El MAR… cuando la palabra llega a nosotros, pensamos en la inmensidad, en lo azul, la profundidad y sus misterios, en la lejanía. No existe en el vocabulario humano algo que caracterice más la distancia que el mar… No es el medio ideal del hábitat del hombre, ese reino pertenece a otros seres que están “diseñados” para vivir y, por supuesto, respirar en él. También nos recuerda la transparencia, y la oscuridad. El silencio reina por esos lares, y, a pesar de que conforman la mayor parte de la tierra en que vivimos, los océanos son menos conocidos que lo externo del planeta.
Son muchas las aristas que iluminan la palabra, sus significados, sus propias realidades. Enfocar el tema es, pues, una ardua cruzada cuando se trata de arte. Además de todas estas consideraciones acerca del enorme azul que baña el planeta, se suman muchas otras. También depende de la forma en que lo miremos. El mar es, además, contradictorio. Puede ser un remanso de paz para aquellos que se acercan a su orilla y posan su vista en el horizonte. Contemplarlo desde esa dimensión es algo que todos los humanos anhelamos, mucho más si buscamos la quietud o un rincón donde pensar y recordar, cerca del sonido de las olas que van y vienen, acariciados por una brisa fresca. Pero, si nos alejamos de la orilla, sobre él, todo cambia. Allí se descubrirá su fuerza brutal, el azul es más intenso confundiéndose con el negro, el movimiento es continuo, el viento raya en tormenta cuando el mal tiempo aparece. No hay calma ni paz. Además de que en el pensamiento está el eterno misterio de lo que hay dentro de él. El mar guarda secretos, vida y también muerte. Es ¿lo desconocido? Pero el mar, a pesar de todo, nos ha servido en el tiempo para comunicarnos con los hombres que en distintas regiones habitan la Tierra. Ha sido puente y medio para borrar las distancias, alcanzar metas, nos sirve de fuente de alimentación, nos ha hecho soñar, pensar, escribir, pintar…
Valga toda esta introducción, para recordar, en la distancia de 158 años de su nacimiento a Leopoldo Romañach Guillén (Sierra Morena, Villa Clara, 7 de octubre, 1862 / La Habana, 10 de septiembre, 1951). Ilustre profesor y pintor, considerado uno de los grandes maestros cubanos de la plástica de los siglos XIX y XX, formador de varias generaciones de artistas, pero, por sobre todas las cosas quien aportó la nota más alta de la Vanguardia recreando, haciendo protagonista de muchas de sus historias pictóricas, al MAR, ese inmenso reino acuoso que nos rodea y que, tan pocos artistas, después de él, e incluso, hoy día, tratan en sus creaciones, a pesar de tenerlo como vecino y al alcance desde todas las ventanas cubanas…
Los recuerdos grabados
Leopoldo Romañach, al quedar huérfano de madre, muy pequeño, es enviado junto con sus hermanos a España, específicamente a la Costa Brava, cerca de la frontera con Francia, cursando sus estudios en Gerona y Barcelona, algo que propició ese temprano amor por el mar, amén de la amistad con Joaquín Sorolla y Cecilio Plá.
A los 15 años, vuelve a Cuba y al poco tiempo es enviado por su progenitor a Nueva York (Estados Unidos) con la finalidad de perfeccionar el idioma inglés. Durante medio año, además de estudiar y trabajar, tuvo la oportunidad de ensanchar su mirada artística, en el Museo Metropolitano de esa ciudad, con el trabajo de los maestros de la antigüedad. Visitando en reiteradas ocasiones el importante centro de arte, pudo reconocer de primera mano la técnica de las obras de arte y establecer diferencias entre ellas. Su estancia constituyó el detonador definitivo para reconocer su vocación artística, y volver a Cuba con nuevos bríos creativos.
A su regreso, decide dedicarse a las bellas artes estableciéndose en Caibarién, donde realiza retratos (carbón y creyón). En este tiempo inicial realiza piezas como Niña pidiendo limosna. Hacia el año 1885 realiza un viaje de negocios a La Habana –enviado por su padre– y aprovecha la ocasión para matricular en la Escuela San Alejandro en el curso 1885-86, obteniendo notas de Sobresaliente. Con el apoyo de amigos influyentes logra una beca para cursar estudios en el Viejo Continente (Roma, Italia) durante cinco años, hasta que llega el 1895 en que comienza la lucha emancipadora en la Isla. Se suspende la beca y sin recursos para subsistir, con la ayuda de su coterránea Marta Abreu logra llegar a Nueva York instalándose en un estudio. En esa ciudad se relaciona con José Martí, Gonzalo de Quesada, entre muchos otros. Con el advenimiento de la República pone proa a la Patria con gran emoción. Ya en Cuba le ofrecen la dirección de la Escuela San Alejandro, pero con modestia declina tal honor y acepta la cátedra de Colorido en 1900, en la que durante medio siglo trabajó arduamente compartiendo con otro gran artista cubano Armando G. Menocal. Destacadas figuras de las artes plásticas fueron sus alumnos en este tiempo, cuya lista sería interminable.
