Cumpliría este año Pura del Prado, 85 años de vida. Más joven que Carilda y Rafaela Chacón. Parte de las mujeres de la Generación del 50 en Cuba, como le han dado en llamar los críticos. Este año, se cumplirían también veinte años de su fallecimiento. Dos aniversarios en una poetisa cubana que nació en Santiago de Cuba en 1831. A partir de su casamiento con Jorge Pedraza, del que tomó su apellido, salió de Cuba hacia otros países y se asentó en Miami, Estados Unidos. Vivió en el exilio más de treinta años. Murió en 1996. Nunca pudo regresar a la Patria, solo regresaron sus cenizas, que hoy reposan en el Cementerio de Santa Ifigenia, con el nombre de Esther Pedraza.
A pesar de tiempo y la lejanía una vez escribió:
El día que yo me muera
se va a morir Cuba un poco,
porque mi espíritu loco
tiene zumo de palmera.
¡Llévenme para allá!
Aquí no. ¡Qué va!
Hace algunos años, la Editorial Arte y Literatura presentó a los lectores un magnífico compendio poético de Pura del Prado, a cargo del excelente intelectual y acucioso crítico y ensayista cubano, Virgilio López Lemus.
Pienso que fue un gran regalo, sobre todo, para las nuevas generaciones que es importante que la conozcan. El libro se titula La Fronda y el Mar y fue editado en el 2009.
En mi verso no alumbra la críptica sapiencia
ni el deleite extasiado de la eufórica ciencia
Yo canto libremente, cual la fronda y el mar.
Cuentan que escribía desde muy jovencita. La palabra poética la hacía juguetear con la lluvia, el viento, el amor y la Patria, como una niña que crece para cantar.
De gran sensibilidad y talento, recordaba en el verso limpio la sonrisa de la madre, la soledad, el amor primero a quién le entregaba la lluvia, el aire, los pájaros y el mar.
Algo a destacar fue su Canto a Fidel, que fue leído al Ejército Rebelde, en la histórica Sierra Maestra a través de la emisora Radio Rebelde, y que también se publicó en 1957, en el periódico Patria, publicación del Movimiento 26 de julio, en la ciudad de Nueva York.
Después de algunos años de silencio, en 1972, publicó fuera de Cuba La Otra Orilla.
El exilio, las incomprensiones, las distancias amenazan su espíritu.
En este texto, se recogen nostalgias, sentimientos que no se escapan de su pueblo querido, de amigos mártires entrañables, un Canto a Matanzas, que mereció un premio de la provincia, versos que recogen tristezas de una muchacha ausente y entre otros poemas, “Canto a un poeta fusilado por delator” y “El Monólogo de una exiliada”, del que trascribimos un fragmento:
Miami se parece a Cuba
pero no tiene Yényere,
ni tejas coloradas,
ni olor a guarapo,
ni aquellos negros,
ay aquellos negros
tan distintos.
Le falta qué sé yo,
lo más sabroso de lo mío,
un mamey desempaquetado,
dos o tres lomas
la guagua-guaguancó
el ritmo de una risa con dientes de oro,
el toque de una caja de cerveza.
y las playas sin heridas en los pies,
Esos colores de agua y cielo
de arena y nube,
se parecen no más,
no son gemelos.
Sueña en el verso con volver al patio de su casa, que se acabe el exilio y al diablo los millones, que le devuelvan su inventario, que le deselle la Reforma Urbana su vivienda y termina así:
Colgar mis viejos cuadros,
volver a ver mis libros, mis cucharas,
mi Malecón, mi Patria.
No es fácil el exilio, pocos lo imaginan. Para muchos cubanos, el destierro, a lo largo de la historia, fue un cruel castigo.
Aquella muchacha sin novio y nada más de los primeros tiempos, se había convertido en una señora, una dama, lo femenino y al final, como diría Pura en Otoño Enamorado:
Soy un símbolo humano:
perfecta como el ángulo de un rombo:
¡Pero ay! que soy mujer y tras el biombo
existo y sufro y gozo y pierdo y gano.
Escribió un texto de admirable condición poética, que llamó De Color de Orisha. Como explica López Lemus: “La poetisa sacó de las biografías de los dioses un entramado lirico muy recio, bien escrito, denso en sus conceptos y en esencia poético, lírico”. Se inspiró en El Monte, de Lydia Cabrera. Fue una manera de rendir homenaje a la Santería fomentada en Cuba y a algunos seres que conoció desde muy niña y que dejaron en ella, recuerdos muy significativos.
La yuca, la criolla raíz negra
que tiene el alma blanca, diurisuave
tubérculo cerúleo del casabe,
redonda luna suave que me alegra.
Es de San Pedro lucumí e integra
el contrabrujo que en girar de llave
abre el cerrojo del plumar de ave
para que emigre salación de negra.
Rayada con el agua, la ceniza,
el quimbombó y sangrazón oscura,
anula brujería perniciosa.
Es casi la bandera que nos iza
-para guerrear contra potencia impura-
Oggún, quién la regala, como diosa.
Un amor tormentoso, posteriormente, complicó la vida de Pura. Un hombre mucho más joven, poeta, al que amó apasionadamente, la llevó a la destrucción de su matrimonio y a una severa afectación de su salud.
Idilio del Girasol, su último libro, recoge esa pasión fugaz, en torbellino, con sonetos eróticos titulados por letras, o aquellos, en los que numera del uno al nueve, entre otros, desenfadadas expresiones poéticas.
Tiempo de intenso amor y de fracaso, donde quiere ser más joven, más hermosa, más perfecta, con sus besos de sol y de llovizna, presintiendo en ocasiones, el adiós del abandono de esa loca pasión que resultaba cursi, quizás, para muchos.
¡Toda una historia!
La vida se le ha vuelto de miedo y aquellos versos que la laceran:
Duro como pisar hojarasca de vida
y saber que la vida se acaba en este otoño.
Por donde quiera sólo tropiezo tu mutismo.
Eres un hoyo oscuro de viento entre mis manos
tú no puedes amarme y dejarme tan sola.
Pura del Prado, en su doble aniversario, reposando en la Patria que la vio nacer, haciendo valer su voluntad cuando casi sentimos que gritaba a sus hijos:
¡No dejen en el destierro mis huesos abandonados!
¡Llévenme para allá!
¡Aquí, no! ¡Qué va!
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