PENSANDO EN VOZ ALTA: “JUANA DE LAS FLORES”


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PENSANDO EN VOZ ALTA: “JUANA DE LAS FLORES”

La Conga de Juana de Kelvis Ochoa y el grupo Habana Abierta como banda sonora de un mapping sobre el frente de un edificio, clausuró la exposición colectiva “Juana de las Flores”. Fue un video que incluyó obras de Rafael Pérez Alonso, en su variante de tipología arquitectónica, que disfrutamos bajo la oscuridad de una noche sin estrellas, muy iluminada, eso sí, por esa mencionada proyección digital sobre la extensa, alargada y blanquísima fachada del Estudio de arte, La Lavandería, en Playa.

A casi un mes de su inauguración cerró esta muestra colectiva a fines del pasado mes, que se inaugurara el 28 de septiembre, en la Lavandería, tal y como se lee este nombre en el gran cartel que pende del techo de este lugar dedicado a las artes visuales, ubicado en la calle 54 hacia el interior de un barrio de Playa, y sitio  que pertenece al Fondo Cubano de Bienes Culturales, a la vez  que funciona como espacio de Estudio de los artistas Rafael Pérez Alonso y Mario Miguel González (Mayito).

Fueron ellos, Mayito y Rafael, quienes acogieron con agrado la idea de una amplia exhibición preparada cuidadosamente por dos jóvenes curadoras con formación en la disciplina de historia del arte, Maybel Elena Martínez y Yahíma

Marina Rodríguez quienes se unieron una vez más en esta función profesional, para crear la exhibición que llamaron “Juana de las Flores”, a partir, han explicado, de que casi todos los artistas las han representado y ello ha sucedido también en el arte cubano (algo sobre lo que volveré más adelante).

Aunque las curadoras partieron de una premisa fundamentalmente estética, cuyo motivo (floral) tiene una extensa historia en su representación en la historia de la pintura; lógicamente como era de suponer, en el propio proceso de realización de la muestra colectiva se les fue develando la realidad de los diversos puntos de vista, enfoques conceptuales, tendencias y formas con que los artistas cubanos asumían esta propuesta o que incluso, ya la habían incorporado como parte de su obra.

En tan sentido, debe considerarse cómo esta muestra colectiva en la que las curadoras incluyeron a 78 artistas cubanos fue, sin duda, alentadora en cuanto a la labor profesional de la curaduría propiamente dicha, así como de la museografía. Aunar a tantos artistas en un amplio espacio, aunque adecuado a los fines expositivos, tomar en consideración la diversidad intensa entre tantas morfologías, tendencias, estéticas e ideas de cada uno de los participantes, y lograr reunirlos fue, sin duda, una faena bien difícil a la par que sorteada con suficiente pericia por dos jóvenes que no rebasan los 35 años. En ese sentido vale resaltar que no siempre ello se logra en una exhibición de estas características, dado el rigor que exige un despliegue tan vasto como heterogéneo como éste. A modo contrastante, por ejemplo en  “Post-It Re-presenta!”, también vimos una muestra colectiva que contenía una selección  y recorrido por obras en homenaje a la década de ese evento dirigido a jóvenes artistas en la Estación de Línea y 18, hace unos tres meses ya, sin embargo, no se alcanzó allí el máximo cuidado que requieren las técnicas expositivas, ni un balance en las manifestaciones expuestas.

En el caso de “Juana de las Flores”, tanto Maibel como Yaíma, ensayaron una y otra vez el diseño y despliegue respectivo de casi ocho decenas de obras, hasta lograr el objetivo deseado.

 Está demás decir que sobre los temas y géneros en las artes visuales se han realizado, desde inobjetables ópticas e investigaciones, aportes invaluables que pasan por autoras como Adelaida de Juan, Yolanda Wood, Luz Merino Acosta, y otros.

En otro orden, las curadoras tuvieron un punto de partida digamos que esteticista. En la entrevista que concedieran a Alex Fleites para Oncuba plantearon ese inicio: "Las flores constituyen un interlocutor dentro de la narratología creativa, relegado muchas veces a planos inferiores de protagonismo. Por tal motivo, la presente exposición pretende dilucidar los caminos que se han erigido desde el arte a partir de la inspiración estética emanada por las flores.”

Quisiera detenerme aquí, aparte de los aspectos positivos ya mencionados, tras los que se percibe cómo durante su trabajo, Yahíma y Maibel debieron ir incorporando las propias complejidades derivadas de aquella “inspiración” inicial para su labor,  y que parten de la calidad de las obras en sí.

