Compartimos las palabras de elogio a la Dra. Araceli García Carranza al recibir la Orden Félix Varela de Primer Grado (el pasado 20 de octubre de 2022), pronunciadas por el investigador y director de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Rafael Acosta de Arriba.
Estimados presentes,
Cumplo con la solicitud del ministro de cultura, Alpidio Alonso, de expresar un breve elogio a la Dra. Araceli García Carranza Basetti, quien, en el día de hoy, recibe la Orden Félix Varela, de Primer Grado, máxima distinción que otorga el Estado cubano para las personalidades que realicen “aportes extraordinarios a favor de los valores imperecederos de la cultura nacional y universal”, según reza la ley que la establece. Que se realice este acto en el Día de la Cultura Cubana, le confiere una connotación especial.
Araceli cumplió hace pocos días, el pasado 10 de octubre, 85 años de edad, de los cuales ha permanecido trabajando 64. El pasado mes de febrero cumplió 60 en la Biblioteca Nacional. Estamos hablando de una trabajadora infatigable de nuestra cultura.
Pero más que hacer una retahíla de cargos y reconocimientos, lo que haría muy fatigosas estas palabras, prefiero, en esta memorable ocasión, hablar de sus aportes fundamentales a la cultura y bibliografía nacionales y a su relación con lo más granado de nuestra intelectualidad. Es decir, hablar de su legado.
Araceli nació en Guanabacoa, el 10 de octubre de 1937. Realizó sus estudios primarios en la Escuela Pública Rosa Serra y en la Escuela Privada Nuestra Señora De Los Desamparados. Los Estudios Secundarios los hizo en el Instituto de La Habana, donde se graduó de bachiller en Ciencias y Letras. En 1955 comenzó los estudios de nivel superior en la Universidad De La Habana, donde, tras el triunfo de la Revolución, alcanzó el grado de Dra. en Filosofía y Letras (más tres años aprobados de Pedagogía). Roberto Fernández Retamar, quien entonces fue su profesor, dijo de ella:
“Yo tuve el privilegio de contar a Araceli García Carranza entre mis mejores alumnos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana. Era en tiempos aborrascados, pero la Universidad mantenía imperturbable sus clases. E imperturbable era aquella alumna serena y seria en quien ya se adivinaban los rasgos que iban a caracterizar su vida profesional. A poco de graduada, empezaron a hacerse visibles sus virtudes laborales”.
Gracias a una beca concedida por su Alma Mater, estudió sociología en la Universidad de Chapel Hills, Estados Unidos. Araceli, a sus 25 años, había sido maestra de Kindergarten, directora de la Escuela Carlos Manuel de Céspedes en su natal Guanabacoa y profesora de secundaria básica en las antiguas Ursulinas de Miramar. Estas fueron sus experiencias laborales previas al ingreso en el templo del saber.
Cuando un día de 1962, ella traspasó el umbral de la Biblioteca Nacional, impulsada por una sugerencia del historiador Fernando Portuondo del Prado, se abrió para la joven Araceli un universo nuevo al que se integraría rápidamente en cuerpo y alma. Comenzaba a ejercer la que ella consideró, posteriormente, como la profesión más bella del mundo. Allí, mientras desempeñaba diversas responsabilidades, se fue relacionando con intelectuales que ya gozaban de un gran prestigio y fue creciendo su estatura como bibliotecaria y bibliógrafa respetada y querida por todos.
Conoció entonces a figuras de la talla de Reneé Méndez Capote, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Octavio Smith, Roberto Friol, Sidroc Ramos, Juan Pérez de la Riva, Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, Graziella Pogolotti, Zoila Lapique y Walterio Carbonell. Pero fue con la inmensa mayoría de sus compañeros de trabajo y con los innumerables lectores, investigadores y especialistas nacionales y de otras latitudes que reclamaban la orientación adecuada para sus necesidades investigativas, con los que comenzó a establecer un tipo de vínculo que dimensionó la labor del bibliógrafo, al amplificar unos esmerados servicios que la fueron convirtiendo, como he expresado en otras ocasiones, en una institución dentro de otra.
