Hoy cumple ochenta años de edad Roberto Salas Merino. Con el propósito de celebrarlo, el pasado viernes en la galería “El reino de este mundo”, de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, se presentó el libro Imágenes de la memoria. Fotografías de Roberto Salas, producido por el sello editorial de la Biblioteca Nacional. Dieciséis fotografías enmarcadas, con fotos emblemáticas de la obra del artista, colgaban de las paredes de la galería y a su vez cuatro vitrinas mostraban libros, revistas y documentos que testimonian momentos de su trayectoria creativa.
La presentación del libro estuvo a cargo del reconocido escritor Reynaldo González, quien elogió la obra de Salas y las virtudes del volumen que recoge lo esencial de su itinerario creativo. También ponderó su sostenida laboriosidad y el aliento erótico de sus piezas de desnudos, una etapa importante de la obra del artista, entre otros aspectos de la obra reflejados en el libro. Estuvieron presentes familiares, amigos y personalidades de la vida cultural del país, entre los que estaba el ministro de cultura, Alpidio Alonso Grau. El director de la Biblioteca Nacional, Omar Valiño Cedré, introdujo la actividad y además de felicitar al artista homenajeado, expresó que este libro reactivaba el sello editorial de la institución, que publicará en lo adelante otros títulos basados en el tesauro de los fondos de la biblioteca. Un momento destacado de la tarde fue cuando Alpidio Alonso le entregó a Salas un presente enviado por el Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Salas se inició en la fotografía de la mano maestra de su padre, Osvaldo Salas, otro grande de nuestro arte del lente. La familia vivía en Nueva York, donde nació Roberto y la presencia de Osvaldo, cabeza a cargo del hogar, padre-mentor, se transmutó en la transmisión magisterial de enseñanzas del oficio a Roberto. Siendo apenas un adolescente ya ayudaba a su progenitor con las labores de revelado e impresión.
Un día la embrionaria Revolución Cubana tocó a las puertas del modesto hogar en la Gran Manzana, cuando Fidel Castro quiso documentar los actos de recaudación de fondos del Movimiento 26 de Julio en Nueva York con vistas a financiar la lucha revolucionaria que preparaba contra la tiranía de Fulgencio Batista. Esas fotos de los dos Salas son únicas en cuanto al registro de aquellos sucesos fundacionales. Un cambio radical en la vida de padre e hijo se produjo al triunfo de los revolucionarios. Ellos sintieron que el deber estaba en Cuba y hacia la isla partieron. Todo cambió a partir de ese momento. Roberto Salas se vio aterrizando en enero de 1959 en una ciudad y un país envueltos por completo en el frenesí de la victoria popular.
Lo que vino a continuación en la vida del joven fotógrafo fue la apoteosis de las imágenes. Ante sí se producían, vertiginosamente, los hechos tumultuosos de la revolución en el poder y lo que había era que disponer de un espíritu alerta, oportunidad y buena suerte para estar en los lugares donde sucedían los hechos. Y, por supuesto, talento. Salas se ubicó en el epicentro del turbión revolucionario, pudo registrar imágenes extraordinarias y reveladoras de aquellos irrepetibles instantes, también de los desplazamientos de los principales jefes revolucionarios.
El trabajo en el periódico Revolución y en la Revista INRA, después renombrada como Revista Cuba, permitió a Salas documentar el desarrollo del país, observarlo con ojos de profesional en busca de buenas imágenes. En Cuba e INRA publicó más de cincuenta reportajes, y en Revolución su aprendizaje fue igualmente intenso. Este diario, que representó al grupo del Movimiento 26 de Julio, o a la persona de Fidel Castro, en los primeros años de la revolución, fue para él la nueva estación y una verdadera escuela sobre el oficio, continuación de las enseñanzas de su padre. Un decenio duró esta etapa de trabajo de Salas, de la que salieron fotos extraordinarias sobre la revolución y sus líderes, verdaderos manifiestos de la época. La crítica especializada nombró a las imágenes surgidas en la primera década revolucionaria, gestadas por un grupo notable de fotorreporteros, como fotografía de la épica.
Las imágenes tomadas a Fidel Castro son protagonistas en la obra del artista, reflejan la personalidad del estadista a la vez que la del hombre en solitario. Son numerosas las fotos donde el líder posa o se mueve delante de la cámara de Roberto, en evidencia de los tantos momentos que compartieron. Después de haber acompañado a Fidel Castro como fotógrafo en innumerables viajes dentro y fuera del país y con una extensa iconografía del líder, Salas consideró que necesitaba de otros escenarios para saciar su indomable curiosidad. En 1966 solicitó a Celia Sánchez ir a Vietnam. Esta nueva etapa de su vida profesional arrojó resultados notables, incluso, a juicio del propio fotógrafo, son las imágenes de la lucha del pueblo vietnamita contra los invasores norteamericanos, con las que se siente más satisfecho de toda su extensa obra como fotorreportero.
