Los coreógrafos, cual diseñadores de espacios/sentimientos, deben ser tan certeros en sus trabajos como para obligar a que los actos, acciones, personajes..., con sus gestos y movimientos, se introduzcan en nuestros ojos. Y, por qué no, en nuestras almas, para hacernos vibrar.
El primer estreno mundial del 26. Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”, que cruza con fuerza por nuestra capital en cinco salas de cuatro teatros, se grabó en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”: Próspera, de la coreógrafa inglesa Cathy Marston. Indudablemente, la pieza, que resulta un homenaje a nuestra Alicia, caló hondo en los espectadores. Inspirada en la obra de teatro La tempestad, de Shakespeare, y dentro de ella, en el personaje de Próspero ―que la coreógrafa transformó en mujer en su ballet―, para "reconocer respetuosamente el liderazgo visionario de la propia Alicia", barajó muchas ideas/metáforas en movimiento para encandilar la imaginación en el juego de la vida.
Con mínima escenografía, a telón abierto, sin cortinas como fronteras, dejando ver las "venas" del teatro en concordancia con lo interno de los personajes que sale a flor de piel en su obra, la Marston juega con el tiempo, presente/futuro y pone a "bailar" ideas y anhelos, en cada uno de los cinco personajes principales.
Próspero, aquí terminado en “a”, simboliza un mago hacedor de todo lo que existe en ese sitio rodeado de mar ―porque la trama original de La tempestad, se desarrolla precisamente en una Isla―, algo que le dio pie para enfocar a Alicia, creadora de una magia alrededor del Ballet Nacional de Cuba y en torno a los bailarines, soñó la creadora. Los demás personajes conjugan conceptos: Ariel (inspiración), Calibán (el cuerpo y la tierra), Miranda —su hija— (el legado y su juventud), Fernando (quien apoyará el legado), el cuerpo de baile (las herramientas con que construye sus visiones) ...
A partir de estas premisas aparece el ballet —que contó con los auspicios de British Friends del BNC—, en escena. No hay dudas, la preparación básica de los bailarines resulta un buen arranque que permite especular en la creación coreográfica —se mezclan clásico y contemporáneo como uno solo—, amén de la pasión que adereza, primero a la coreógrafa por Alicia/Cuba, y la de los bailarines, de la mano de ese magnetismo propio del grupo, inspirador e inspirado, sustentado por la técnica y una energía ilimitada que rompió barreras físicas y de pensamientos.
Aplaudir la labor de altos quilates de la protagonista, la juvenil solista Daniela Gómez como Próspera, quien había mostrado ya su destreza y fuerza escénica en el pasado Festival en Cygne, de Daniel Proietto, y aquí dibujó baile y drama, como una consagrada. ¿Tendremos que esperar a otro Festival para verla más en la escena, en un protagónico?
A su lado, cual certero engranaje de relojería, accionaron en la perfección y éxito de la obra los también juveniles Adrián Sánchez (Fernando), Daniel Rittoles (Calibán), Patricia Torres (Miranda), Cosme Tablada (Ariel) y el cuerpo de baile, inspirado y apoyando el dramatismo/acción. La otra parte del triunfo llega por la enigmática música de Lera Auerbach de Diálogos sobre un tema, de Pergolessi, al acercar un viejo tema con tonos contemporáneos, así como el también esencial/minimalista diseño de vestuario (Jean-Marc Puissant), que combina ciertos detalles de la era isabelina y el ballet romántico con la actualidad, y las luces de Lorenzo Sovoini que con precisión exaltan el drama.
CARMEN REGRESÓ EN FESTIVAL
Durante esa segunda jornada del encuentro habanero, cautivó al auditorio la Carmen, de Alberto Alonso.
La joven primera bailarina Gretel Morejón construyó el personaje desde adentro con mucha sutileza. Audaz en unas oportunidades, reservada en otras, tejió su personaje con sumo cuidado estético, disfrutando cada paso. Escamillo en la piel de Dani Hernández, apareció desbordando elegancia, cuidando cada movimiento hasta el último detalle, iluminando las tablas. Bailó, interpretó y aportó lo establecido. El Don José, de Rafael Quenedit brilló, cual consagrado, tanto técnica como interpretativamente, mientras que el Zúñiga (Adniel Reyes) perfecto enseñando una vital personalidad escénica, así como el Destino, "vestido" por la singular bailarina que es Ginet Moncho se sintió con fuerza en la escena, en sutil diálogo con los otros personajes.
El cuerpo de baile acabó de matizar el colorido/acción de la conmovedora obra de Alonso, a la cual aportó con su buen trabajo y esmerada precisión, la Orquesta Sinfónica del GTH “Alicia Alonso”, dirigida por el maestro Giovanni Duarte.
MUCHO MÁS
Entre las atracciones que se sumaron esa noche están, en primer lugar, el excelente desempeño escénico de los bailarines cubanos Taras Domitro —que hizo alarde de esa flexibilidad/destreza que lo acompaña desde sus primeros pasos—, junto Adiarys Almeida que tambien demostró su clase, en el pas de deux El cisne Negro. Sueño de una noche de verano, contó con la grata presencia de Yanela Piñera/ Camilo Ramos, quienes se unieron una vez más, para desatar fuertes aplausos en esta lírica entrega, no desprovista de alardes técnicos y dificultades que sobrepasaron sin ningún esfuerzo, demostrando que no por azar alcanzaron aquí la categoría de primeros bailarines del BNC, y que ahora dejan sus huellas, y nos representan en el Ballet Queensland, en Australia.
Pasó también La Bayadera, de la mano de Gretel Batista/Serguei Sydorsky (Dance Alive, Estados Unidos). Ellos, compenetrados al máximo, dieron todo sobre las tablas en las difíciles variaciones que acerca esta pieza de Marius Petipá. Todos, sin excepción, fueron escoltados de fuertes ovaciones, que ya resuenan en cada sede de este encuentro bienal.
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