Fue en 1907 cuando fue publicado El canto errante. Ya habían salido de las líricas manos del Príncipe de las Letras, Abrojos, sus Rimas, el extraordinario texto poético Azul, sus Prosas profanas; y entre otras muchas creaciones, sus Cantos de vida y esperanza. Ya era bien conocido por la Marcha Triunfal, su oda a Simón Bolívar, por la dedicada a la Unión de Centroamérica y por haber viajado por estas y por otras tierras del mundo. Había conocido a nuestro Héroe Nacional y se sentía orgulloso de que Martí lo hubiera llamado ¡Hijo! Quizás, algunas jovencitas enamoradas recitaban sus versos y muchos poetas querían escribir como él.
Rubén Darío, el gran bardo, tenía 40 años. Diez años después, había logrado una inmensa popularidad.
Había nacido en Metapa, Nicaragua. Murió en la ciudad de León de su país natal.
En el prólogo a sus Cantos de vida y esperanza, el cantor ya reconocía que el Movimiento de libertad poética que le había tocado iniciar en América, se había propagada en España. Por primera vez, la literatura de nuestras tierras influía en la poderosa antigua metrópoli. Y eso era algo sencillamente extraordinario, que lógicamente trajo algunas consecuencias.
No todos los creadores, amantes del clasicismo, fueron capaces de asimilar cambios en la lírica. No obstante, en España, Darío tuvo muy buenos amigos y admiradores. A los que querían imitarlo, les decía como Wagner a su discípula Augusta Holmes: “Sobre todo no imitar a nadie y mucho menos a mí”.
Cuando se conoció la oda A Roosevelt, no se entendía por qué en sus versos aparecía la política y el propio poeta lo explicó al decir que era porque en esas creaciones aparecía lo universal: “Si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podremos ser yanquis (y es lo más probable), de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter”.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y habla en español.
Es esa América la que el poeta siente que le pertenece; pueblos que sueñan, que aman, que vibran. Esta América nuestra, que es la hija del Sol.
América es tierra de poetas. Tuvo amigos y enemigos que lo atacaron tanto en Europa como en América, y expresaba: “Con el montón de piedras que me han arrojado pudiera bien construirme un rompeolas que retardase en lo posible la inevitable creciente del olvido”.
Se habla de Darío como un hombre solitario, erótico, alcohólico, desorientado, contradictorio y débil. Yo no soy iconoclasta, dijo el bardo.
Benedetti, piensa que hay varios Daríos. Ese es el misterio de su creación.
Nada puede disminuirlo como poeta, aseveró el crítico uruguayo.
El verso del gran nicaragüense, nace de su cuerpo y de su alma, “siempre bajo el divino imperio de la música, música de las ideas, música del verbo”.
Cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma;
tu mirar es tan dulce, que se torna profundo.
Bajo tus pies desnudos aún hay blancor de espuma,
y en tus labios compendias la alegría del mundo.
En su Canto errante, se autodenomina, “Ciudadano de la Lengua”. Amador de los clásicos, va su canto por el mundo sonriente o meditabundo,
El cantor va a pie por los prados,
entre las siembras y ganados.
Y entra en su Londres en el tren,
y en asno a su Jerusalén.
Con estafetas y con malas,
va el cantar por la humanidad.
El canto vuela, con sus alas:
Armonía y Eternidad.
Para Darío, el Arte vence el espacio y el tiempo, y confiesa que jamás ha manifestado el culto exclusivo de la palabra por la palabra: “Los que la usan mal”, reafirma, “son los culpables, si no saben manejar esos peligrosos y delicados medios”.
Románticos somos… ¿Quién que Es, no es romántico?
Aquel que no sienta ni amor ni dolor,
aquel que no sepa de beso y de cántico,
que se ahorque de un pino; será lo mejor…
Yo no. Yo persisto. Pretéritas normas
confirman mi anhelo, mi ser, mi existir
¡Yo soy el amante de ensueños y formas
que viene de lejos y va al porvenir!
Siempre pensó que no había inventado nada y una vez confesó que había comprendido la eternidad de la crítica. Siempre hacia adelante, construir, hacer, ¡oh juventud!
Por eso existe el verso de diamante,
por eso el iris tiéndese y por eso
humano genio es celeste progreso.
Líricos cantan y meditan sabios:
por esos pechos y por esos labios
¡La mejor musa es la de carne y hueso!
Darío vislumbró lo que estaba por llegar con claridad meridiana y con las limitaciones de un siglo XX, atiborrado de mal tiempo y furia de aire, como señalara en la Epístola a la señora de Leopoldo Lugones, en su Canto errante:
El tiempo se ha puesto malo. El mar
a la furia del aire no cesa de bramar.
El temporal no deja que entren los vapores. Y
un yacht de lujo busca refugio en Porto-Pi.
Porto Pi es una rada cercana y pintoresca.
Vista linda: aguas bellas, luz dulce y tierra fresca.
¡Ah, señora, si fuese posible a algunos el
dejar su Babilonia, su Tiro, su Babel,
para poder venir a hacer su vida entera
en esa luminosa y espléndida ribera!
Rubén Darío cantó de muy distintas maneras, expresó todo lo que en cada momento sintió la necesidad de expresar, con una sinceridad aplastante; penetró en el alma de sus admiradores, y como él mismo dijo: “se hundió en la vasta alma universal”.
Las palabras de Darío que titulan este trabajo: “la poesía es mía y en mi”, formulan la condición de existir de este poeta. Amante de la belleza, de los poetas y de los ensueños.
Concluyo estas breves líneas, homenaje a su vida y obra:
"La poesía existirá mientras exista el problema de la vida y de la muerte. El don del arte es un don superior que permite entrar en lo desconocido de antes y en el ignorado de después, en el ambiente del ensueño o de la meditación. Hay una música ideal como hay una música verbal. No hay escuelas; hay poetas.”
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