Acercarse a la figura de un hombre que fue todo corazón, cuando se está cumpliendo el primer aniversario de su desaparición física, es retomar la figura del intelectual revolucionario cubano, de uno de esos hombres que, desde la cultura y el conocimiento, se fundió con el quehacer revolucionario como forma de ejercer su capacidad cognitiva y simultáneamente creadora, hasta inscribirse entre la pléyade de intelectuales cuya proyección nació comprometida con la conquista de la justicia social, la independencia y el desarrollo de la patria cubana.
Raúl Valdés Vivó, miembro de una familia numerosa en el poblado del Mariel, aprendió de sus mayores, y en especial del padre, entre otros valores, que la sinceridad es gemela de la honestidad, y que la cultura moldea los sentimientos, mientras la historia moldea los pensamientos.
A los 17 años ingresó en la Juventud Socialista, convirtiéndose rápidamente en dirigente provincial y nacional hasta su ingreso al PSP, donde cumplió numerosas y riesgosas responsabilidades. Pero Vivó también fue Secretario General de la JS en la Universidad de La Habana. Eran los tiempos del gansterismo y los asesinatos resultantes de la política de Guerra Fría, bajo la jurisdicción de los gobiernos auténticos, y los años en que Fidel Castro estudiaba en la Universidad, justamente donde ambos se conocieron.
Mucho podría decirse de Raúl Valdés Vivó, sin embargo, en este primer aniversario de su fallecimiento, vale recordar aquel episodio protagonizado por Fidel cuando en 1948, varios dirigentes de la FEU convocaron a una asamblea en el Salón de los Mártires, con la moción expresa de impedir la entrada de los estudiantes comunistas a dicho Salón, y gestionar la anulación de sus matrículas si no renegaban a su “fanatismo de vende patrias”, presentada por un estudiante de apellido Franco.
La reyerta no se hizo esperar, y cuando estaba por someterse a votación el documento, Fidel, entonces estudiante de derecho, entró inesperadamente en el Recinto, se subió a una mesa que estaba en el centro del salón, cerca de donde se agrupaban los estudiantes comunistas, y muy enérgicamente expresó:
“De aprobarse la Moción, para ser consecuentes, los comunistas por la Escalinata debían llevarse del Salón de los Mártires el retrato de Mella, que había sido comunista, el de Rubén Martínez Villena, que también lo fue, el de Gabriel Barceló, el de Pablo de la Torriente Brau, y hasta los de Rafael Trejo y Antonio Guiteras, por antiimperialistas…”, mientras señalaba hacia cada una de las 13 fotos que se alzaban en las paredes del local, para concluir afirmando que: “En ese caso, los comunistas se llevarán casi todos los retratos y quedará vacío el Salón de los Mártires. ¿Qué decide la asamblea?”
La Moción fue rechazada por amplia mayoría. Al día siguiente, Fidel y Valdés Vivó se encontraron por primera vez en la casa del primero, naciendo una identificación que duraría hasta siempre.
La mayor enseñanza de aquel hecho fue, sin dudas, que Fidel, con su gesto valiente y retador, dejó establecida, desde los albores de una nueva etapa, la importancia de la unidad para el desarrollo exitoso de las luchas políticas revolucionarias.
Raúl Valdés Vivó refirió muchas veces aquel acontecimiento mientras en su libro testimonial, dejó explícito lo que sintió al ver aquella actitud de Fidel, cuando escribió: “de inmediato mi corazón, que ya latía como el de un caballo desbocado, se aceleró todavía más.” Aquellas afirmaciones del joven estudiante de Derecho, sin dudas, lo marcaron para siempre, corazón adentro.
Al día siguiente tuvieron una larga conversación en la casa de Fidel que selló su vínculo para siempre.
Vivó fue el primero que, a nombre del PSP, se reunió con Fidel en 1955, tras su salida de la prisión por los sucesos del Moncada, mientras Pedro Miret, apostado en la calle, vigilaba los movimientos de la perseguidora que seguía a Fidel a todas partes. A ella siguió otra reunión, aunque breve, dónde Fidel le informó que no tenía otra opción que irse de inmediato a México, y le explicó las razones.
Raúl Valdés Vivó, como intelectual y político, fue un patriota firme que anudó su vida a la lucha por la conquista y la defensa de la independencia patria, a quien no rindieron torturas, incomprensiones y hasta vejámenes.
Tras el triunfo revolucionario, ya como ingeniero economista, filósofo, sociólogo o Dr. en Ciencias Históricas, títulos y grados que alcanzó después de 1959, cuando la lucha revolucionaria no le impidió continuar estudios universitarios, continuó cumpliendo cada responsabilidad que le fue asignada. Ello no le impidió ser un hombre sencillo, afable, repartidor de sonrisas que indicaban sabiduría y tranquilidad interior, en conversación ocasional con cualquiera que le solicitara una entrevista; al frente de la Escuela Nacional del Partido Ñico López durante más de 20 años, o como corresponsal de guerra y posteriormente embajador en Vietnam, cuyas vivencias, también corazón adentro, dejó plasmadas en su libro “Embajada en la selva”.
En el 2011, tras haber cumplido exitosamente 36 años de labor como miembro del Comité Central del PCC, precisó que lo verdaderamente importante en su vida, fue el haber alcanzado el título más alto: el de modesto militante comunista, a lo cual, afirmó, fue a lo que consagró su vida.
Raúl Valdés Vivó cumplió con creces la máxima martiana que precisa: “La ley del talento, como la de la dicha verdadera, es el desinterés”.
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