Cuando transcurría 1918, en el New York Globe, Robert Ripley inauguró una sección que se llamaría Believe It or Not (Créalo o no lo crea).
Y de Ripley precisamente ahora yo me acordaba, en presencia de un dato tan asombroso como los que acopiaba aquel cultor del sensacionalismo: Durante nuestro período colonial no hubo ni siquiera una sola mujer que se desempeñase como escultora.
Tendríamos que esperar hasta el siglo XX, y entonces surgiría una famosa tríada.
En aquella avanzadilla de pioneras de nuestra escultura femenina estará una estrella que acaba de apagarse: Thelvia Marín (Sancti Spíritus, 1922).
Según todo parece indicar, Thelvia nació bajo el influjo de algún signo zodiacal que cobija a los recordistas. Así, por ejemplo, es la única escultora en Cuba que tiene tres obras con la categoría de Monumento Nacional: el monumento de la reglana Colina Lenin; el Memorial Serafín Sánchez Valdivia, en Sancti Spíritus, donde el héroe insurrecto amigo de Martí aparece junto a un ex esclavo angolano a quien alfabetizó en medio de las balaceras; y el conjunto que incluye el monumento a Camilo Cienfuegos, el Mausoleo del Frente Norte de Las Villas.
Otro récord: en la Universidad para la Paz, creada por la ONU en Costa Rica, emplazó el Monumento al Desarme, el Trabajo y la Paz, el más grande en Centroamérica, y uno de los mayores en el planeta. (Dedicado precisamente a la paz. Los que se inspiran en guerreros… superabundan).
¡Ah!, pero doy la alarma en cuanto a respuestas facilonas, si nos preguntan quién era Thelvia Marín Mederos. Sí, pues por encima de los siglos parecería que el físico Sir Isaac Newton constantemente le hubiese estado musitando al oído su frase preferida: «La unidad es la variedad, y la variedad en la unidad es la ley suprema del universo».
¿Nos preguntábamos quién es Thelvia Marín? Pues iniciemos el inventario, con un resultado tan copioso que parece no tener fin.
Escultora (ya lo dijimos). Luchadora clandestina, estuvo a las órdenes de aquel ángel santiaguero llegado de otra galaxia. Diplomática, muy bien representados nos sentimos cuando ella transitaba por esos mundos externos. Docente, durante un lustro se desempeñó como catedrática en la Universidad Nacional de Costa Rica. Compositora, sus canciones populares han sido trasuntadas en conciertos para violín y orquesta por su hijo, Jorge López Marín. Escritora, le debemos textos como Viaje al Sexto Sol, El ritual de la Cohoba y La amante japonesa del Obispo-Kamikaze. Poetisa por los cuatro costados. Periodista, capitaneó la página cultural de La Tarde y de Juventud Rebelde. Psicóloga, quizás sólo ella podría concertar los tornillos que a uno le bailan dentro de la caja craneana. Y mil desempeños más.
Claro está, no en vano Thelvia alguna vez confesó: «He vivido la vida, la vivo y la viviré, aplicando el precepto martiano de que es necesario “hacer en cada momento lo que cada momento requiere”; de manera que siempre peco por comisión y jamás por omisión».
Su ausencia nos deja un hueco negro en cada fibrita del miocardio.
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