“Tengo fe en la sangre y las lágrimas de esta tierra fecunda, en los sacrificios consumados por este pueblo”. Generalísimo Máximo Gómez Báez


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“Tengamos fe hasta el último instante. No dé usted cabida en su pecho al pesimismo por los destinos futuros de Cuba, en vista de tantas ambiciones y apasionamientos. Tengo fe en la sangre y las lágrimas de esta tierra fecunda, en los sacrificios consumados por este pueblo (…) Todo esto que presenciamos ahora es natural que suceda. Es el período crítico. El país como un enfermo, se halla bajo una fiebre muy intensa, pero el enfermo no morirá porque es un ser robusto. La lucha ahora es puramente moral y sin consecuencias lamentables para el país, mientras no se perturbe la paz pública” (1)

Así escribe el Mayor General Máximo Gómez Báez (2), dominicano de nacimiento y cubano e internacionalista de corazón, el 21 de octubre de 1901 a su amigo y compañero de luchas General José Miró Argenter, durante la presencia del gobierno interventor norteamericano en suelo cubano.

En un aniversario más de su natalicio, rememoremos al Hombre que se autodefinía como “revolucionario radical”, y que la guerra que dirigió llevaba también el sentido y fervor del radicalismo. Algo que lo diferenciaba del contexto americano de aquella época, distinguida por la existencia del imperio norteamericano en pleno proceso de desarrollo y expansión por el mundo.

Rememoremos al Guerrero implacable contra los dueños de ingenios y plantaciones azucareras, de vegas de tabaco y cafetales, que se mantuvieron abasteciendo a la colonia española, violando así lo estipulado en las proclamas y circulares emanadas del Cuartel General del Ejército Libertador.

Jamás olvidemos al Estratega de un sinnúmero de ofensivas y contraofensivas, al compañero de armas del Titán de Bronce Antonio Maceo Grajales durante la Invasión de Oriente a Occidente –única concebida en la Historia aún hasta nuestros días para connotados expertos militares–. Tomemos el ejemplo del Hombre cuyo concepto de “la revolución de los desheredados” revelaba el cumplimiento de determinados objetivos, delimitando la parte de la sociedad que debía ser beneficiada con las transformaciones tras la guerra.

Para él “los desheredados lo componían la masa víctima principal sobre la cual recae todas las malas consecuencias de las exaltaciones de los poderosos y de la clase superior, y la que al fin y a la postre, recoge junto con los andrajosos de la miseria, el descuido, el desprecio y la desconsideración de las altas clases” (3).

Asimismo, su concepción sobre el establecimiento de un gobierno democrático emergió a partir de su interacción e identificación con los grupos más pobres del país y de aquellos que lucharon hombro con hombro junto a él durante los difíciles años de contienda. Las desigualdades entre el “colono y el industrial deben desaparecer, y trabajar en armonía a través del fraternal lazo que parece lo debe constituir la materia prima, la caña, dentro de la cual se mueven ambos”, escribió a su amigo Andrés Moreno, el seis de febrero de 1897, (4) para agregar seguidamente al observar tanta riqueza en las casas-palacios de las familias adineradas:

“Cuando llegué al fondo, cuando puse mi mano en el corazón adolorido del pueblo trabajador y lo sentí herido de tristeza, cuando palpé al lado de tanta opulencia, alrededor de toda aquella asombrosa riqueza, tanta miseria material y tanta pobreza moral, cuando todo esto vi en la casa del colono, y me lo encontré embrutecido para ser engañado, con su mujer y sus hijitos cubiertos de andrajos y viviendo en una pobre choza, plantada en la tierra ajena, cuando pregunté por la escuela y se me contestó que no la había habido nunca (…) entonces yo me sentí indignado y profundamente predispuesto en contra de las clases elevadas del país, y en un instante de coraje (…) exclamé: ¡Bendita sea la tea!”.

Igualmente, no olvidemos que, durante aquellos años –finales del siglo XIX y principios del XX–, tuvimos la presencia de la ocupación militar norteamericana, contexto difícil y traumático no sólo para nuestro pueblo, sino también y de manera muy especial para el generalísimo Máximo Gómez. Un Hombre para quien la escuela era algo fundamental con vista a la formación de una ética, de una moral y cívica popular y para la construcción de entes simbólicos que permitieran la presencia de una Patria, partiendo de ellos, de sus héroes y mártires. Así, la Patria cubana está forjada a partir de una lucha, de una guerra y de una revolución independentista y la necesidad de “criticar los males del colonialismo español y llevar a cabo la legitimación de símbolos patrios nacionales partiendo de la significación e importancia de un estado independiente”, luego de cuatro siglos de presencia hispana en la Isla.

Y algo fundamental a mencionar en todo ese proceso de creación de símbolos patrios a principios del pasado siglo con vista a la enseñanza pedagógica fue la necesidad del estudio y conocimiento profundo de nuestro José Martí proclamado por El Generalísimo, además de alzarse convocando “a la unidad y a la concordia entre todos los cubanos”, con el objetivo de sumar voluntades contra las tendencias anexionistas y autonomistas; tendencias que podían incidir dentro del proceso pedagógico de desarrollo y consolidación de la Nación cubana y de su nueva escuela, formadora de generaciones.

El Generalísimo Máximo Gómez, el insigne internacionalista dominicano-cubano, impronta de revolucionario para todos los tiempos, bien atesora el pensamiento de uno de sus más leales amigos y colaboradores:

“No mueren nunca sin dejar enseñanza los hombres en quienes culminan los elementos y caracteres de los pueblos; por lo que, bien entendida, viene a ser un curso histórico la biografía de un hombre prominente”. José Martí. (5)

 

 

Notas:

  1. Carta de Mayor General Máximo Gómez Báez, al general José Miró Argenter, 21 de octubre de 1901, durante la presencia del gobierno interventor norteamericano en suelo cubano. Máximo Gómez, selección de documentos (1895-1905). Selección y prólogo de Yoel Cordoví. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2003.
  2. Máximo Gómez Báez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836-La Habana, Cuba, 17 de junio de 1905).
  3. En misiva dirigida a su amigo José Dolores Pérez, en 1885, afirmó: “Yo pretendo ser libertador de un pueblo esclavo, soy un soldado de la democracia al servicio de un pueblo, pero no un instrumento que ayude a subir a ningún hombre al poder, Soy, sí, un soldado que ayuda a un pueblo oprimido a sacudir su servidumbre y conquistar su nombre y rango de Nación, pero no aspiro a gobernar”. Máximo Gómez, Selección de documentos (1895-1905). Selección y prólogo de Yoel Cordoví. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2003.
  4. Carta a Andrés Moreno, el seis de febrero de 1897, Máximo Gómez, selección de documentos (1895-1905). Selección y prólogo de Yoel Cordoví. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2003.
  5. Obras Completas José Martí. Periódico La Nación, 4 y 5 de febrero de 1887. T. 13, p. 255.

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