Somos hijos de aquellos sueños convertidos en realidades


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Foto: Kike.

El entorno que circunda un acontecimiento tan trascendental como el que rememoramos hoy, los profundos cambios en el ámbito social y cultural que se sucedían en aquel entonces, y la postura asumida por Fidel, esbozan la grandeza del proceso revolucionario que recién iniciaba.

Ser resultado de esas visiones y aspiraciones manifestadas en aquellos días resulta un compromiso enorme a la altura de estos 55 años. Si bien para aquellos que compartieron esos momentos constituía un punto de partida, para quienes vivimos el presente, representa un reto, pues de nosotros dependerá la permanencia y trascendencia de esas ideas básicas que definen la política cultural de la nación.

Las primeras nociones de este suceso, según recuerdo, me fueron transmitidas la primera vez que llegó un instructor de arte a mi escuela primaria. Desde sus talleres escuché los conceptos de aficionados, cultura, comunidad y otros muchos que se venían complejizando a medida que ese grupo de niños a los que les interesaba el teatro fuimos madurando.

Luego entendí que su llegada hasta mi centro tenía que ver con algo que llamaban democratización (concepto que, confieso, no comprendí hasta después de un tiempo) y que la formación de aquel grupo de teatro no era más que otro espacio en el que creceríamos tanto en el plano intelectual como espiritual.

Tal vez existan miles de historias cercanas a esta, pero ninguna hubiese sido posible sin el empeño puesto por la Revolución en pos de la creación de una política cultural diferente, inclusiva, con igualdad de oportunidades, ajena a dogmas y sectarismos, donde una niña como yo del poblado de Jovellanos se acercó al teatro sin tan siquiera salir de su municipio.

Como es de suponer, la influencia que ese instructor tuvo en mí se vio concretada en la profesión que hoy también desarrollo, esa que desde aquellos primeros que se iniciaron en granjas y cooperativas hasta los más de 17 mil que hoy formamos parte de la Brigada José Martí, sigue siendo baluarte imprescindible para satisfacción de las necesidades espirituales del pueblo. Cómo olvidar la obra de Sara Lamerán, Olga Alonso, Nisia Agüero y otros miles que se entregaron en pos de esa lucha contra la incultura, desde profundos compromisos sociales.

De Palabras a los intelectuales nos llegaron líneas básicas para nuestra formación profesional. Con magistral elocuencia fueron dibujados los conceptos de calidad de vida, formación de juicios y gustos estéticos, así como la valía del ejercicio del pensamiento en la formación de cada individuo para el alcance de su libertad plena.

De Palabras a los intelectuales nos llegaron líneas básicas para nuestra formación profesional. Con magistral elocuencia fueron dibujados los conceptos de calidad de vida, formación de juicios y gustos estéticos.

En correspondencia con ellos vale señalar las responsabilidades que en el devenir de estos años se han asumido; pues si bien en un inicio la profesión surgió en escenarios de la producción, la realidad muestra que esos espacios han sido variados durante estos años: lo mismo desde una empresa o entidad, que desde una institución cultural.

Por estos días los contextos son rectorados por las escuelas y casas de cultura, desde ellas se abre el alcance de la profesión a ese epicentro de saberes que es la comunidad, una comunidad diferente, propia del siglo XXI, necesitada de la práctica acertada de este gremio ante la avalancha de patrones y modelos de vida foráneos.

Aunque los escenarios han sido diversos en estos años, tienen varios denominadores comunes, entre ellos, la vocación eminentemente social, los sacrificios durante el ejercicio de la creación y, sobre todo, la transmisión de valores cívicos y morales, que demuestra la profunda concepción humanista de la Revolución.

Otro aspecto que ha marcado a estas generaciones ha sido su aporte a la formación de los públicos, desde el entendido de la capacidad que este da para participar en los procesos que suceden a su alrededor de forma activa. En torno a ellos se fragua un sentir por la defensa de lo más genuino de las tradiciones que ha acumulado la nación.

Para esta generación futura, como nos llamara Fidel, Palabras a los intelectuales continúa siendo la columna vertebral que sostiene nuestro hacer.

Para esta generación futura, como nos llamara Fidel, Palabras a los intelectuales continúa siendo la columna vertebral que sostiene nuestro hacer; reencontrarse con ellas tiene que seguir siendo una herramienta de trabajo para aquel que tenga implicación en el ámbito cultural, pero sobre todo, para el pueblo en general, que es el principal protagonista de esta obra.

Los instructores seguimos siendo hijos de aquellos sueños convertidos en realidades y si bien hemos tenido nuevos derroteros, en estos últimos años demostramos ser fieles a ese empeño de seguir salvaguardando el patrimonio cultural de esta Isla.

La rememoración de estos días ha servido para que sigamos apostando a la preservación de esas conquistas, para que luchemos fervientemente por defender esa cubanía que nos hace tan únicos y a la vez universales.

Hagamos entonces desde cada lugar lo que nos corresponde, sigamos siendo mejores, pasemos —como se dijera en aquel entonces— a la posteridad, para que las generaciones futuras puedan decir la última palabra.

 

 

Nota: Palabras leídas en el acto por el 55 aniversario de Palabras a los intelectuales, en el teatro de la Biblioteca Nacional José Martí. 30 de junio de 2016.


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