Durante los años 50 del pasado siglo, en la vedadense cafetería La Pelota —12 y 23—, se convocaban, con el júbilo desaforado y el escandaloso proceder que suelen mostrar, los fanáticos del con toda razón denominado “deporte nacional”.
Y, mientras discutían las incidencias del último juego, constantemente, casi con ansiedad, proyectaban sus miradas hacia las puertas del establecimiento. No cabían dudas: a alguien esperaban ávidamente.
Al final, se producía el milagro. Por el pequeño salón, hacia ellos, avanzaba quien por el momento sólo designaremos como “El Personaje”, portador de una suave sonrisa socarrona. Y todos callaban, esperando que hablase el oráculo pues, con general aprobación, él se enseñoreaba de las páginas periodísticas deportivas.
“El Personaje”, sin estridencias, muy lejano al deseo de sentar cátedra, se pronunciaba sobre la acertada o deplorable decisión del manager Zutanejo, en cuanto a un robo de base o la sustitución de un lanzador.
Ah, pero en La Pelota se hablaba de todo, de lo divino y de lo humano. Por eso, de pronto se acordaban de quienes ejercen el infeliz oficio de la adulación, entes corrosivos de las virtudes cívicas. Y “El Personaje” sentenciaba:
“Caballeros… ¡el guataca es el comején en el asta de la bandera!”.
Ese ente, hasta ahora innominado, y que venimos llamando “El Personaje”… ¿quién era en realidad? Pues se llamó, para todos los tiempos, Eladio Secades.
Habanero, nacido en 1908, comenzó a hacer periodismo en La Lucha, durante los años 20.
Se desempeñó como cronista deportivo en El Mundo, El Heraldo, Diario de la Marina y la revista Bohemia, donde dirigió el suplemento dedicado a ese tema. Se ha dicho, con razón, que obtuvo fama internacional en este desempeño, por la frescura y atractivo de sus trabajos periodísticos.
No obstante… mire usted lo que son las cosas… la gloria limpiamente ganada por Eladio en las columnas deportivas ha caído prácticamente en el olvido. Y, para ello, existe una poderosísima razón, que puede resumirse en cuatro palabras: Estampas de la Época. Fue ése el nombre de su sección, que vio la luz a partir de 1941, en Alerta, Bohemia, Carteles y Zig-Zag, y donde revivió el entonces macilento costumbrismo cubano.
Agrupadas en libro, las Estampas, han dado lugar a decenas de ediciones. En Cuba, según recuerda este emborronacuartillas, se publicaron dos compilaciones, fechadas en 1958 y en 2004.
El director de un importante periódico habanero comentó que en las Estampas se evidencia una facultad de observación poco común, y un sentido del ridículo no menos notable.
El humorismo de Eladio Secades, chispeante a más no poder, desencadenaba la carcajada, o al menos insinuaba la sonrisa en el lector, pero, a la vez, constituía una puerta de entrada para el ejercicio de la meditación. Sí, era el humor fielmente escoltado por una fina inteligencia.
Veamos, a continuación, algunos botones de muestra.
—“Los maridos burlados deben sentir envidia por el artista del circo que coloca a su mujer ante una tabla y le hace una silueta de puñales. Porque en cualquier momento puede convertir un crimen pasional en accidente de trabajo”.
—“Un estudiante en un examen es un acusado sin abogado defensor”.
—“Levantarle la bonita falda de rizos a una muñeca, es recibir de niño una desilusión de hombre”.
—“Cuando el drama del adulterio se llora para adentro, resulta el suicidio. Cuando se llora para afuera, entonces resulta el tango. Una huelga de adúlteras paralizaría la industria del tango”.
Eterno transgresor, Secades no se postra ni ante lo más espeluznante, ni frente a lo más tétrico. Así, a la mismísima muerte la tira a relajo cubano:
—“Construimos un panteón para toda la familia, sin comprender que estamos firmando un pacto con los gusanos”.
—“Un sepulcro no sería tan triste si no fuera por la caída de la tarde, los gusanos y los oradores”.
