Poetas rusos en Cuba


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En 1987 presenté en la UNEAC ?pues me desempeñaba como subdirector de la Editorial Arte y Literatura? el voluminoso título ?unas 800 páginas? de la colección Biblioteca de Literatura Universal Poetas soviéticos, uno de los mayores esfuerzos editoriales por dar a conocer en idioma español no solo a poetas rusos, sino a los de otras nacionalidades que entonces formaban la URSS. De los 165 poetas incluidos, 91 son rusos, y el resto de Armenia, Kazajstán, Bielorrusia, Ucrania, Georgia, Turkestán, Letonia, Uzbekistán, Lituania, Kirguizistán, Azerbaiyán, Moldavia, Estonia, Daguestán y otros pequeños grupos étnicos. La edición y algunas traducciones, así como la información sobre los autores de este volumen, se debieron a la persistente y rigurosa búsqueda durante una década de Justo Vasco, junto a un grupo de traductores ?que lamentablemente no se consignan?, quienes trabajaron siempre sobre textos en ruso y no sobre lenguas originales ?todavía un propósito muy difícil?, y a la colaboración de la UNEAC junto con la Unión de Escritores de la URSS, una alianza imprescindible para reunir a los más importantes discursos poéticos de esa parte del mundo. Fueron muy importantes las versiones de los poetas que participaron, el chileno Pablo Neruda y el español Rafael Alberti, y los cubanos Eliseo Diego, Fina García Marruz, Samuel Feijóo, Ángel Augier, Félix Pita Rodríguez, Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís, Francisco de Oraá, Pedro de Oraá, Luis Marré, Roberto Branly, Luis Suardíaz, David Chericián, José Martínez Matos, Adolfo Martí, Sergio Hernández Rivera, entre otros.

Antes, en 1966, Samuel Feijóo había publicado por la Universidad Central de Las Villas, una selección de Poetas rusos y soviéticos, en 461 páginas reunía 8 poetas rusos y 21 soviéticos ?es decir, creadores rusos y otros que, independientemente de dónde hubieran nacido y vivido, produjeron su obra más importante después de 1922 en la URSS. La traductora fue Nina Bulgakova, quien también colaboró en el libro anteriormente mencionado, y las versiones, del propio Feijóo. Poemas rusos y soviéticos se habían publicado ya, bien en forma de libro o en diversos periódicos y revistas, especialmente durante las décadas del 60 y 70; sin embargo, no conozco en las ediciones cubanas, ni antes ni después, otros empeños mayores que estas antologías, suficientes para descubrir la calidad de la poesía rusa en el contexto universal.

Poesía soviética tiene poemas y poetas prescindibles ?y probablemente si se eliminaran, el resultado de la edición hubiera sido mejor?, y algunas poéticas importantes estuvieron ausentes, como la Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura en 1987; a Poetas rusos y soviéticos también le faltaron autores esenciales soviéticos que se encuentran en el primer texto mencionado, y no se tuvieron en cuenta rusos, como Fiódor Tiútchev, un diplomático muy popular en la Rusia del siglo xix. Pero cada edición contribuyó al conocimiento del amplio y rico panorama poético de esos pueblos. Un creador tan influyente como Alexander Blok ?para Feijóo, ruso, y para Vasco, ruso-soviético?, por ejemplo, tal vez concluía un período pasado o era considerado uno de los precursores de la nueva época, con la primera poética moderna de Rusia, a pesar de que sus últimos poemas están fechados en 1918, antes del nacimiento de la URSS; Blok  le preguntó, en un arranque de sinceridad, a la “doncella Revolución”: “¿Será duro seguirte a quien está / de su alma propia solo enamorado, / enamorado de su propia carne?”.

No acostumbro a opinar sobre autores que escriben en un idioma que no conozco; me parece que los análisis son incompletos o con falta de autoridad, pues dependo de los traductores y de los poetas que realizan las versiones, pero de los rusos antes de la URSS prefiero a Alexander Pushkin, quien constituye, con toda razón, uno de los que mejor encarna lo que se ha dado en llamar el “alma rusa”, con todo lo discutible que pueda ser una generalización de ese tipo; su obra siempre será revolucionaria, por su profundo sentido rebelde, patriótico y popular, y su apasionado amor a la libertad; para los especialistas, una de sus mayores virtudes se concentra en la música expresada en la rima, un aspecto que se pierde en la traducción. En el poema En la tumba de Anacreonte, Pushkin declara: “Amo el martirio de mi amor / ¡Que muera yo, pero que muera amando!”; y A Chaadev ?ensayista y conspirador ruso amigo suyo? lo exhorta: “¡Amigo mío!, dediquemos a la Patria / Los hermosos impulsos del alma! / ¡Camarada! Confía, se alzará / La estrella de la felicidad, fascinante; / Despertará la Rusia de su sueño, / Y sobre las ruinas del Absolutismo / Se escribirán nuestros nombres”; estos versos deben de haber tenido un fuerte impacto en los pocos que los leyeron en Cuba, sobre todo en las víctimas del absolutismo español del siglo xix. Mijaíl Lérmontov es otro ruso de ardientes impulsos románticos, como Pushkin; en Las quejas de un turco descubre un paisaje humano de su patria: “¿Has conocido una salvaje tierra, bajo rayos ardientes / Donde de los plantíos y los pálidos prados florecen?, / ¿Dónde inquietan el alma las pasiones, / Y donde aparecen, a veces, / Mentes frías, firmes como una piedra? / […] / ¡Allí gime el esclavo en sus cadenas!... / ¡Ay, amigo, esta tierra es mi patria! ...”.