Una idea de lo rápidamente que el empuje y el talento de Araceli se hizo sentir en la institución, lo da esta oración de la Dra. María Teresa Freyre de Andrade, contenida en una carta personal de 1970: “Los bibliotecarios todos deberían seguir el camino de Araceli García Carranza”. Lo interesante del asunto es que cuando la ilustre ex directora de la BNJM escribió esa expresión, Araceli apenas comenzaba su andadura. Es decir, en menos de una década ya se había hecho notar como un ejemplo a seguir.
En este edificio, Araceli conoció a quien fue el amor y compañero de la vida, Julio Domínguez. El matrimonio de Araceli y Julito (como se le conocía por sus amigos) fue una verdadera relación en la que se conjugaron armoniosamente el amor, la confianza y la solidaridad. Una integración absoluta de sentimiento, ideas, propósitos y convivencia. Para Araceli fue un golpe demoledor la pérdida de Julito después de 54 años de compartirlo todo con él. Pero, a pesar de lo desolador de su repentina ausencia, ella siguió trabajando con ahínco y fecundidad.
Anteriormente, Araceli había sentido otro duro golpe con la muerte de su entrañable hermana Josefina, también bibliógrafa relevante y con la que redactó textos bibliográficos importantes al alimón. Tampoco esto frenó su capacidad de trabajo. A partir de ahí enfrentarse a la soledad ha sido otra prueba irrecusable y difícil para ella, sin embargo, ningún valladar le ha arrebatado la sonrisa y la dulzura en su trato con los demás.
Entre los muchos hechos cardinales de nuestra cultura que le tocó protagonizar a Araceli, está la creación y desarrollo inicial de la Sala Martí, devenida con los años Centro de Estudios Martianos. El Anuario Martiano, publicación principal del Centro, ha tenido y tiene en Araceli a su animadora fundamental.
Conocí a Araceli en 1990, durante mi primera estancia en la BNJM, y con celeridad establecimos amistad, muy beneficiosa para mí, obviamente. Recuerdo que mis visitas a su cubículo eran de los más gratos momentos que yo pasaba cada día, durante tres años, en este edificio, un tiempo que fue un antes y un después en mi formación. Se trata de una amistad que hemos nutrido día a día hasta el presente.
Creo oportuno citar a algunas figuras relevantes en cuanto a su apreciación acerca de nuestra condecorada. Fina García Marruz, que la consideró una hermana, le dedicó estos hermosos versos:
“Araceli….es celeste y pacífica.
Cuando sonríe, saluda como el rocío”.
A su vez, la Dra. Ana Cairo, también fraternal en su relación con Araceli, hace 13 años dijo “La asociación de los bibliotecarios admira a Araceli. Ella es reconocida como uno de sus paradigmas, porque se piensa que en su trayectoria biográfica puede encontrarse una parte de la memoria viva de la BNJM”.
¿Qué es lo que ha aportado Araceli a nuestra cultura? En primer lugar, su erudición, cuando se acumulan conocimientos durante seis décadas de trabajo y se hace con talento, se llega a dominar cualquier actividad de manera absoluta, y Araceli es, desde hace años, nuestra primera bibliógrafa. Ella ha hecho de la investigación bibliográfica una escuela.
El saldo de su trabajo investigativo bibliográfico es inconmensurable y no lo voy a repetir aquí. Realmente es impresionante Las bibliografías de los grandes hechos de nuestra historia y las de nuestros grandes intelectuales han sido realizadas por ella, a veces de conjunto con su hermana Josefina, como ya mencioné.
En segundo lugar, su voluntad de servicio a los demás. En Araceli entregarse a la ayuda y cooperación de cualquier necesitado es su estado natural. Alejo Carpentier (ella siempre lo llama su usuario inolvidable), Carlos Rafael Rodríguez y Roberto González Hechavarría, por solo citar tres de sus ocasionales interlocutores célebres, la tuvieron y tienen en un altísimo concepto. Igual puede decirse de cualquiera necesitado que acudiese a ella con una duda; los beneficiados se cuentan en legiones. En tercer término, su decencia. Si me lo permiten, insisto y lo repito: decencia. Sé que es un valor que se encuentra en precaria situación en nuestra sociedad, pero que en ella es naturaleza establecida.
