Vladimir Zamora, Juan Carlos Flores, Mario Rodríguez Sobrino, Enrique Cirules, Thelvia Marín, Manuela González de los Ríos, Luisa María Dapresa y Aurora Martínez, ya no estarán má s con nosotros físicamente. Voces de generaciones diferentes que siguieron el rico legado literario de una tierra donde la poesía, la narrativa y el ensayo afloran como las palmas, como si la condición de ser isleños predispusiera a los nacidos aquí para el arte de escribir.
A Mario Rodríguez Sobrino lo conocí en su última etapa de vida, atrás había quedado su trabajo como diplomático y alejado de ese mundo oficialista volvió a sus orígenes humildes, allá en la barriada de San Isidro, donde descalzo correteaba por las adoquinadas calles donde se encuentra la casa natal del Maestro José Martí. Lo recuerdo sentado en el centro comunitario Leonor Pérez, a mi lado y junto a Tata Quiñones, haciendo anécdotas del barrio que muy bien supo recoger en su poesía y hasta bailando rumba. ¡Qué decir de las tertulias en su casa junto a su esposa, la promotora Maritza, que lo acercó a la vida de los talleres literarios!, preocupado por la generación más joven de poetas junto a Irina, Irazema, Ediel, a quienes antologó en su libro Aguas varias, publicado por la editorial Extramuros. Los ecos de su tertulia, con este mismo nombre, aún se sienten en el café de 23 y G, donde Legna Rodríguez leyó sus atrevidos poemas al calor de la polémica sobre la pregunta becqueriana, ¿Qué es poesía? Sin embargo, más allá del casabe preparado en su casa, las tazas de té y los vasitos de ron; lo veo en el Prado, al lado del pelotero Agustín Marquetti, en un insólito encuentro ideado por la promotora de la librería Máximo Gómez –Ninima–. Mario orgulloso de haber sido pelotero y Marquetti atento a cada poema de Mario; poesía y pelota fundidos como en la época en la que Julián del Casal escribió una reseña para el primer libro sobre ese tema El Base ball en Cuba de Wenceslao Gálvez y Del monte y, Bonifacio Byrne, otro de nuestros poetas insignes dirigió El Bat, un seminario deportivo en Matanzas. Literatura y béisbol se unen por algo tan afín a los hombres como es la pasión y si de eso se trata la poesía emerge como la mejor manera de expresarse, como lo demostraron Nicolás Guillén, Retamar y tantos otros. Mis recuerdos de Mario quedan fundidos al Prado, la calle, la gente, en cada Feria del Libro a la que asistió junto a los jóvenes poetas.
Vladimir Zamora era una leyenda para mí, tal vez nunca se lo dije por respeto, por el temor a la “guataquería” hacia los grandes de la que nos arrepentimos siempre cuando mueren. Fue en su Bayamo natal donde lo conocí y disfruté de su amistad los dos últimos años. Ya no era aquel joven de pelo enmarañado, alegre, apenas podía caminar por que se agitaba mucho, no obstante, insistía en preparar sentado en el parque su pipa y fumársela a la sombra de los árboles y junto a la estatua del también poeta Carlos Manuel de Céspedes. Por esas cosas absurdas que pasan en los eventos, me vi sentada al lado del maestro, invitada a dar una conferencia sobre los jóvenes escritores miembros de la AHS en la pasada Feria del Libro en Bayamo, mientras él hablaría del encuentro que había tenido con el originista Gastón Baquero en España. Recuerdo que, aunque no venía al tema, pues Vladimir venía acompañado de los dos libros que sobre Gastón había publicado la editorial La luz holguinera, casi lo forcé a hablar de las generaciones literarias, generaciones que a lo largo se funden en una sola, la de los poetas cubanos.
A Juan Carlos Flores era difícil encontrarlo últimamente en las actividades públicas, poco a poco se fue recluyendo en su casa, situada en Alamar, pero su poesía siempre estaba presente en cada tertulia, en cada peña. Juan Carlos, alentó y sirvió de ejemplo a muchos jóvenes que como él encontraron el camino a través de la poesía, de él lo que más recuerdo son sus ojos, perturbadores ojos bellos con una mirada clara ante la cual te sentías desnudo, ojos de poeta que hilvana imágenes para ofrecernos el mundo sintetizado en un poema. Poeta suicida como Ángel Escobar, al que también alguna vez le edité un libro, que mueren para renacer en su obra.
