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Raúl Martínez pintó… un retrato de todos NOSOTROS


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Un inmenso cuadro del artista, donde estamos retratados todos nosotros, su pueblo, en esa singular manera de pintar, escoltó a uno grande la plástica nuestra: Raúl Martínez, en el Museo Nacional de Bellas Artes, cuando el 18 de enero de 1995 recibía el Premio Nacional de Artes Plásticas, que se entregaba por vez primera. Unos meses después, el dos de abril del propio año dejaba de existir el insigne creador, uno de los más grandes activadores de la cultura artística cubana, que sin complacencia ni excesos mordaces, decidió fundir su destino con el de su pueblo, y cuyas obras quedan ahí para hablar de un tiempo cubano.

En aquel memorable día, otra célebre artista nuestra —también desaparecida— Belkis Ayón, al leer el acta del jurado que estuvo presidido por la doctora Graziella Pogolotti sentenció que se le otorgaba el galardón por su obra pictórica reconocida en la plástica cubana a lo largo de 40 años, por su obra de diseñador gráfico, de fotógrafo, por la capacidad creadora y por su labor docente. Emocionado, virtualmente lloroso y aunando sus ya pocas fuerzas nos dijo, en sus palabras de agradecimiento aquella jornada, con la inocencia de un niño y el donaire de la inmortalidad, un emotivo texto titulado Quisiera ser aquel David: “Cuando somos jóvenes descubrimos que pintar deja de ser un regocijo para convertirse en un desgarramiento. Yo era un David lanzando mis piedras de mal tirador. No conocía el mundo, y el mundo y la incertidumbre nos hacen trampas. Las críticas y el reconocimiento no eliminan la inseguridad, pero un premio nos estimula y señala una dirección; es una gran necesidad y hace que, lentamente, las piedras comiencen a dar en el blanco”.

“¿Y de mayor? Perdonen mi vanidad. Pero yo tenía la esperanza de que este galardón me perteneciera, aunque no me preocupaba si otros, con sus méritos, lo hubieran obtenido. Ya el tiempo ha pasado y deja su huella sobre la obra, de la que uno mismo llega a ser su crítico más exigente. ¿Qué significa este premio para un artista cuando se tiene mi edad? Debo confesar que tantos años vividos me hicieron olvidar a David y sus piedras, pero que ahora, después de recibir este homenaje, lo recuerdo con nostalgia y lo necesito apasionadamente, y quisiera que volviera a estar conmigo como cuando era joven, y lograr que las piedras doradas que lance en el futuro den en el blanco nuevamente”…

La recompensa de un pintor

Considerado una de las figuras más relevantes de la plástica cubana contemporánea, Raúl Martínez (Ciego de Ávila, 1927-La Habana, 1995), tuvo una formación autodidacta, y en los años 50 atrajo la atención de la crítica con su obra.

Ahora, en este tiempo de recuerdo del amigo que se fue hace exactamente 20 años, vale traer al presente algunas conversaciones recogidas en textos que fueron publicados en la época, y que “esculpen” al artista desde las palabras… Ellas moldean la personalidad, el sentir, la manera de trabajar y pensar la obra, y muchos otros secretos que alguna vez quiso regalar a los espectadores y que yacían en lo profundo de su ser. Para Raúl Martínez, pintar era una manera de comunicarse, de mostrar sus noblezas, problemas existenciales, la magia, el demonio que todo creador lleva adentro y escapa a su voluntad...

“Pintar es una lucha y un placer. Yo hablo con el cuadro y siempre mantengo el diálogo. Es algo entre dos. Embarro, lo contemplo, me fumo un cigarro y a veces le digo: ¿por qué no contestas? Entonces lo dejo tranquilo y después me responde: deja ese rojo y ese violeta, hay que matizarlo por aquí. O, por el contrario, se revira... Los estudiantes se ríen cuando hablo con las obras. He pedido opiniones, cuando tengo dudas, pero cuando enamoro al cuadro, nadie puede meterse hasta que lo conquisto”.

En su antiguo caserón del Vedado tenía muchas ventanas/cuadros que daban hacia las diversas etapas cruzadas en el largo camino de la creación. Todos ellos escucharon atentamente la conversación con Raúl Martínez. Después de un período de convalecencia producido por una operación, el artista tuvo tiempo de mirarse por dentro, de buscarse y deslizar la vista atrás. “Se me ocurrió entonces volver a la abstracción, al comienzo. Corría el año 90 e hice muchas cartulinas sin más pretensión. Seguí en busca de esa meta. Incluso expuse en el cine Yara Islas 90. La llamé así a la serie por considerar que esa temática me daba agua”. Por esta línea sigue creando el maestro en los 90. ¿Islas? “Es solo la idea en que se mueve el trabajo actual. Unos ven árboles, bosques, otros el mar que nos rodea, la imaginación puede volar en la abstracción...” Es precisamente esta serie la que expone en el Centro Wifredo Lam. Raúl Martínez ha tocado muchas temáticas. ¿Alguna etapa especial lleva en la memoria? “En cuanto a los demás, hay opiniones divididas. Unos prefieren lo abstracto y otros el pop. Yo creo que cada cosa tiene su encanto, su significado. Aunque recuerdo con alegría aquella exposición del 64 en la que trataba de regresar a la realidad con el grafiti. Y el tiempo del pop en el que hice abstracción de otra manera. A través de la figuración llegué a lo abstracto y muchos años después retorné a la figuración. Ha sido un viaje de ida y vuelta.” La vitalidad y el oficio acompañan siempre al artista que ha tocado la pintura, la fotografía, el diseño, la escenografía... para conformar una imagen visual, representativa de estos últimos 30 años de la vida cubana. Porque sus obras están presentes en el quehacer cotidiano del pueblo. Y un lugar destacado de su gesto creador lo ocupa el diseño que cabalga en cada una de sus piezas, porque ha sabido delinear la esencial problemática del arte: romper los límites tradicionales entre los géneros de la plástica. ¿Es feliz, pintor? “A esta altura estoy tranquilo y contento, sobre todo cuando trabajo mucho y no tengo tiempo de mirarme hacia adentro. Me siento bien, me han halagado mucho últimamente... aunque no creo en los halagos, uno valora algunas cosas y a veces es estimulante. Pero confieso, cuando pinto no pienso en los demás. Porque uno no trabaja pensando en la recompensa que tendrá. Y si hay recompensa es solo con el cuadro”.

