribaron resultan expresión no solo de la diversidad del patrimonio cubano sino también de la multiplicación del conocimiento de los valores patrimoniales existentes a nuestro entorno y la responsabilidad que adquieren proyectistas, inversionistas y ejecutores ante la puesta en valor de esos exponentes en coordenadas muy diferentes a las que acompañaron su creación. Siete de los nominados resultaron laureados; tipológicamente tres de ellos del repertorio religioso, tres del doméstico y uno del civil. Llama la atención que solo una de ellas corresponda a ciudades patrimoniales, La Habana Vieja; tres a urbes posteriores como Santa Clara, Pinar del Río y Ciego de Ávila; mientras las tres restantes se ubican en provincias tan jóvenes como Mayabeque (2) y Artemisa (1). Acerquémonos a ellos.
En la categoría de Conservación el Premio fue otorgado al Museo Provincial Coronel Simón Hernández, de Ciego de Ávila, institución patrimonial que tiene por sede uno de los exponentes más representativos de la arquitectura doméstica del periodo colonial en el territorio, a lo que habría que sumar el sostenido empeño de sus trabajadores por proteger tanto las colecciones que atesora como los elementos de la museografía. La primera mención, por su lado, fue concedida a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, en Baruta, Artemisa, atendiendo a “la correcta intervención de un inmueble símbolo del municipio” y a la protección del arte pictórico que atesora; la segunda, por la “esmerada conservación sistemática manteniendo la función original”, a la Logia Masónica de Güines, en Mayabeque.
En el caso de la categoría de Restauración, más comprometida con el valor prístino de la obra que se interviene, el Premio se entregó al Teatro Martí y las consideraciones para ello resultan testimonio de algunos de los indicadores de esta categoría. Destaca el acta la “integralidad de los estudios e intervenciones llevadas a cabo en una edificación de u alto grado de deterioro”, “el cuidado en el rescate de gran parte de sus elementos originales”, “el respeto con que se introdujo el nuevo mobiliario y la carpintería” y “las correctas soluciones a las complejas exigencias de adecuar tecnológicamente una edificación de fines del siglo XIX, para la misma función en los albores del siglo XXI” y concluía: “Por la rehabilitación de una obra de altísimos valores urbanos, arquitectónicos, históricos y culturales de Cuba”. Para entrega del lauro a Isabel Marylin Mederos Pérez, proyectista principal; Gretel Álvarez Guerra, inversionista principal y Elvia Torres Batista, en el desempeño de ejecutor principal, fue convocado el doctor Eusebio Leal.
Se otorgaron además en Restauración tres Menciones. Primera, “Por la importante recuperación de un inmueble con altos valores patrimoniales que se encontraba en un deplorable estado, por la complejidad de la restauración de muchos de sus elementos originales, por su adaptación respetuosa para funciones gastronómicas y culturales”, a la rehabilitación del antiguo Colegio Santa Rosalía de Santa Clara para Complejo Gastronómico Cultural; segunda, “Por la adecuada rehabilitación y refuncionalización de una vivienda para convertirla en templo, que contemplo además el proyecto de dos nuevos inmuebles correctamente relacionados con el original a la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida y de la Madre Isabel de Pinar del Río y la tercera, “Por la rehabilitación de un inmueble de tipología doméstica, exponente de nuestra arquitectura vernácula, y por el complejo trabajo realizado para la reposición del techo de madera respetando las características de los elementos originales, a la Finca Santa Elena, de Nueva Paz, en Mayabeque.
Nuevos valores en el Museo Provincial Coronel Simón Hernández de Ciego de Ávila y en el Teatro Martí de La Habana Vieja, ahora como testimonio del quehacer del hombre contemporáneo por perpetuar la memoria cultural cifrada en inmuebles de las ciudades cubanas, de esa voluntad de legar al futuro todo cuanto sea posible para no extraviarnos en el laberinto de nuestros rasgos identitarios. Encomiable obra de todos los que de una forma u otra participan de una gestión en el patrimonio cultural.
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