La estancia en Vietnam marcó un punto y aparte en la obra de Salas. La saga de imágenes captada en ese país del sudeste asiático representa la madurez y la consagración del fotorreportero. Hay en esta serie escenas memorables. En la historia de la humanidad no hubo nunca un enfrentamiento tan desigual entre dos naciones muy diferentes por su tamaño y poderío militar. Sin embargo, los rostros sonrientes de esos niños conjuran por un instante la tragedia, la neutralizan, la vencen y eso solo es posible gracias al talento y a la pericia de la mirada de Roberto Salas.
Cuando Salas comenzó a fotografiar cuerpos desnudos, en 1994, su poética cambió de tema, pero la mirada era la misma, solo que, en vez de fotografiar el acontecimiento, él escuchaba y sentía las formas de la anatomía humana como poderoso surtidor de signos y, en consecuencia, las registró en sus fotogramas. Salas es un técnico que es, a la vez, un poeta, o viceversa. Los cuerpos desnudos aparecieron entonces en todo su relumbre. Durante más de una década el artista fotografió mujeres y hombres, cuerpos en conjunción y disolución con peleas de gallos, con el mar, asociados a las hojas de tabaco, a la arquitectura urbana y a la naturaleza, en fin, hizo del cuerpo humano lo que realmente es: la metáfora del universo. Un sutil sentido erótico acompañó a estas imágenes.
En ese mismo libro expresé: «Salas nos conduce por un laberinto de imágenes que tiene momentos de clara evocación en la historia de la fotografía y otros que son de su auténtica autoría. La fusión con lo natural, el tradicional estudio del cuerpo, la utilización del cuerpo entero o del fragmento, los recursos metafóricos con distintos grados de elaboración y la búsqueda a ultranza de la imagen clásicamente bella, hacen de estas imágenes una lectura agradable y amena, en la que el goce esteticista masculino prevalece».[1]
Aquel cambio, seguido por otros en lo adelante, resultó muy saludable para el conjunto de su obra fotográfica, y para la fotografía cubana finisecular representó una agradable noticia. El reconocido escritor Reynaldo González escribió sobre esta estación: «En las fotos que Roberto Salas pone ante mis ojos, veo cuerpos que se entrelazan con las nervaduras de las hojas, en una danza propiciatoria del milagro siempre renovado del goce, bañados del aroma del tabaco, contaminados de su atmósfera de intimidad, donde la desnudez y el movimiento parecen tan ingrávidos como el humo (…). Esos cuerpos morenos como las hojas del travieso tabaco, se arquean, se buscan, me miran como invitándome, traducen una comprensión de la vida sin los incordios de las prevenciones».[2]
En 2007, «Así son los cubanos» confirmó el sentido de las búsquedas de Roberto Salas hacia un estudio visual, intensivo y extensivo, de la identidad nacional. Legitimó, además, la hondura de su mirada y su auténtica calidad como retratista. En esta serie puso en práctica sus aprendizajes previos de índole sociológica, examinó con ojo etnológico a grupos de cubanos, parejas, tríos o individuos según su profesión y colocación social, color de la piel y género, seleccionados por él.
La Habana fascinó siempre a Roberto Salas, y lo hizo desde su alto valor simbólico, aunque también desde sus herméticos secretos y esa mística que rodea a la capital cubana. Es una ciudad que hechiza a muchos, a pesar de su estado de desatención y decadencia urbanística, de penuria reflejada en las paredes llagadas por el tiempo, calles semiderruidas y fachadas despintadas, pero siempre notable en su poderoso sentido sígnico y en su misterioso embrujo como ente viviente. Salas no desentrañó la ciudad, sino que hizo más visibles aún sus misterios. El sigue trabajando esta nueva etapa temática de su obra.
Salas está situado por derecho propio en el grupo de artistas cubanos más notables del siglo XX y de lo que va del presente. Su trabajo infatigable ha aportado mucho a la fotografía cubana, desde una mirada diversa e incisiva en la que tanto la imagen de valor historiográfico como la de valor sociológico o etnológico o la de valores artísticos per se, configuran un imaginario que será seguramente estudiado y ponderado en los años futuros. No por gusto se le ha propuesto en varias ocasiones para el Premio Nacional de Artes Plásticas que, con toda seguridad, recibirá más temprano que tarde, pus lo merece sobradamente.
En el presente se han realizado algunas tesis de pregrado en las universidades cubanas sobre su obra y seguramente la crítica y la academia lo harán con mayor asiduidad en lo adelante. Se comienza a estudiar su legado. El artista continúa creando a sus ochenta años, así prefiere llegar a su cumpleaños. ¡¡Felicidades Roberto Salas!!
Notas:
[1] Rafael Acosta de Arriba, “Los mapas humanos de Salitas. Una poética de la corporalidad”, en Epigramas, Consejo Nacional de las Artes Plásticas, La Habana, 2004.
[2] Tabaco, el erotismo de un aroma, fotos de Roberto Salas, Instituto Cubano del Libro-Grijalbo, con texto de Reynaldo González, La Habana, 1999.
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