No importa de dónde o de cuándo sean los verdaderos poetas, ellos tienen el don de expresar esencias e incorporarlas a sus imágenes hasta desaparecer lugares y épocas, para convertir sus versos en eternos y de cualquier parte, cuyos contenidos no se revelan por ninguna otra disciplina del conocimiento o del saber. No pocas veces constituyen atributos inmortales del género humano, sin importar el espacio del planeta donde se registran, y en ocasiones los entrecruzamientos son asombrosos. El poeta romántico Yevgueni Baratynski (1800-1844) ?redescubierto por Anna Ajmátova y por Brodsky? tiene composiciones cuyos asuntos podrían compararse con los tratados en las letras de cualquier bolero latino; en un fragmento de un poema sin título, confiesa: “No puedo entregarme de nuevo / A los ensueños que una vez me traicionaron. / Mi angustia ciega no la multipliques, / No conversemos sobre lo pasado”. Los poetas también tienen revelaciones que anticipan destinos y marcan condición de identidad; la propia Ajmátova, antes de que ocurriera la cadena de tragedias en su vida ?su primer esposo fue acusado de conspiración y fusilado, su hijo arrestado y deportado a Siberia y su última pareja murió en un campo de concentración en 1938? escribió en 1917 Hubo una voz: “Deja tu paraje pecador y perdido, / Abandona la Rusia para siempre. / Quitaré la sangre de tus manos, / Sacaré del corazón la vergüenza negra, / Cubriré con el nuevo nombre / Dolores de tus derrotas y ofensas. / Pero indiferente, tranquilamente, / Cerré los oídos con mis manos / Para que con palabras tan indignas / No se profanase el espíritu en dolores”. Boris Pasternak estuvo enamorado de la Ajmátova y fue rechazado por ella; posteriormente escribiría en boca de una mujer Aclaración: “Quita tú la mano de mi pecho, / somos cables bajo tensión: ¡mira / que de repente, sin darnos cuenta, / el azar nos lanzará uno al otro!”.

Osip Mandelshtam, uno de los grandes poetas soviéticos de origen judío del pasado siglo ?desterrado en 1934 a los Urales por escribir un poema contra Stalin, hizo en la cárcel un intento de suicidio, fue excarcelado y vuelto a arrestar, para morir en un campo de trabajo forzado en el fatal 1938?, escribió en su último cuaderno: “Petersburgo, no quiero morirme todavía: / tú tienes mis teléfonos, sus números, mi guía. / Petersburgo, conservo conmigo datos ciertos / para encontrar aun las voces de los muertos”. Otros grandes poetas se suicidaron, como Serguei Esenin ?para Máximo Gorki, el representante poético más genuino del campesinado ruso? o Vladimir Mayakovski ?iniciador del futurismo en Rusia y uno de los más altos exponentes de la inicial poética moderna?; el primero se ahorcó en 1925 y el segundo se disparó al corazón en 1930, cada uno atormentado por enigmáticas pasiones: Esenin, excitado por el alcoholismo y Mayakovski espoleado por agudas críticas hacia su individualismo. Antes de morir, Esenin dejó un poema a un amigo: “Hasta luego, mi amigo, hasta la vista, / Te llevas, compañero, el corazón. / Nuestra separación está prevista. / Quizás de algún encuentro habrá ocasión. // Amigo, adiós, sin otra despedida. / No te angusties, ni triste estés jamás, / Morir no es nada nuevo en esta vida. / Pero vivir, ya sabes, no lo es más”. Mayakovski, quien escribió las más originales composiciones de poetas rusos dedicados a Lenin, estuvo obsesionado por captar a las multitudes para la causa revolucionaria; fue uno los creadores de la imagen de la agitprop, estrategia política de propaganda y agitación que concebía carteles o vallas propagandísticas para actuar sobre las emociones de los individuos ?bajo esta premisa se creó el Departamento de Agitación y Propaganda, que fue parte integral del Partido Comunista de la Unión Soviética, un antecedente de una división más compleja que posteriormente se nombró Departamento Ideológico. Otra suicida fue Marina Tsvetáyeva, destacada y sensible poeta, dramaturga y narradora, exiliada durante 14 años en Francia ?desde 1925 a 1939?; su regreso a la Unión Soviética en 1939 para reunirse con su esposo resultó dramático: en 1941, cuando las tropas alemanas invadieron a la URSS, su compañero fue fusilado, y en ese mismo año fue apresada una de sus hijas ?rehabilitada en 1955?, otra de sus hijas murió de hambre en un orfanato; un poema revela su desesperación: “¡Amor! ¡Amor! Convulsa y en mi fúnebre caja, / seduciéndome, inquieta, me lanzaré, advertida. / ¡Querido! Ni en el túmulo sepulcral al que bajas / ni en tu exhalar de nubes te haré una despedida”.

