Para nadie es un secreto la crisis integral, incluso productiva y creativa, por la que transita nuestra televisión; esa, a la que de tanto querer le exigimos tanto, está dándonos algunas sorpresas agradables.
Tras el Período Especial que devastó la programación habitual de nuestros géneros televisivos tradicionales, en los últimos años la programación musical nos ha colmado y hasta abrumado con un verdadero aluvión de propuestas y revistas donde —salvo excepciones muy contadas— se replican hasta el infinito los mismos géneros, figuras y presentaciones de la música popular bailable, la canción pop o la fusión.
En contraposición al monumental caudal de egresados universitarios como instrumentistas, vocalistas, compositores o de la danza, y que tanto figuras consagradas, jóvenes promesas y nuestros relevantes coros y bailarines arrasan con muchos premios en la culta Europa y en Norteamérica, en la televisión son escasos; más bien exóticos.
Así las cosas, la zona de la música instrumental, vocal —e incluso de la danza más elaborada o clásica—, raras veces se alterna; mientras se multiplican propuestas de marcada tendencia populista que por el vicio actual de la mayoría de nuestros programas, se clonan unos a otros sin rubor alguno, y al final todos son iguales y es más de lo mismo.
Salvo dos o tres programas de larga data que salvan la honrilla, como De la gran escena —que se ha mantenido durante décadas en la preferencia de nuestros públicos—, o aquellos que en los canales educativos ahora nos permiten ver las obras clásicas de la ópera y el ballet foráneo; lo cubano clásico, tanto antiguo como contemporáneo, sigue siendo un anhelo insatisfecho.
Por ello, cuando el 7 de enero del 2016 Cubavisión estrenó Encuentros, dedicado a la interpretación de géneros musicales o vocales instrumentales, la otra cara de la luna se enriqueció con una propuesta nacional de alto valor estético: sus intérpretes son notables; la escenografía logra combinar su sobriedad con la modernidad, hermosura y elegancia; la iluminación deslumbra; la conducción —realizada por músicos profesionales— derrocha discreción, pero es certera en su propósito de dar relevancia a la interpretación; el repertorio, selecto pero atractivo para todos los públicos.
Las otras sorpresas nos llegaron de ese campo minado que es el dramatizado cubano, que por tantos avatares y carencias ha transitado en estos últimos veinticinco años: De amores y esperanzas, se ajusta al género y formato de serie televisiva, sin pretensiones de transgresión modernista pero con una dignidad ejemplar; y Latidos compartidos —la telenovela nacional que ahora transmite la televisión cubana— dejan ver un cuidado extremo en los detalles, y eso hay que destacarlo. Ambas, revelan una dramaturgia, factura y dirección de actores diferente, que nos deja un buen sabor en los labios.
Todos sabemos las condiciones en que se trabaja en la televisión, y que en el camino hacia el resultado final —pese al talento o la voluntad de un director o de una televisora— se queda mucho del dicho y lo pensado, y se truncan muchas propuestas.
Aunque ambas producciones episódicas merecen un análisis más exhaustivo, agrada lo que hemos visto hasta ahora.
Por añadidura, junto a la buena noticia de la diversidad de formatos y géneros, se une el logro de que una serie dramatizada cubana ocupe un horario preferencial en la parrilla nocturna dominical.
Por más que en nuestra sociedad hoy se desarrollen otras prácticas novedosas de consumo cultural creciente, no podemos olvidar que en ese intervalo de fin de semana, muchos cubanos permanecen en sus casas y tienen como únicas opciones de consumo cultural: un buen libro, una buena música en la radio o la programación de la televisión.
Todos los géneros cumplen una función específica y son necesarios, pero resulta indudable que el vasto catálogo de los dramatizados unitarios y episódicos no solo constituye una de las zonas más complejas desde el punto de vista productivo-creativo y de finanzas e insumos, sino que permiten como pocos fusionar las funciones lúdica, educativa y cultural. También constituyen un soporte ideal para potenciar actitudes positivas, corregir las negativas y exaltar nuestros valores.
Entre otros, el año pasado logramos mantener un excelente programa de fauna y medio ambiente como Hábitat, recuperar algunos espacios orientados a los niños y a los jóvenes provenientes de los telecentros y las televisoras nacionales, y mantuvimos algunos espacios humorísticos. Quienes trabajamos aquí sabemos cuánto significa ello.
Pero aún falta mucha música instrumental, danza, coros, teatros, cuentos, series y buenas novelas que dignifiquen el hecho de que fuimos los fundadores del formato episódico de lunes a sábado desde 1952.
Por si fuera poco, en ellos encontramos entretenimiento enriquecedor, y nos permitan aprender y potenciar nuestro acervo histórico, cultural y espiritual.
La televisión cubana tiene una hermosa tradición de sesenta y cinco años, y sus hombres poseen talento suficiente para aumentar la calidad integral de sus ofertas.
Claro está, necesitamos finanzas, tecnología, creatividad, mas deseos de ser originales y no resignarnos a clonarnos unos a otros.
No obstante, estos ejemplos nos alientan, porque demuestran que en los realizadores, guionistas o intérpretes de las más diversas edades y niveles de experiencia aparece un nuevo propósito, una nueva mirada y una nueva visión para satisfacción de todos los cubanos.
Aunque falta mucho, es una luz en el camino.
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