La espontaneidad de lo cotidiano

Raúl Martínez era la imagen del creador múltiple. Sus testimonios artísticos dejados como herencia constituyen puertas que se abren a los variados caminos transitados en el tiempo. Mirando sus obras, descubrimos que para el artista no existían fronteras. La abstracción, Homenajes, la iconografía heroica y el pop, la iconografía social, las series Collages, la vuelta a Martí, Islas 90... Un caudal de motivaciones contemporáneas matizado en un juego placentero de recursos y una íntima poesía nos dejó en su creación.

No le bastaron la pintura, el dibujo, la fotografía, el diseño, la escenografía…, llevaba en si un carácter renovador con el que construyó una imagen visual  representativa de un tiempo de la vida cubana, entre las décadas del 50 y el 90. ¿Su gesto mayor? Llevar a un clasicismo depurado la espontaneidad de lo cotidiano.

Muchas temáticas tocaron la sensibilidad de Raúl Martínez a lo largo de su carrera. En cada una de ellas se observa esa capacidad de dejarse sorprender por lo desconocido. Detrás de todas esas formas vibran los entusiasmos del creador.

En los primeros tiempos, el indudable talento del pintor se debatió entre el eco de las corrientes dominantes en su entorno y un propio impulso interior que revelaba una identidad más a su aire que no acababa de encontrar acomodo en el diálogo. Y el bullir que impregnaba esa búsqueda confería un especial interés a una obra que sin hallar plenamente su lugar, traducía una voluntad, consciente, de afirmar su singularidad.

Primero, la etapa académica y en los 50, aquellas realizaciones que lograron darle culminación al expresionismo abstracto y abren, mediante su extensión, el terreno de la formulación figurativa. En los 60, Raúl Martínez se desplaza de un lenguaje a otro. Es la etapa de la iconografía heroica. El pulso mantenido en aquella tensión puede verse panorámicamente en su fecunda obra donde estamos retratados los que para él somos todos Nosotros. Con ese abarcador título mostró una exposición antológica (1988) en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde emergieron ejemplos de todo cuanto aquello tocó en el arte: pintura, dibujo, diseños gráficos, textiles y fotografías. Y aunque no le gustaba comparar, el propio artista confesó una vez que una de las etapas más hermosas que trabajó fue la iconografía heroica (1966-70), cuya temática se basa alrededor de los héroes de la Patria. La personal poética del creador lo sitúa como partícipe del movimiento pop. “Comencé por una imagen de Martí —dijo en una entrevista— y cuando las reuní con otras, adquirió un carácter dinámico que permitía múltiples sugestiones. Fue entonces que vinieron las series, la repetición...” Más tarde se acercaría a una iconografía social, en la que el tema heroico, los símbolos de la Patria, se entremezclan con el pueblo y los personajes de la vida cotidiana: rostros y signos que se repiten. “Cuando sentí que la Revolución me había devuelto la dignidad humana y que lo maravilloso no estaba dentro de mí, sino en el paisaje de las calles, me entró el deseo de expresarlo”. Ese aire renovador y la capacidad de dejarse sorprender por lo desconocido permearon también sus obras más recientes, expuestas durante la 5ta. Bienal de La Habana y en otras exposiciones colectivas. Los Collages,  instante extra-pictórico que anunció el primer influjo pop en sus creaciones, en las que unió la riqueza expresiva de dos mundos: lo abstracto y lo concreto, constituyeron para Raúl Martínez una forma de soñar  o “un instrumento que le permitió abrir las puertas de lo desconocido, y las Islas 90”. En todas dejó sus mejores huellas, y sus obras dieron en la diana, llegaron al centro del pueblo, están en Nosotros.

Una fuerte brisa en el tiempo…

Rostros amigos, del teatro, las artes plásticas, la música, el cine, la literatura, hombres y mujeres del pueblo —como en las obras que pintó— acompañaron los restos mortales del destacado artista cubano Raúl Martínez, hasta su última morada en el cementerio de Colón aquel día de comienzos del cuarto mes. Una fuerte brisa escoltó las sentidas palabras de Graziella Pogolotti, quien expresó en la despedida del duelo, que Raúl no ha sido un artista de la plástica, sino un creador de la cultura, un creador de arte nuevo para los tiempos nuevos. Y más adelante dijo: “...hombre generoso, Raúl fue el maestro informal de las nuevas generaciones, de sus contemporáneos que así lo han reconocido”. Desde entonces sus obras son las huellas/testimonios de su andar por la vida.


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