Pero no toda la poesía rusa es trágica o relacionada con la muerte o la guerra, aunque en la selección se destaquen grandes escritores ruso-soviéticos con estos temas, como Konstantín Simónov, cuyos célebres textos han tenido un éxito notable en adaptaciones cinematográficas. En las dos antologías mencionadas se incluyen composiciones vinculadas con la enorme y fabulosa naturaleza rusa y su variado clima, la identificación de este diverso paisaje con creencias ancestrales; las fusiones de la poesía con la riqueza del folclor tradicional y de manifestaciones como la música o las artes plásticas y escénicas; versos que formulan las limitaciones de la expresión humana para matizar los sentimientos; poemas que entrelazan las complicadas relaciones amorosas y su laberíntico mundo interior, así como depuradas pasiones de una exquisita cultura.

Poetas soviéticos recrea un amplio grupo de autores más o menos conocidos en Cuba o en Occidente, como el recordado Pavel Grushkó ?quien fuera jurado de un Premio Casa de las Américas? o el entonces cercano a la cultura española Robert Rozhdestvenski; Leonid Martínov ?de quien Eliseo Diego realizó excelentes versiones?; el destacado Andréi Voznesenski ?uno de los poetas más originales de su generación?; el corresponsal Iliá Ehrenburg o el también reconocido periodista Aleksándr Tvardovski, quien le dedicó unos versos a sus críticos: “Todo el tiempo me tratan de enseñar, / dan un consejo simple, y es que yo / cante sin ver ni oír y que al cantar / solo piense en qué se puede y qué no. // Pero no puedo dejar de pensar / que años después, ustedes, en discreta / conferencia me van a censurar: / ¿Dónde estuviste, qué viste, poeta?”. Una mención especial merece Bella Ajmadúlina, caracterizada por su intenso y refinado lirismo, tanto en lo formal como en la pericia para armar discursos poéticos en que se descubren los rasgos más sensibles de la cotidianidad.

He dejado para el final a Yevgueni Yevtushenko, no solo porque se trata de uno de los más importantes poetas rusos vivos, sino también porque ha demostrado durante décadas ser un persistente amigo de los cubanos bajo cualquier circunstancia; muy publicado en todo el mundo, ha dedicado poemas a Cuba y a la Revolución. En su vastísima obra, que incluye poesía, narrativa, ensayo, guiones de películas, una ópera rock y otros libros de difícil clasificación, puede advertirse su obsesión y curiosidad por conocer a las personas comunes, su ámbito laboral y ejercicio político, intimidad e historia. A Yevtushenko, quien ha estado en la Isla varias veces, siempre lo he visto en la UNEAC; este año, para mi sorpresa, al menos en la sesión a la que asistí, no recitó, sino que presentó su filme Los funerales de Stalin, una película que escribió y dirigió: trata de los momentos vividos por él en 1953, cuando era un joven de 21 años, y se sucedían la enfermedad y la muerte de Stalin. El poeta siempre fue un convencido antiestalinista, y la cinta, producida en los momentos en que la URSS se derrumbaba, está traducida del ruso al inglés; quienes asistimos tuvimos el privilegio de escuchar los comentarios del propio Yevtushenko, lo cual resultó una interesante experiencia. La noticia del fallecimiento de Stalin fue acogida con euforia por sus amigos, y él, poeta al fin, quiso “besar a todas las mujeres”, siempre bajo la vigilancia de un personaje simbólico que no hablaba y aparecía constantemente en los momentos en que existía una situación confusa y de muerte. Es una película con códigos difíciles de descifrar, que inserta escenas reales de los funerales de Stalin, pero como tuvimos la suerte de contar con la explicación de un testigo excepcional, con su altísima sensibilidad artística, se revelaron aspectos muy poco conocidos de esas vivencias del pueblo ruso. Yevtushenko ratificó su amor al pueblo de Cuba, y su identificación con la Isla ha demostrado una vez más la capacidad de la poesía para establecer puentes y afinidades ocultos, más allá de diferencias culturales, idiomáticas o de cualquier otro tipo. Ojalá estas líneas inviten a leer ?o releer? las dos excelentes antologías comentadas, que seguramente estarán en nuestras bibliotecas privadas y públicas, o a buscar, con simple clic, los poetas citados y otros, incluidos los que en la actualidad siguen enriqueciendo el legado de la poderosa cultura de estos pueblos.


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