Estamos en medio de una guerra, una guerra de ideas, de imágenes, de comunicación, de difamaciones y ataques de todo tipo, de métodos no convencionales, pero es una guerra. El que no lo sepa es, probablemente, porque no desea saberlo.
A los gobiernos de Estados Unidos le ha resultado exitosa en otros escenarios y momentos; son estrategias de subversión claramente definidas y probadas.
Los sucesos del domingo 11 de julio y del día subsiguiente, evidenciaron que esas estrategias han dado algún resultado, ahora combinadas con la situación de precariedad de la vida cotidiana, las escaseces de medicamentos y alimentos, las infinitas colas, los apagones y las tensiones propias de la pandemia., y por consiguiente la falta de la tan necesaria esperanza.
Unido a ello, y ya desde hace décadas, la economía agravó su estado desastroso sufriendo parálisis, métodos ineficaces, e indolencias de tiempos atrás.
Hubo protestas pacíficas y otras en las que el vandalismo y la violencia marginal desbordaron lo permisible; lo que quedó expuesto con toda claridad, es que es necesario y urgente repensar seriamente lo que se hará para mejorar la situación y evitar la agudización de este conflictivo escenario, para restar margen propicio a las actividades subversivas y para cambiar todo lo que debe ser cambiado.
En primer lugar, hay que desterrar el odio, pero por ambas partes. Una nación no se construye a partir del odio, más bien puede corroerla y destruirla, y ya se sabe que el odio genera más odio, es su naturaleza.
No podemos incentivar la pelea entre nuestros hijos, porque de jóvenes va lo esencial de este asunto. Hay que tratar por todos los medios que entre nuestra juventud, muy presente en nuestras protestas, predomine la cordura y la civilidad sobre la base de otorgarles una esperanza y un espacio de realización y de escucharlos. Es la primera cuestión que se debe atender.
De manera que hay que dialogar, escuchar y debatir, atender al otro que no piensa igual, convencer o al menos tratar de hacerlo, construir consensos, abrir puertas al entendimiento, aun cuando el otro muestre su reticencia a hacerlo.
Tenemos que darle a la constitución el valor de un documento vivo y no relegarlo a la triste condición de letra muerta. Preguntarnos una y otra vez qué nación queremos legarles a nuestros hijos, y vuelvo a la importancia de las palabras, ideas e imágenes, que son la arcilla con la que trabajan los creadores.
En este contexto, los artistas e intelectuales tenemos que dar nuestro apoyo resuelto, pero un apoyo necesariamente crítico. Hoy más que nunca debemos apelar al ejemplo y las enseñanzas de José Martí.
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