Imagínese en medio de una conversación muy importante con y para su familia en que de pronto su voz resulte inaudible, o que, frente a su televisor, disfrutando del programa esperado por días, no logre escuchar lo que dicen, ya que es interrumpido por un ¡Fioreeee, linda fioreeee! (Flores); ¡Paaasteliiiitos!; ¡Arriba que llegó su rico tamaaaaallll!; ¡Ajo, cebolla, ají a muyyyy bueeen precio!. Qué me dice de cuando está durmiendo luego de una guardia de 24 horas y es despertado abruptamente porque aparece en su cuadra un vendedor que vocifera: ¡Paaaan Panaderoooo, calentico y riiiico señores! (alternando con los sonidos que salen de un silbato) o por las estridentes notas de un villancico de navidad que viene de una bicicleta con bocina y vende ¡Heeeelaaaadoooo!.
Estos son algunos ejemplos de los “pregones modernos” que inundan nuestras calles, donde sin preocuparse de que hay bebés que son asustados por sus alaridos o personas enfermas que necesitan tranquilidad, se irrespeta al ser humano y a la Ley 81 sobre la Protección al Medio Ambiente donde en varios de sus artículos se plantea el Cuidado de la salud humana, la elevación de la calidad de vida y su relación con el ruido.
Nuestro Poeta Nacional y cubano hasta la médula, Nicolás Guillén, gran estudioso de nuestras tradiciones dijo sobre el pregón: “Es un arte que no todo el mundo puede dominar.”
El pregón, es un canto de los vendedores ambulantes, que tuvo su origen en la necesidad de anunciar a su paso, los productos de que se disponía y tuvo su auge entre los finales del siglo XIX y principios del XX; luego fue desapareciendo, fundamentalmente de las ciudades, cuando estas comenzaron a crecer con edificios y aparecieron nuevas formas de comunicación y publicidad, hasta llegar a estos tiempos donde perdió la magia y el misterio.
En La Habana colonial, formaban parte de la vida cotidiana, pues según la imaginación del vendedor los pregones y accesorios utilizados para este fin, eran jocosos o más llamativos, lo que hacía que las personas los identificaran apenas comenzaban estos; y así fueron convirtiéndose en parte de la rica variedad folklórica del pueblo cubano, dando paso en algunos casos, a excelentes piezas musicales como El manisero, Se va el dulcerito, El frutero, Frutas del Caney, El Yerberito, entre tantos otros.
Hoy las voces que se elevan no tienen nada de musical y sí mucho de agresión, dónde quedaron la expresión teatral, el doble sentido propio de nuestra cultura, el deseo de comprar por la incitación culta o picaresca del vendedor.
Sería bueno estudiar por qué los únicos que mantienen a través del tiempo su “sello” son los afiladores de cuchillos, que identificamos a través del toque casi sensual de la filarmónica en cuanto aparecen las primeras notas.
Este es un tema en el que todos debíamos incidir porque también es una forma de preservar nuestras tradiciones.
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