Rigoberto López


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Lo llamé al hospital donde estaba ingresado, me salió al teléfono y le dije: “Dime que estás arriba“, y con voz de tono menor, algo que no era habitual en él, me respondió: “Sí, brother, estoy en baja”. No lo dejé continuar, no sé ni de qué le hablé.

Transcurrido unos días supe del fatal desenlace, no lo podía creer,

y como el poeta me preguntaba ¿!Cómo ha podido ser¡? Rigoberto, un roble que respiraba vida por todos los poros de pie a cabeza se nos había ido para siempre.

Otra vez esa odiosa, maldita y mezquina enfermedad se imponía con todo su despiadado y macabro ensañamiento.

 

Rigoberto López era de esa especie que no le teme a nada. La tenacidad de su carácter lo hizo mantenerse hasta las últimas consecuencias en el camino que le dictaban sus nobles convicciones, sin dejarse intimidar ni claudicar por los sufrimientos que le aquejaban. Su fe en sí mismo no le hizo posible vislumbrar la magnitud del peligro que le acechaba y, si lo vio no le importó. Y en ello vemos la inequívoca,  resonancia espiritual de un hombre que con toda justicia merece ser recordado como vencedor.

Rigo era un cubano caribeño, criollo y reyoyo, fácil y a la vez difícil, crítico y polémico, atento y galante. Cuando de hablar serio se trataba su rostro se trasformaba poniéndole atención a cada palabra.

Conocí de su supremo interés por conocer de África y sus culturas, y de su comprometida obsesión por combatir toda manifestación de racismo y discriminación por el color de la piel.

En una ocasión me visitó en el MinRex interesado en una carta de presentación al Ooni de Ife. Según me dijo pensaba viajar junto a Padura a Nigeria con motivo de un proyecto relacionado con nuestras raíces africanas y españolas. A su regreso se le veía deslumbrado por su visita a la ciudad de IlèIfe y al Aafin (palacio), donde fue recibido por el Rey yoruba Ooni Alaiyeluwa Oba Okuna de Sijuwade Olubuse II y quien le obsequiara un juego de cubiertos de plata del cual se sentía sumamente agradecido.

Fue a partir de ese proyecto que al decir del crítico Joel Del Rio: “López realizó su obra maestra el documental Yo soy del son a la salsa (1996), que el cineasta consideraba resultado de un momento decisivo en la historia de Cuba, cuando se precisaba como nunca “la reafirmación y la defensa de su identidad, es decir, de los ejes que conforman eso que llamamos cubanía”.

Interesado en conocer la fecha del viaje de Rigoberto a Nigeria, recientemente llamé a Leonardo Padura. Mientras charlábamos supe que la madre del escritor amigo aún existía con casi 93 años de edad y lo felicité por ese privilegio. Padura, aún sin conocer el motivo de mi llamada me comentó: “¿Sabes que un día Rigoberto López me comentaba cómo la gente todavía piensa que uno es joven mientras tenga a la madre viva?”. Me quedé con la boca abierta. Nada, cosas de ese misterio que nos acompaña del que nos hablara Lezama.

Rigoberto siempre estuvo interesado por las raíces y las raíces de sus raíces.

La impronta de las culturas africanas siempre aparece entre nosotros como un puente, siempre son como un sustrato que está ahí abonando un posible diálogo y un entendimiento muy pronto, muy fácil”-dijo en una ocasión durante una entrevista. 

Yo llevo muchos años sintiéndome conscientemente un hombre del Caribe. Mi cubanía misma me llevó a sentirme de alguna manera trascendido como caribeño. Y creo que una forma de entender a mi propio país ha sido este acercamiento a los países del Caribe”

La última vez que lo vi estaba sentado en su auto en la puerta de la UNEAC junto a su inseparable esposa. Sonriente, bonachón, optimista. Cómo poder imaginar que aquel ser entusiasta, inquieto y soñador  dejaría de acompañarnos físicamente en la lucha por nuestras propias utopías.

Los hombres pasan, lo que queda es su obra. Siempre he dicho que podrán existir medallas, trofeos, premios, fotos, recortes de periódicos, reconocimientos, etcétera, pero en la mayoría de los casos cuando uno va a parar a la losa fría del necro o simplemente se convierte en polvo para el mar o la tierra, lo que viene es el olvido.

La perpetuación de la vida está en la obra que se crea, y después de los hijos la mayor obra es aquella que se es capaz de crear. Es ahí donde realmente se perdura, y Rigoberto perdura:

África: Círculo del infierno; Los hijos de Namibia; El viaje más largo; Yo soy, del son a la salsa; Roja es la tierra;  Los hijos de Namibia; Esta es mi alma; La primavera prohibida; Mensajero de los dioses; Roble de olor, Vuelos prohibidos y El Mayor, entre otras.

Cuentan que sufrió mucho antes de morir, pero cumplida su palabra empeñada.

Rigoberto López es uno de esos hombres para no olvidar.


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