Pasados ya unos 4 meses de haberse tenido que desmontar por la inseguridad que lo que ha quedado del Pabellón Cuba presenta ante los vientos y aguaceros tropicales, retornó Fuerza y Sangre/ Imaginarios de La Bandera en el Arte Cubano; esta vez armoniosamente sembrada en el área izquierda del último piso del Gran Teatro de La Habana, frente al Parque Central.
Un suceso que se frustró en abril, no obstante la inventiva y el trabajo de artistas y curadores secundados por el diligente equipo de realización, y que vio destruirse por el viento un panel escenográfico que completaba una obra performantica, adquiere ahora digna reposición, para ofrecerse a los espectadores y a la servir a la vez como tributo de la imaginación responsable a los 55 años de la UNEAC.
Mediante el cuidadoso estudio del sitio donde ha sido instalado el conjunto de imágenes, con el fin de estructurar un ámbito con cierta autonomía visual dentro de la recargada decoración ecléctica interior de esa edificación, junto a la valoración que se hizo del espacio y el posible movimiento del público entre paneles sustentantes de las obras, se ha concebido un “perímetro de recepción” en correspondencia con las variantes artísticas de nuestro tiempo. Así ha sido salvada la propuesta, que además de contar con obras de la puesta inicial, en ciertos casos mejoró lo presentado por determinadas firmas.
Fuerza y Sangre continúa de esa manera su importante misión de estimular la relación creadora de artífices vivos diversos (en lo generacional y lo expresivo) con el estandarte simbólico de la nación. E igualmente recupera esa loable tendencia museográfica, interesada en dar significativas noticias de quienes en la historia han tomado a la bandera como objetivo de la representación, el enfoque lírico o el épico, la interpretación, el juicio analítico y hasta la visión distanciada inherentes a los discursos estéticos. Provista de una inteligente curaduría que sumó criterio personal y decisión colegiada, donde se integran en haz posibilidades y ópticas numerosas –con más de 100 piezas exhibidas- la muestra cumple con rigor un encargo positivo para estos momentos: propiciar el encuentro libérrimo de lenguaje entre el hombre del arte del país y una de las señales raigales del sentimiento patrio. De ahí que esté alejada de los esquemas expositivos que concuerdan con la enajenación comercialista creciente dentro del sector, donde simples y estandarizadas realizaciones en dos y tres dimensiones o instalativas (en ocasiones falsas en el aspecto profesional) suelen poner de manifiesto el alejamiento del artista respecto de su idiosincrasia, del contexto social de existencia, y de las preocupaciones humanas complejas que han nutrido al mejor arte de las distintas épocas.
Casi todo cuanto la mente, la ensoñación, la ética, el sentimiento o la noción lúdicra afirmada en lo cotidiano aportan al arte, aparece en esa suma donde asoma la historia artística y diseñística de la bandera de Cuba, su condición de recurso para emitir juicios enaltecedores o críticos sobre la realidad, y las posibles licencias que el acto imaginativo respetuoso suele tomarse para manejar su forma y sus colores en busca de sentidos inéditos; además de esa fusión de lo insular y lo universal que repercute en la configuración tradicional o transformadora del proceder artístico. Vale la pena penetrar en un enjambre de caminos de la plástica que, sin proponérselo, se oponen a los signos de desigualdad injustificable y falta de espiritualidad desatados también en nuestros contextos y transacciones culturales.
Pinturas, gráfica editorial y publicitaria, ejemplos de la inserción de la bandera en marquillas y bofetones de la industria tabacalera nacional, fotografías, visiones esculturadas, peculiares instalaciones y una video-documentación del performance que se presentó en la inicial apertura del 11 de abril en el Pabellón de La Rampa, esperan por el público conocedor o amateur (hasta el otoño), que es quien con su asistencia activa habrá de completar los valores de Fuerza y Sangre.
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