Thelvia Marín. Premio Nacional por la obra de la vida…


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Hace tiempo debí escribir este artículo, pero cuando se está frente a una persona tan vital como Thelvia, el tiempo se disfraza y nos hace caer en la idea de la inmortalidad y la juventud sin vejez, entonces nos olvidamos del tiempo y nos llevamos por ese espíritu de trabajo que tienen algunas personas, siempre con un nuevo proyecto, con el que logran involucrarnos a pesar de su avanzada edad.

Conocí a Thelvia hace ya algunos años y fue por las páginas de un libro que la Editorial Extramuros le dedicara a su amplia obra escultórica, no obstante, a veces un frío papel no puede transmitir el carácter de la persona de la que se habla. En varias ocasiones la vi en la Sociedad canaria, donde se desarrollaba como jurado de eventos y donde pudo publicar su amplia obra poética acompañada de un disco, aún así no conocía a la mujer que se escondía tras los versos sencillos pero llenos de sensualidad y cubanismo.

Un día le pedí un original para publicar en Extramuros y fue entonces que visita tras visita se fue relevando una cubana que era un monumento vivo al patriotismo, el arte, la literatura y la música.

Visitar su casona de la Víbora, le daba a uno la sensación de estar en un museo a la vida. Ya en la entrada unas esculturas echas en metal, te daban la bienvenida. Las paredes albergaban algunas de sus obras más queridas, cuadros de su hija Thelvita o la última colección dedicada al sincretismo religioso cubano que parecía no acabar nunca. La cultura indígena parecía renacer en algunas piezas pequeñas o unas manos de madera se abrían al mundo más que para recibir para dar, porque era mucho lo que tenía que ofrecer esta mujer nonagenaria que nunca fue anciana: la vejez le teme al arte de trabajar.

Un jugo de mango sin azúcar no me lo tomo en ninguna parte, mas los frutos de la casa de la pintora eran dulces como ella que se agitaba y hablaba de la muerte como algo posible, cercano, pero que no vencía sus ansias de crear.

Fue entonces que allí, en su patio, rodeada de cabezas gigantescas de diferentes personajes históricos, me habló de las reuniones que se hicieron en su casa de la playa para preparar la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista, de cómo era Frank País, su lucha en la clandestinidad antes de 1959 y cómo fue capaz de aguantar las torturas que le hicieron los sicarios entre ellos el tristemente célebre Ventura, para no delatar a sus compañeros.

Cuántas veces oí hablar y me vi frente a la colina Lenin en Regla, obra monumental dedicada al líder comunista que ha sido testigo de la historia de esa región habanera, no sabía que eran las bellas manos de una mujer las que lo habían cincelado. La obra escultórica de la Marín es como su cuerpo, como ella misma, hermosa, amplia, pacífica.

De su extensa obra literaria me costó trabajo escoger un manuscrito. La mesa de la sala se fue llenado de libros y originales que me descubrían una escritora capaz de moverse con soltura en diferentes géneros literarios: la poesía, la novela, el testimonio y hasta el ensayo. El libro Condenados, del Presidio a la Vida, es una colección de relatos sobre el presidio en Cuba que fue halagada por Abel Prieto, según me contó la pintora, pero que jamás se publicó en Cuba; lo mismo ocurría con su novela La amante japonesa del obispo Kamikaze, una obra que me atrapó por su valentía al defender el asunto de la discriminación de la mujer. Así afirma la protagonista Terube San: “Hoy veo claramente, desde mi condición de mujer, cuánto hemos sido traicionadas, por el papel nulo que a todas las mujeres del mundo nos ha tocado jugar en la historia de las religiones, los partidos, de las guerras de la humanidad”. Tesis desgarrada, deviene alegato que aún hoy carece de respuesta, en un mundo que alardea únicamente progresos y derechos.

Esta novela tampoco se había podido publicar en Cuba por ser muy voluminosa, pero quedé tan impregnada de su argumento que le propuse a la autora hacer algunos trucos editoriales como eliminar sus parlamentos y así se publicó con notable éxito en Extramuros 2014 la novela Viaje al Sexto Sol, que demuestra cómo es capaz de manejar variada información, de complejidad científica en muchos casos, desde la perspectiva de un lenguaje literario de absoluta belleza y elevadísimo dominio de las técnicas narrativas.

Dentro de su obra escultórica se destacan tres que son monumentos nacionales: El de Camilo Cienfuegos, el de Serafín Sánchez y el ya mencionado de la colina Lenin. Cabe destacar el monumento al Trabajo, al Desarme y la Paz, en la Universidad para la Paz, organismo creado por la ONU en Costa Rica; cuya solución arquitectónica y estética, además de su integración al entorno, lo hacen un monumento impresionante, acogedor, único y majestuoso.  

Entonces me pregunté cómo no le habían dado el Premio Nacional de Artes Plásticas a esta mujer monumento o el de literatura tomando en cuenta lo que aportó con su amplia obra.

En La amante japonesa… dice la protagonista: “Nunca hasta entonces había comprendido que la verdadera soledad consiste en estar rodeado de personas, en un lugar donde todas se sienten tan solitarias, que las palabras suenan a silencio, y el silencio suena a desesperación”.

Thelvia nunca estuvo sola; la acompañaron sus hijos Thelvia, Goy y, … artistas que seguirán su ejemplo; la acompañaron sus amigos Virgilio López Lemus, Aitana Alberti, Alex Pausides, y un pueblo que no olvida y sabe dónde ubicar y cómo premiar a sus verdaderos artistas.

A propósito de una antología erótica que preparo, escribió: “Lo erótico en mi obra escultórica, pictórica y literaria es un secreto a voces; un juego sofisticado y diabólico de formas, colores, sentimientos, deseos, ideas y conceptos que conducen hacia una trampa “semántica”, en el devenir “semiótico” de contradicciones “polisémicas”, ¿juego de palabras?; con el poder de atrapar a quienes se aventuran por ese dédalo indescifrable, hasta involucrarlos en lo que ocurre dentro del laberinto-cielo-averno, donde habita esta impredecible iconoclasta que soy”.


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