Uno a uno los cuerpos aparecen. Emerge la luz, el sonido, la voz. Acaso, volúmenes individuales, grupales, solitarios y en masa conjunta. Con lentitud se concentran y se retraen. Rauda, la quietud se trastoca en dinámica energía, por momentos entrecruzada de torsos que ondulan, caderas en contorsión, brazos y manos que se quiebran, piernas que se elevan al cielo. Los cuerpos danzan asimétricamente y también sujetos al acople. Cada uno lleva consigo una carga particular contenida, pero que invariantemente les hace converger en su todo unísono a la par del “Bésame mucho” de Leticia Herrera. Al final, la quietud retorna. Los cuerpos se reúnen para un reposo que no es tal. Lámparas como tocados y afeites, vestuarios pomposos y concisos, tacones cimeros y pies bajos, giros, saltos, extensiones, cabrioles, baile total.
Quizás, lo ideal para resumir sus postulados dentro de la creación coreográfica esté en dejarse llevar por la coexistencia funcional del baile, la sonoridad, la apariencia y el disfrute. Sus piezas, en sí y en suite, poseen la gracia de un particular diseño corpo espacial a través del cual las acciones grupales se desarrollan con amplitud, descomponiéndose por instantes para de nuevo retomar su integralidad. Como si no quedara cabo suelto, Santiago Alfonso sabe que en la danza y en la coreografía no hay espacio para el embuste, para el adorno insustancial, para el melindre sin lugar.
Larga es ya su la labor como formador de artistas y de públicos. Fecunda, además, al punto de poder afirmar que mucho le debe el espectáculo escénico musical cubano a su fino calado de coreógrafo, director artístico y artífice por excelencia del show nocturno y de cabaret en Cuba. Y sí, es que la mayoría de nuestros artistas de la danza, directa o indirectamente, a través del hacer del maestro, descubrieron la manifestación y se educaron dentro de ella. Créanme, no exagero. Y no hablo solo de la siempre bella Lupe Guzmán, de Rafael Olivera o de Spínola, si bien en ellos tres se puede sintetizar la potencia creativa y la huella de Alfonso en su expansión del show de Tropicana a nuestra danza toda, Santiago está aquí y ahora, va y viene por siempre.
Su entramado coreográfico constituye un universo reconocible. En él se resumen todas sus creencias y sus posturas, a veces irreductibles, sobre el hecho de danzar. Sus obras reflejan ese múltiple mundo con propiedad. Forman parte de una historia personal y simbolizan una aportación legítima al patrimonio cultural de la danza y del espectáculo escénico musical cubano del siglo XX y XXI.Parecería que, con Santiago, la danza está para recordarnos que no somos más que cuerpos en el tiempo y en el espacio moviéndonos sin cesar, pero que, al ritmo del baile, somos algo más que solo cuerpos en el tiempo y en el espacio. A modo de celebración de esas fuerzas elementales, las que vienen del origen de todo, desde el primer latido, danzar es abrazar el movimiento y su energía pulsante, la misma que nos hizo bailar al comienzo de todo.
Hoy, la emoción se aviene para festejar su próximo ochenta y cinco cumpleaños de vida y sus casi setenta años de trayectoria artística, celebración a un creador fundamental y brújula de tantos caminos. Sus muchos aportes han sido determinantes en el desarrollo de la danza espectacular cubana. Figura su nombre dentro de aquellos “cuerpos probetas” que le sirvieran a Ramiro Guerra como intérpretes pioneros y esforzados (volvamos al modélico Shangó de Suite Yoruba, por ejemplo) de una expresión escénica desconocida y en gestación al debut de la década del sesenta: la danza moderna made in Cuba. La marca de Guerra fue configurando un modo de hacer donde la investigación alrededor de esos dispositivos primarios de la danza (el entrenamiento, la observación, la inconformidad en las formas conseguidas), labraron en el cuerpo de Santiago un voto permanente por no ver la danza como mero entretenimiento ni diversión festinada. Su paso en la dirección del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, su entrada primera como asistente de dirección en el Cabaret Tropicana (su casa por treinta y nueve largos años), el retiro como bailarín activo tras la experiencia de intérprete en el Improntum Galante, de Ramiro; constituyen parte esencial de ese marco que hace de Santiago Alfonso un nombre imprescindible de nuestras historias danzadas.
Razones más que suficientes en la conformación, si bien no precisamente de un repertorio coreográfico accesible, sí de un quehacer ejemplar ya constituido en patrimonio cultural del país. Su labor de maestro artista cumplida en varias generaciones de bailarinas y bailarines, de ensayadores, profesores, lo convierte en un genuino y honesto maestro de maestros. A sus 85 años de edad, él está ahí, siempre listo al llamado, al consejo oportuno. Hombre de cultura seria y de mundo, de atmósferas teatrales inequívocas, de plumas y lentejuelas que sobrepasan lo purpúreo de sus brillos propios para bordear peripecias mentales, corporales y escriturales en sus modos de vestir la escena y los imaginarios. Hoy cuando nuestro mundo sigue puesto a prueba y no cesamos en la búsqueda de respuestas en medio del compromiso real del artista con su tiempo, Santiago no pausa, se considera un eterno aprendiz al alcance de todos.
Con él, como con otros creadores medulares, no nos alcanzará el tiempo para sus merecidos tributos. Siendo importante advertir cuánto hemos aprehendido bailando y viendo esas estrellas de su paraíso real y simbólico. El de su danza espectacular que, de La Habana a Tokio, al Royal Albert Hall de Londres, al Gran Casino de Montecarlo, al Olympia de París y más, regresa siempre al punto de partida como franca devolución de lo aquí aprendido y cultivado. Como si no hubiera distancia y la fuerza de atracción de los cuerpos sigue estando aquí, o sea, en lo entrañable de los afectos. Como si esa fuerza de gravedad nos siguiera uniendo al primer llamado, aquel que lo embrujó para desafiar el riesgo que persigue la búsqueda de la belleza, de la aventura siempre renovada.
En estos días de aniversario por venir, regresaremos al encuentro con el maestro, a sus enseñanzas, también a los recuerdos de esa arquitectura que arma su fe de vida y su obra en la danza y el espectáculo cubanos. Revisar los registros, el documental Show Time, de la realizadora Alina Morante o el estreno aún sin título que Pedro Maytín produce en estos momentos. Santiago Alfonso, más allá del sinnúmero de conquistas, reconocimientos, distinciones y premios, tus discípulos, colegas, admiradores, el público, sabe que, en tus secuencias de movimientos armonizados, en la musicalidad de tus frases y evoluciones, en la utilización de los elementos de la danza y la música cubanas y universales, gravita la peculiaridad de tu estilo y en él, la singularidad de tu lenguaje. Y es que, Santiago Alfonso: la gloria eres tú.
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