Fue en la década del cuarenta del siglo pasado. Si me obligaran a precisar una fecha exacta, no podría hacerlo. Solo recuerdo que estudiábamos el bachillerato. Éramos jóvenes llenos de cálidas emociones y deseos inmensos de apresar el Mundo entre las manos.
Todos, más o menos, sentíamos una necesidad imperiosa de unirnos a la tierra como raíces.
Como alguien dijo una vez, éramos un pequeño manojo de eflorescencias íntimas. No era anhelo vegetal el nuestro, era un anhelo muy humano.
Es imposible pensar en el grupo “Raíces”, sin pensar en Isidoro Núñez Miró. Era Isidorito, como con cariño lo llamábamos, el alma del grupo, el poeta en ciernes y una de nuestras más grandes promesas, el leader, el joven Maestro, el promotor inteligente y el amigo fiel.
Así lo recuerdo y me conmueve su diáfana presencia en mi memoria.
Este grupo literario, estaba integrado aproximadamente por catorce estudiantes. Unos, muy cercanos a la poesía como Isidoro, Morán, María Dolores Ortiz, Rosario Antuña, Katty Quijano y Carulla. Entre ellos, andaba yo también, haciendo mis pininos.
Algunos alumnos amantes de la literatura en general, compartían textos narrativos o breves textos filosóficos o históricos como Mercedes Mesa, Asunción Irigoyen, Olga Mesa, Gustavo Hart, Pepe Sánchez, Juan Jesús Cisneros y Gloria Suárez, queridos nombres, hasta donde me alcanza esta entrañable evocación.
Luis Morán y Carulla, además, gustaban de la pintura y el dibujo e ilustraban algunos materiales, a manera de un Boletín en stencil, del cual conservo solamente uno.
Cuando alguien leía, los otros escuchaban con fruición. Algunos, además, estimulaban y brindaban apoyo para el mejor desarrollo del trabajo del grupo.
A lo largo del tiempo, estoy convencida que Isidoro Núñez Miró, en aquellos años, ya era un poeta. Tenía a pesar de su poca edad, “un alma grande” y una poesía adjetivada y adjetivable, por los muchos elogios que merecía entre todos los que muy especialmente lo admirábamos.
¿Por qué el grupo se llamaba Raíces? Y aquí transcribo parte de la “Explicación de un título”, palabras aclaratorias, que aparece en el material que conservo:
“Una raíz no se explica, se estudia y se acepta. Es parte de la vida. Y eso somos nosotros, una pequeña parte de la vida, que trata de hacer algo por ella. Tenemos conciencia de nosotros mismos, de nuestra tierra, Todavía no anda la frente tocando nubes, sino como la raíz, humildemente sencilla, útil y ávida, pegada a la tierra de todos, en una sublime extracción de sustancias.
No queremos ser el origen ni el final de nada. Solo queremos ser como las raíces, partiendo desde el suelo pero con la aspiración del tallo. La raíz no se ve, pero es la causa del verde y del fruto que nos alargan la vida. Está íntimamente ligada a la tierra, pero en una misión ascendente que se hace savia e intuye cielos aún antes de llegar a la copa”.
Recuerdo que se comentaba, que el nombre del grupo surgió de una intuición, de una producción fílmica y de una coincidencia. Nunca llegamos a conocer la verdadera historia de aquel nombre, ni creo que nos preocupáramos por conocerla.
Con sabernos, bien unidos, era suficiente para ofrecer nuestras creaciones.
Mercedes Mesa, tan inolvidable, decía: “¿Y quién hará poesía ahora si los poetas callan?” El silencio es el mayor pecado de un poeta.
En Raíces, dominaba el humanismo más puro, la búsqueda de un ideal necesario, el arte cabal y sincero, el amor como base esencial de la existencia, el equilibrio entre el sentimiento y el pensamiento y la herencia moral, como lo argumentaba Olga Mesa, a partir de ese tesoro martiano que nos arrobaba con verdadera pasión.
La vida, el arte, los sentimientos, el pensamiento y la naturaleza en su plenitud, resultaban motivos de inspiración.
Recuerdo, que en un poema de su autoría, para María Dolores Ortiz, era tan triste ver quebrarse el tallo de una flor.
Fue postulado del grupo, que el artista no crea solo para gozo propio. No puede ser un avaro de su vida, decía Morán.
Estos principios, nos pegaban a la tierra, nos fortalecían como seres humanos y como artistas incipientes intentábamos crecer con el aroma del mundo. El grupo fue fugaz, pero dejó una huella indeleble en cada uno de nosotros.
Los que aún quedamos, no podemos olvidar la fuerza del sentimiento y el amor que nos unía.
Teníamos tantos planes, algunos que quedaron solo en el intento de lograrlos, pero la memoria permanente de Isidoro, cada día nos convoca, nos incita a seguir adelante, a no cejar en nuestros empeños y a seguir creciendo como raíces de un tronco común.
Nuestras vidas, quedaron marcadas por estos propósitos.
Queríamos soñar y ser al mismo tiempo y morder trigos azules con hambre de labriego, versos míos de un pequeño poema de adolescencia, que apenas alcanzo a recordar.
Sirvan estas palabras, de homenaje a Isidoro Núñez Miró, en esta hora de recuento emocionado.
Así éramos, pequeños, humildes, conscientes, los muchachos y muchachas de Raíces, aquellos que junto a ti querido poeta matancero y muy cubano, tuvimos ideales, fuimos sinceros, quisimos crecer, amar, existir, ser árbol y frutos y en definitiva ser, hermanados en la pureza del bien y del amor más puro, trazándonos el camino que abrazados habíamos emprendido hacia un futuro luminoso que todos deseábamos alcanzar.
No importa si fue muy corto el tiempo que nos mantuvimos enraizados, lo importante es la intensidad de este recuerdo que, aún hoy, nos hace estremecer.
Deje un comentario