Microuniversos, el más reciente conjunto de piezas presentado al público por la artista Virginia Karina, se nos presenta como una visión de Pirandello concebida de modo bien distinto, ya que en lugar de descubrir a “seis personajes en busca de un autor”, encontramos 20 “escenarios de cámara” –elaborados por ella- en espera de ser contemplados por sólo un espectador a la vez.
La muestra -dispuesta en ámbito oscuro que posibilita el necesario diálogo visual en silencio y con la intimidad adecuada- nos entrega micro-espectáculos implícitos en cada caja negra (como evidencia del “vuelo” imaginario) que además de ser ellas mismas arte-objeto, funcionan como receptáculos para experimentar “puestas en escenas” sin discurrir actoral. Cada vez que nuestro ojo escudriña por el visor que nos revela los interiores, estamos ante una variante de formas, sugerencias fantásticas y colores que materializan el reencuentro -tal vez inconsciente- de la autora con su infancia, a partir de la maternidad y el estrecho diálogo madre-hija, que le devuelve de alguna manera procesos vivenciales propios.
En este sentido, Virginia Karina se las ingenia para buscar en los que fueran sus juguetes y los de su niña, múltiples escenarios a escala de “maqueta” o “cofre de los misterios”, donde aparecen registradas sus experiencias personales, e igualmente sus armonizadas emociones de madre y de artista. Se podría decir que toda la exposición conjuga riqueza de propuestas para teatros con la revelación estética, profundamente lírica, de una voluntad de hacer del diseño una entidad autónoma artísticamente comunicativa.
Cada diminuto “enviroment” atrapado en la caja se torna “poema espacial” y “pintura intra-tridimensional ”, coquetea con el principio de la “cámara oscura” y establece paralelismos lúdicos con el visor de slides, aquel popular juguete de los años 70-80 con un carrusel de diapositivas que giraba, colocando cada imagen delante del orificio por donde observaba el espectador. Así mismo podrían encontrarse analogías con la lógica ilusoria sensorial del caleidoscopio, que al igual que el visor, responde a determinadas leyes de la óptica, haciendo de estos objetos algo más que juguetes, porque en ellos hay un interés por convertir en lenguaje plástico el desarrollo mancomunado de las percepciones, de la imaginación y del pensamiento abstracto.
De acuerdo con la idea sartreana, deudora del pensamiento kantiano, el sentido de toda obra de arte se completa en el momento en que se establece el encuentro directo pieza-espectador. Justamente en ello se haya la diferencia entre las realizaciones de Virginia K. y una exposición convencional. En su caso la obra no se muestra a un público diverso ni se abre visualmente de manera múltiple para todos los espectadores a la vez, sino que dicha relación perceptiva y aprehensiva se establece para un solo espectador, quien se asoma a observar el contenido dentro de la caja, lo asume de manera hedonista, da paso a inauditas interrogantes y puede hasta sentirse atrapado en un sueño armado en cada uno de los “escenarios” independientes. Podemos reconocer un aporte de construcción y expresión en esta autora, aunque en algún momento de la historia del arte ambos principios de relación dialógica fueran también combinados en una misma obra.
Esta particularidad hace de Microuniversos una propuesta interactiva y dinámica donde el discurso obra-espectador deviene un contacto íntimo, unidireccional en el sentido físico, pero a la vez multidireccional en el plano emocional, creativo, psíquico, expresivo.
Una vez que ese universo interior erigido por la artífice ha sido descubierto, comienza a abrirse el receptáculo sensitivo donde entra a jugar un papel fundamental la sinestesia. Sus recursos de oficio como diseñadora escénica le permiten echar mano a una multiplicidad de elementos matéricos, formales, extra-estéticos, propios de la vida común, y hasta de la producción mercantil estandarizada, haciendo así de toda su obra una fiesta de sentidos, un “mundo” rico en lo imaginativo, generador de verdadero goce estético.
Esa carga de valores inherentes a lo espiritual y subjetivo sobrepasan cualquier desliz de relativo acercamiento al Kitsch, por la colocación de objetos y mercaderías, como ositos de peluches y latas de refrescos, que aunque se proponen acentuar el ambiente de la infancia, pueden tener implicaciones bien distantes de la estética culta desplegada por Virginia Karina.
La diversidad de texturas que le ofrecen los materiales, justamente del atrezo: como lentejuelas, canutillos, paños traslúcidos, etc.; además de la disposición de elementos naturales como hojas, alimentos, caracoles, agua, arena, aceite, provocan no sólo al tacto sino también al olfato. Así mismo, las alternativas que en el juego de ilusiones y trueques le brindan los espejos y las luces, inducen a la alteración perceptiva de los espacios y las dimensiones, de manera que cada pieza se convierte en un universo inaprehensible.
De ahí que pueda afirmarse que las cajas funcionan como una extensión de la conciencia, como fotogramas de la fantasía intrínseca de cada espectador. Lo que dentro vemos, es un despertar de recuerdos y de emociones conocidas de algún tiempo bastante anterior, traducidas a través del color, de la imagen difusa, de la pérdida de los límites físicos, de los reflejos interminables, de una alusión indirecta a la noción de origen, de principio, que suele crear una especie de complicidad sugerente.
La muestra Microuniversos, de la artista Virginia Karina Peña Rodríguez, permanecerá abierta hasta el 26 de abril en la Galería Raúl Oliva del Complejo teatral “Bertold Brecht”.
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