Thelvia Marín en el 2016 estaba feliz, presentaba un nuevo libro en Ediciones Extramuros, un libro joven, que trataba un asunto de la Segunda Guerra Mundial, el asunto joven que es siempre el amor. El título La amante japonesa del obispo kamikase, atractivo, enigmático, ambicioso; así era Thelvia, esta artista de la plástica a la que nunca se le dio el Premio de la Crítica a pesar de tener en su haber tres monumentos nacionales, como La colina Lenin en Regla, y los monumentos a Camilo Cienfuegos y Serafín Sánchez, y tanta obra escultórica en otros países del mundo. Thelvia la poeta, periodista, pintora enraizada en nuestras raíces precolombinas, heredera del legado español, que le venía por Islas Canarias y del africano que todo cubano lleva adentro. Mujer sencilla que cada año era jurado de concursos y participaba en cuanta actividad se le invitaba.
A Enrique Cirules tampoco se le dio el Premio Nacional de Literatura, quizás porque el grueso de su obra pertenece a la literatura testimonial y muchos críticos aún no valoran este género literario. Se nos fue a descansar allá a su Nuevitas natal, junto al mar, a la que volvió una y otra vez en sus obras. Pudo haber sido millonario con sus sagas sobre la mafia en La Habana de los años cincuenta, me contó de varios plagios que había sufrido su obra. Le edité Hemingway, los otros y yo, título sugerido por mí, porque sabía que ese yo era poderoso, tan atractivo como los otros personajes de la historia y él tan sencillo, tan leal, aceptó humildemente. La Feria le rindió merecido homenaje, pero el mayor homenaje es no dejar morir su obra literaria a través del estudio y su publicación.
Manuela González de los Ríos y la doctora Luisa María Dapresa, fueron dos talleristas y subrayo la palabra porque hay quien le tiene terror. Talleristas eternas. La primera nació en Islas Canarias, pero de muy pequeña vino a Cuba, la enterramos el 31 de diciembre vestida de miliciana. Publicó en Extramuros dos libros, Faraón y Kid Chocolate y Cuentos animados, nunca perteneció a la UNEAC, así de su muerte no se dijo nada, solo silencio, el silencio de los que no dejan huellas. Manuela pisó muy fuerte en la tierra, allí estaba en cada Feria, apoyando a sus amigos, con un nuevo proyecto siempre, irradiando luz en la oscuridad con sus cuentos atrevidos, tan atrevidos que allí está en la antología Nosotras dos luchando contra la homofobia, contra el racismo, contra la vida que a veces se vuelve ingrata. Luisa, era doctora del policlínico en Jaimanitas, era también orfebre, pero sobre todo le gustaba escribir y vivió para ello, allí estaba siempre en su taller de Playa, con sus cuentos, publicados en la revista Científico Técnica. Su mayor ilusión: ver su libro Nada y la patrona publicado por Extramuros, presentado en la Feria; a pesar de que siempre decía anulado, cuando alguien hablaba de algo negativo, no pudo cumplir este sueño.
Adiós querida Aurora, no se me ocurre otra frase para despedir a una gran mujer. Muy pronto Pinar del Río, realizará su propia Feria. Todo volverá a repetirse, las vegas de tabaco albergarán los libros, la Asociación Hermanos Saíz, se reunirán los jóvenes en el espacio el Hormiguero. Los teatros y cines combinarán música y literatura, en los parques y bibliotecas estarán los niños sonriendo ante las ocurrencias de los payasos. Todo se vestirá de un verde esperanza, como el tabaco que identifica a la provincia vueltabajera, pero ya no estará Aurora Martínez y para todos los que la conocimos este será un vacío difícil de llenar. Tal vez yo presentaré mi último libro Eva contra Eva que empieza con un poema suyo, y ya no podré sorprenderla. Pero Aurora, como las semillas que se riegan bien, retornará de la muerte hecha poesía, hecha canción; este año, estoy segura que será el nombre más escuchado en la vecina provincia.
A todos ellos y a los que no mencioné, mi gratitud eterna.
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