—“La póliza de seguro es la herencia de los que no tienen herencia que dejar. Asegurarse la vida es la infinita amargura de comprender que para valer algo hay que morirse”.
—“Tres rayas clarísimas sobre el nivel de la juntura de la mano con el brazo, significan que viviremos hasta una edad muy avanzada. Salvo cesantía, epidemia o guagua”.
¿No se dijo que Secades se enseñoreaba de un profundo conocimiento del ridículo? Pues a este crítico de costumbres le bastaba con dar un vistazo alrededor suyo para inspirarse, y así entregarnos pinceladas plenas de amoroso sarcasmo, de tierno ácido corrosivo. Sí, en destellos como:
—“Dos consecuencias del amor se producen en Cuba de distinta manera que en el resto del mundo. El suicidio con permanganato. Y el rapto con murmuración en el vecindario. El padre de la muchacha que no quiere creerlo, la madre que jura que para ella ha muerto, y el hermanito que se pone “picúo” y quiere matar al raptor”.
—“En el matrimonio uno puede llevarse una mujer con los mismos trámites y los cuños de cuando compramos un terrenito en La Víbora”.
—“Que la borrachera de whisky no hace daño, es un cuento que han inventado los borrachos modernos. Para dicha de los ingleses”.
—“Médicamente el rascabucheo puede ser incluido en el grupo de las enfermedades tropicales”.
Y… ¿qué me dice usted de las relaciones entre Cuba y la que algunos se empecinan en llamar “la Madre Patria”? No, no se piense que Eladio Secades se dejó en el tintero los contactos de los ibéricos con el criollaje…
—“Más que los tratados comerciales y que las fiestas de las embajadas, ha hecho por la compenetración sana de los dos pueblos el que por primera vez le echó tocino y chorizo al ajiaco”.
—“A pesar de nuestros intelectuales, el español no comprende bien el género afrocubano hasta que pasa una mulata sin refajo bailando la conga. Entonces reconoce que Guillén tiene talento”.
Aquel moralista sonriente no quedará de manos cruzadas ante una repugnante lacra social: el juego, flagelo ya denunciado un siglo atrás por José Antonio Saco:
—“Debe de ser terrible recibir un título de graduación y abrir los ojos ilusionados en un país donde produce más la charada que la cirugía”.
—“Es paradójico que el cubano, que hace tiempo no cree en las realidades, siga confiando en los sueños para anotar un número en la bolita”.
—“Para el cubano, la aritmética llega hasta donde termina la charada. De cachimba para allá, las matemáticas han entrado en despoblado”.
La tragicómica sociedad cubana de su tiempo, rebosante lo mismo de decadencia corrupta que de ridícula extravagancia, moverán el teclado del periodista, para legarnos definitivos epigramas:
—“El cubano le exige más honradez al umpire de beisbol que al Ministro de Hacienda”.
—“Más caros que todos los empréstitos nos han salido dos frases. Que la isla es de corcho, y que el cubano todo lo tira a broma”.
—“Las Vacas Gordas, después de todo, fueron un sueño de país adolescente. Del que despertamos a la puerta del solar, con los zapatos rotos. Esperando otra guerra”.
—“El cubano puede tener la conciencia dura. Pero nada más hasta que le hablen de la madre. O de la próxima zafra”.
—“Para celebrar en Cuba un homenaje, lo menos que hace falta es un motivo. Basta con que haya una comisión organizadora… No se explica uno cómo en un país que ha progresado tan poco, hay tantos homenajes”.
—“De Machado para acá, el lechón asado es en lo único que de verdad estamos de acuerdo los cubanos”.
Así era aquel compatriota, quien, sin abandonar su humildad franciscana, se convirtió en una cúspide, tanto de nuestra prensa como de nuestra carcajada.
Sí, Eladio Secades, de quien Lezama Lima dijo que, sin pretenderlo, contribuyó a que viviésemos menos engañados sobre una porción considerable de la fisonomía social cubana.
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