Sus compañeros de trabajo la quieren sinceramente y algunos la veneran. En cuarto lugar, el sentido que Araceli posee de la función y sentido de las bibliotecas, algo que aprendió tempranamente con el magisterio de la Dra. María Teresa Freyre de Andrade y que asumió como una divisa de trabajo: la biblioteca como centro irradiador de cultura. Por otra parte, Araceli se convirtió, sin quererlo ni pedirlo, en una consultora de gran experticia que los directores que han pasado por la BN tuvieron y tienen siempre a la mano.
Martiana hasta la médula de sus huesos, patriota convencida, revolucionaria en tanto patriota genuina, Araceli es una persona que apela a los valores humanos y humanistas más puros. José Martí puede ser una guía segura para el cubano digno y amante de su patria y Araceli es una buena muestra de ello. En la cubanía espesa de Araceli cabe lo universal, desde luego, pero el tronco, como pedía el Maestro, es el de la república o la patria. Y en su caso lo es.
¿Qué aspecto esencial de la cultura del mundo no estaría comprendido ya en las obras de Martí, Lezama, Ramiro Guerra, Carpentier, Cintio, Fina, Leal o Roberto? Creo que muy pocos o casi ninguno. Esa es la vertiente cultural a la que Araceli se aferró desde siempre y eso es, sin duda alguna, la cubanía, o lo cubano, como se prefiera.
Araceli se ha incorporado con peso específico propio a una tradición bibliográfica nacional de mucho lustre. Esa tradición espesa y fértil está marcada por nombres de la talla de Domingo del Monte, quien nucleó la más completa biblioteca de libros cubanos o sobre Cuba de su época; Antonio Bachiller y Morales, historiador de las letras y las ciencias; Domingo Figarola Caneda, fundador de la Biblioteca Nacional y eminente bibliófilo; Francisco de Paula Coronado, continuador de Figarola; Juan Miguel Dihígo y Mestre, promotor de las artes y las letras; Carlos Manuel Trelles y Govín, grande entre los grandes, quien, durante medio siglo, conformó la mayor suma de bibliografías cubanas de la historia; y Fermín Peraza Sarauza, director y redactor del Anuario Bibliográfico Cubano. Son, entre otros, los nombres más relevantes dentro de esa tradición.
El Dr. Eusebio Leal, que la respetó y quiso mucho y fue uno de sus biobibliográfos, dijo hace unos pocos años atrás sobre Araceli:
“Por largos años ella ha exaltado los valores que dan sentido a la existencia de una institución donde se atesora, promueve y da a conocer el acervo que el ingenio humano reunió en las páginas del libro. Araceli ha unido con paciencia ejemplar la memoria de ese día a día en que se construyen las obras del saber. Y ha ido más allá: ha penetrado en la personalidad y el carácter de los autores cubanos, atisbando con delicada discreción en los sufrimientos que, siendo invisibles a los demás, se ocultan en los empeños a los cuales ella ha consagrado ese milagro breve pero maravilloso que es la vida”.
Estimados presentes: la pregunta obligada que se debiera hacer cualquiera al final de este rápido recuento, es: ¿Deja esta mujer excepcional, además de gratos recuerdos entre los que la trataron, un legado para nuestra cultura? Personalmente creo que ha sido respondida afirmativamente en la medida que he evocado su trayectoria apretadamente y los testimonios de relevantes personalidades sobre su persona y obra. Sí, Araceli García Carranza Basetti deja un sólido y rico legado a la cultura nacional y a la bibliotecología en particular con su fecunda y larga existencia. Y aún lo sigue enriqueciendo.
Termino con esta idea suya que es sumamente importante expresar en una ocasión como esta:
“La biblioteca es, y será siempre, el mayor tesoro de la nación y de la cultura cubana”.
¡Felicidades querida Araceli, todos nos inclinamos respetuosamente ante tu vida y legado! Este es un día verdaderamente feliz para los que te queremos y admiramos. ¡Muchas Felicidades!
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