Antes de comenzar a escribir este texto quiero agradecer a los encargados de la reconstrucción de un evento necesario en la provincia, famosa por presencia de portales y por su estilo de locución, entre otras cosas. Y es que además de críticas, retomar un festival como el Channy Chelacy merece parabienes, ensanchamientos.
Para nadie es un secreto que la competencia es necesaria para el desarrollo. Motiva y hace grandes a los pequeños o sobrevalora la potencialidad de los que ya están en la fase meseta de su carrera. Posibilita la actividad creadora de muchos, y permite que con un buen espectáculo, el público se sienta agradecido y feliz.
Así las cosas fueron sucediendo desde el 27 de noviembre en el coliseo de la ciudad de los portales en la XVIII edición del Festival de la canción popular Channy Chelacy que ya andaba por las arcas del olvido. Traerlo a la palestra pública, empeñar esfuerzos y recursos bien vale la pena.
Su escenografía a manos de dos jóvenes que desde la estética de la AHS supieron organizar y darle un sello a este festival, cumple su cometido y agrada. Lilian Miguel Carmonell y José Ángel Guerra confeccionaron varios pendones con una estética art pop con el rostro de Moraima Secada (1930-1984), a quien se le dedica esta edición del festival, y lo esparcieron, bajo influencia de Dalí, en las alturas del proscenio.
Hay unas consabidas rosas en los alrededores del entablado y en las escaleras de acceso al mismo, como ya nos tiene acostumbrado este tipo de festival. Aunque resulta muy complejo hacer escenografía con una logística precaria y con pocas posibilidades de expansión, este diseño amerita la puesta en escena y consigue una visualidad “otra” en contradicción con aquellas notas y símbolos musicales casi sempiternos. En contraste con las escenografías digitales y automatizadas que en otros países facilita el trabajo de los escenógrafos.
La conducción del espectáculo, a mi juicio, debió estar encaminada hacia una variante mucho más suelta e improvisada que dejara a un lado las horripilantes cartulinas en manos de los locutores, con los nombres de las obras y creadores más las menciones a las que se hace referencia, pues afean el desempeño del anunciador y lo amarran a una estética que no se aviene con el suceso.
Faltó, creo yo, si se trata de un festival con carácter nacional, hacer mención de la provincia a la que pertenecen obra y creador.
El carisma y la profesionalidad de estos dos artífices de la palabra salvaron, en más de una ocasión, el nivel del espectáculo y casi le ofrecieron la espontaneidad necesaria. Todavía había que repensarse la actitud escénica de los mismos para otras ediciones, y la preparación personal con el objetivo de colocarse a la altura de los tiempos que corren y la dinámica de nuestra vida.
Otra mención merecen las quince obras en concurso. Estamos viviendo tiempos de una dejadez por el cuidado de nuestra identidad. No solo como avileños sino, también, como cubanos. Y le toca al arte rescatar esta identidad y servir como escuela a las futuras generaciones para que amen el pedazo de suelo que pisan y la cultura que viven. De lo contrario, estará todo perdido.
Por lo que creo que una mejor selección de los géneros en concurso hubiera bastado para hacerle el juego a la política cultural y ser coherentes con lo que por algún tiempo los artistas de vanguardia del país venimos abogando. Y es que en esta edición del festival hay un desbalance de géneros donde se ve favorecida la balada pop. Una sola guajira, un son y una canción de ¿nueva trova? como representantes de la cultura que somos.
El resto de las canciones casi no nos pertenecen o no nos diferencian de otros festivales del país. Y en esto sí le achaco responsabilidad al comité organizador del Channy Chelacy. Desde su convocatoria hay que velar por la inclusión de estilos musicales cubanos y procurar que el jurado de admisión trabaje sobre la misma cuerda para que después en pleno festival no se vea tanta diferencia y desbalance.
Las canciones, en sentido general, gozan de cierta calidad, aunque por supuesto se nota una tendencia al facilismo en las letras que todavía lacera la creación. Tendencia en la que habría que trabajar en futuras ediciones del festival con tal de asegurar calidad literaria, de lo contrario no sería necesario incluir a metodólogos de Literatura en un jurado que premia identidad cubana. A mi entender, la gran ausente en este XVIII festival de la canción popular cubana.
De la interpretación podría hablar muchísimo, pero caería en la tentación de herir susceptibilidades y no es mi objetivo. Aplaudo a manos llenas de admiración y respeto el calor y el auge que ha ganado el cuidado interpretativo de nuestros cantantes. Pero, ojo, seguimos descuidando dinámicas, matices, técnica vocal, lo que nos hace gritar en escena y maltratar métricas, ritmos y hasta cadencias melódicas.
No digamos que apenas existe esa teatralidad que es propia de la interpretación y que permite al cantante imaginar la escena cantada para luego transmitirla a tenor con la escuela de Stanislavski. Cada cantante, salvo excepciones claro está, transmite por la calidad de su voz y el timbre adecuado.
Está ocurriendo en Ciego de Ávila frecuentemente que el volumen del sonido de las orquestaciones es tan elevado que no permite al que canta regodearse en matices y técnicas propias del aparato vocal, a tenor de no escucharse o perderse intenciones. En concordancia con aquello de que “la violencia genera violencia”, el volumen demasiado alto genera gritos.
Otra de las cosas que veo en la zona de dudas es el premio a la orquestación. Resulta que sí considero necesario que esta se premie, loable es la creación de esos músicos orquestales que consiguen transmitir a un tiempo, identidad y pasión, pero es legítimo que se le ponga límite a la cantidad de obras orquestadas. Resulta desigual y lastimero que un músico tenga 8 obras contra dos de otro músico o cinco o una sola. Había que, a mi parecer, aclararlo en la convocatoria.
Aplaudo el empeño de aquellos que han trabajado hasta el agotamiento porque este festival resulte y con calidad. El jurado que tiene a su cargo la decisión de premiar obras y creadores, intérpretes y orquestaciones, tendrá la siempre dura tarea de vencer subjetividades para hacer justicia. Este jurado, que me parece adecuado, estuvo compuesto principalmente por Vania Borges, Rey Montesinos (Presidente), Oscar Solís, Rafael Espín, y por otros especialistas del centro de la música avileña y metodólogos de Literatura; todos bajo el liderazgo de Eddy Vargas.
Este XVIII festival de la canción popular Channy Chelacy cumplió su cometido y nos arrancó aplausos, agradecimientos, y el deseo de una mejor salud.
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