Precisamente, en este regreso definitivo consolidaría, en su espíritu artístico, la atracción por el paisaje marino que quedaría grabado, muy tempranamente, en la obra El salto (1901). La suerte estaría echada… A partir de entonces, color/luz inundarían su quehacer pictórico, y específicamente, entre todas las temáticas abordadas, sus marinas llevan las marcas de muchas latitudes del mundo, aunque sus trabajos en el paisaje cubano, en sus costas reflejan con total soltura y visión, la maestría del artista: sabia mezcla de tonalidades, donde los azules/verdes inundan las fronteras marítimas con personalidad, precisa técnica… Algo que podía lograr, pues, además del talento, el creador solía pintar en el lugar del paisaje para captarlo, atraparlo en todo su esplendor, con amplia visión creativa y su fértil mirada…
Tiempo artístico
En relación con las etapas transitadas por Leopoldo Romañach en su labor pictórica, Benigno Vázquez Rodríguez, en la sección “Biografías de Profesores y Alumnos egresados” (de la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro) del libro La Pintura y la Escultura en Cuba (1952), refiere que, según el sentimiento inspirador de las mismas, podían dividirse en tres, que parecen reflejar “el estado psíquico por él va evolucionando la inspiración del artista”. La primera, muestra una tendencia hacia una concepción patética influenciada por el instante histórico y social, en que tiene lugar, “donde se observa cierta despreocupación por los detalles”. A este tiempo pertenecen piezas como Nido de miseria, La Convaleciente (obra desaparecida al hundirse el barco que la devolvía a Cuba, después de ser premiada, con medalla de oro (1904), en la Exposición Internacional de San Luis (Estados Unidos), La abandonada, y otras.
En el segundo período, donde se advierte el desarrollo de la técnica pictórica –y aparecen rasgos de la tricromía y el impresionismo, que van cambiando las rígidas reglas de la Academia–, una variedad temática…, influencias lógicas de sus viajes a Europa, surgen trabajos como La promesa, La muchacha del abanico, La vuelta al trabajo, El Ex-voto,… y muchos más. Mientras que la tercera y última etapa se caracteriza por el abandono de “los temas patéticos, rindiendo en plena madurez de su talento, la parte más importante de su labor estética”, lo que se puede inferir en: En un rincón del estudio, Campesina, Primavera, Desnudo, Cabezas y su último cuadro: Impresionismo.
Leopoldo Romañach, a lo largo de su extensa vida cosechó innumerables premios y reconocimientos: medalla de bronce en la Exposición Universal de París (1900), medalla de plata en la Exposición de Buffalo, y de oro en la Exposición de Charleston (Estados Unidos), en los años 1904 y 1905, respectivamente, Gran Premio en la Exposición de La Habana (1912), medalla de Honor en la Panamá-Pacific-Exposition (San Francisco, Estados Unidos) en 1915, Gran Premio en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (España 1929), y medalla de Honor, en el Círculo de Bellas Artes de La Habana. Por el Gobierno Cubano fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes, en 1950, y designado Profesor Eméritus y Director Honoris Causa de la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, donde en 1934 llegó a ocupar la dirección de la insigne Academia. En ella realizó notables innovaciones en el área docente, y creó en ese tiempo la Escuela de Artes Plásticas Anexa a San Alejandro.
Hoy, en su aniversario 158 reaparece Leopoldo Romañach, quien no por azar, nos da la bienvenida en la Academia Nacional de Artes Plásticas San Alejandro, en una pieza escultórica realizada por el artista Esteban Betancourt Díaz de Rada, como homenaje al ilustre creador, profesor y director del centro docente que va camino a su aniversario 203. Al hombre que supo admirar, recrear y atrapar el inmenso azul que nos rodea, en su obra, con una mirada cercana, serena, repleta de energía, luz y tonalidades muy nuestras, ese que supo pintar la frontera acuosa y ponerla en un lugar cimero como símbolo de una insularidad que nos caracteriza y pertenece…
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