La experiencia de vivir procesos culturales como participantes activos ha sido siempre un desafío, cuando se trata de asumirlos como auténticos ejercicios de aprendizaje.
Y es que tal perspectiva supone una actitud de compromiso en tanto, lejos de actuar como simples espectadores –públicos, consumidores- de tales procesos, la cuestión se centra en interactuar desde el protagonismo y simultáneamente supervisar la calidad con que se realizan las acciones que los identifican. Es algo así como renunciar a la libertad de ser y hacer para convertirnos en jueces y partes de dinámicas en las que estamos involucrados y, a la vez, tener la responsabilidad social de garantizar su control.
Por supuesto que han sido muchos y variados los intentos por encontrar caminos que permitan la consecución de este comportamiento dual, a partir de la observancia del rigor científico esperado en conformidad con las particularidades de los procesos, que en sí mismos condicionan sus procedimientos de realización y participación.
De tal suerte vale reiterar que “los procesos culturales, como contenidos dinámicos de la cultura, constituyen fenómenos humanos caracterizados por la ocurrencia de comportamientos y relaciones particulares y reconocibles, que configuran nociones identitarias ante circunstancias específicas de espacio y tiempo.” (1)
Esta noción incluye y trasciende la tradicional perspectiva historicista con que se producen, de común, las aproximaciones a la conceptualización acerca de los procesos culturales, al encauzar el análisis desde una mirada antropológica, que pone como centro del enfoque a los seres humanos y a sus modos de participación en las dinámicas sociales en que intervienen.
Es así que pueden entenderse los siguientes, entre muchos otros, como procesos culturales de amplia generalidad:
- la creación artística, científica, o en cualquier otra área de conocimientos y actuación
- la producción de la obra creada, en tanto todo proceso creativo requiere de un aseguramiento logístico, que debe ser planificado, organizado, ejecutado y controlado, en función de las intenciones, posibilidades y oportunidades
- la distribución del producto creado, lo que significa su colocación en los espacios y tiempos que hagan posible el acceso a quienes deben ser beneficiarios de sus valores
- el consumo cultural, relacionado con los modos en que los seres humanos se vinculan a la cultura en que viven, a partir de la apropiación de sus prácticas como resultados de formas de interacción que tienen que ver con la participación; esto incluye la apreciación de la obra creada, que estará matizada por las exigencias de la obra en sí, por la historia anterior de quien aprecia y por la situación particular de apreciación
- la formación como modo genérico de presentar a los procesos educativos, vistos en su diversidad de niveles, escenarios y modalidades
- la investigación en tanto vía para el reconocimiento de la realidad y proyección de su transformación y
- las dinámicas de construcción de identidades colectivas, vinculadas a prácticas populares y tradicionales, en las que destacan eventos de amplia convocatoria que proporcionan sentidos de pertenencia y potencian la identificación de componentes de comunión cultural.
Desde luego que estos no son ni remotamente los únicos procesos culturales reconocibles por su universalidad, pero si los seleccionamos como modelos para una reflexión, encontraremos en ellos suficientes elementos de incertidumbre como para comprender la complejidad que resulta estar involucrados en sus dinámicas interiores y, simultáneamente, ejercer el necesario extrañamiento que permita observarlos y evaluarlos.
Tal vez lo que hace verdaderamente interesante el intento de abordar críticamente la naturaleza de estos y otros procesos culturales, es la posibilidad de constatar el hecho de que resulta prácticamente impensable hacerlo a partir presupuestos simplistas que concedan una visión atomizada de los mismos, desde la que podamos colocarlos, uno a uno, bajo la lente del microscopio y explorar sus atributos como sistemas aislados.
Lo cierto es que la enmarañada trama que se teje entre ellos determina la naturaleza compleja de sus dinámicas y nos obliga a diseñar modos precisos de acercamiento, pero lo suficientemente flexibles como para pretender una indagación de rigor, sin dinamitar las redes de conexiones que los distinguen y caracterizan.
Para el estudio de los procesos culturales, parece ser recomendable la identificación de las circunstancias concretas de realización, en sus múltiples formas de expresión, tanto asociadas a la conformación de los grupos humanos que las protagonizan, como a otros con distintas maneras de participación y en atención a los modos en que estos se relacionan entre sí y con los demás elementos que dibujan el entorno, pero no deben despreciarse los nexos con fenómenos anteriores o simultáneos que muestren puntos de contacto con las nociones identitarias configuradas por el proceso en indagación.
Este enfoque coloca a quien investiga en el centro del proceso cultural en estudio, pues únicamente desde esa posición es posible obtener el panorama a explorar en toda su amplitud.
De cualquier modo, la idea esencial es que la investigación de los procesos culturales debe tener como punto de partida la vivencia de esa realidad que anida y hace emerger los fenómenos que centran nuestro interés.
La necesidad de escudriñar, desde dentro, los modos en que se realizan estos procesos culturales para construir entre todos los que en ellos participan las vías hacia su transformación, en función de necesidades y expectativas relacionadas con el desarrollo, justifica con creces la atención que se sugiere brindar a tales asuntos.
Este criterio de participación-comprometida condiciona la elección de paradigmas y metodologías, cuando de la investigación de procesos culturales se trata, teniendo en cuenta que no todos ellos funcionarán de manera fluida con semejante pauta de determinación, ni habrá uno que pueda agotar las exigencias emergentes de su complejidad.
Pero no se trata de pre-establecer requisitos de discriminación, sino de encontrar los tonos de mezcla oportunos para conformar una paleta de colores suficiente, que permita el uso de presupuestos de rigor y, a la vez, ofrezca las libertades de expresión que las peculiaridades de los procesos en estudio demanden.
Volvemos a encontrarnos aquí ante una paradoja: la necesidad de asumir con celo científico la exploración desde dentro de procesos que discurren por dinámicas diferentes y no perder la autonomía que exige la participación en los mismos.
Lo que aparenta un contrasentido resulta ser el núcleo del desafío antes identificado, porque re-significa el lugar de quienes asumen esa como su realidad y los coloca ante la urgencia de hallar los caminos para conseguirlo.
Nota:
(1) En: Oficio y privilegio. Periódico Cubarte http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/oficio-y-privilegio/25519.html
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