Mis consideraciones no van, entonces, en desestimar la propuesta que nos ofrecieran,  sino sobre todo en centrarme en un llamado de atención sobre la producción de significados que desde la curaduría pudieron rebasar una propuesta y llamado menos epidérmico.

Realmente la curaduría más bien es denotativa si la vemos con objetividad.  Nos permite visibilizar eso que en el arte cubano se está produciendo, y es algo sobre lo que algunos de nosotros deberíamos profundizar aún más y de paso explicitar, corriendo los riesgos que imaginamos. Más allá de que erremos o vayamos en la dirección correcta. Pues, en un principio, mi consideración es que de lo que se trata es de la importancia de un pensamiento crítico y sobre todo de no dejar pasar por alto esta etapa. Me refiero a lo que puede estar sucediendo ahora mismo, cuando tanto los especialistas que crean exposiciones durante sus producciones curatoriales, como los críticos y expertos en nuestra actividad de escritura sobre éstas, bien podemos permanecer en una zona de evidente confort para todos nosotros que en nada ayudaría.

Al respecto, Nelson Herrera Ysla, quizá uno de los críticos de arte más agudos al filo del término del primer cuarto del siglo XXI, ya avizoraba la problemática y señalaba ―en términos nada edulcorados, y como suele hacer este autor, en un ensayo, que obtuvo el Premio Nacional en ese género en 2023―  sobre el arte cubano hoy:

 “Se siente disminuida aquella apasionada búsqueda por imbricar el arte con la historia como brújula de creación. El complicado asunto de las relaciones entre arte y realidad es hoy privativo de solo unos pocos artistas…” 

En el presente comentario a “Juana de las Flores” mi propósito es resaltar cuán seductores son estos temas hoy, a la vez que al  hecho de que nos remiten a llamados de atención desproblematizadores en un contexto inobjetable donde se observan reacciones psicosociales, culturales, un entorno donde desde luego, se mueven las artes.  

Y es que los artistas, como bien conocemos, enhebran continuidades o rupturas  histórico-estéticas y su creación, por tanto, también se halla plena de alegorías, significados, etc. De modo que en verdad, los artistas muestran cómo sus obras devienen de la coherencia con los procesos internos de su propia práctica artística, y que no excluye como antecedente ese sistema del arte donde se realizan, ya sea la academia, las instituciones, las nuevas formas de relaciones y espacios artísticos independientes en el país, entre otros espacios que conforman el universo donde producen sus prácticas creativas.

Las propias dinámicas internas del arte en Cuba, las relaciones con su peculiar contexto durante medio siglo, entre otros temas que no es posible abarcar en un breve comentario, nos llevan incluso a meditar sobre las demandas del mercado del arte internacional como presiones bien definidas (en una realidad en la que, además, no contamos con un mercado nacional como bien sabemos). Al respecto, recuerdo cómo, por ejemplo, a inicios del siglo XXI Helmo Hernández, presidente de la Fundación Ludwig describía, no sin preocupación este fenómeno de las demandas en que el arte cubano mostraba preocupaciones de amplio rango socio-artístico. Era diferente a lo que hoy sucede. Porque entonces Helmo decía que era como si se les exigieran ciertas características al arte cubano actual (desde el exterior) para legitimarlo y que, en cierta medida, prolongaran el carácter y el papel que dentro de la sociedad jugaron las artes plásticas en la década del 80, período en que surgió el Nuevo Arte Cubano, arte renovador, de movida crítica, con ánimos entonces performáticos y contraculturales.

Pero el contexto cubano ha cambiado mucho desde entonces. Y el arte, amén de su autonomía, no se halla fuera de las difíciles encrucijadas de la sociedad cubana. En el ensayo antes citado de Herrera Ysla, el autor se refería a problemas globales y no ajenos a la escena cubana que participa desde lo local geográfico en el mundo globalizado:

 “No está de más decir que el espectáculo ha ocupado el lugar del arte, lo superficial y atractivo desplaza lo polisémico, profundo y complejo y, para no hacer más larga la lista, el pensamiento y las ideas son derrotadas por el ruido, la bulla y las actividades artísticas.”

Y es que los artistas se hallan hoy más que nunca inmersos en ese universo “débilmente definido, carente de consistencia alguna” (…) “como un proceso de estetización banal, que no conlleva resultado emancipatorio alguno”, según definía el crítico José Luis Brea.  Por su parte, Eduardo Subirats, era más pesimista a la par que, considero, iba a la esencia, al escribir: “La verdad de la experiencia estética en una era de escarnio electrónico y degradación humana no es su negación nihilista; tampoco su sublimación espectacular. Es su inmersión en su interioridad rota, y el esfuerzo creador de nuevas armonías en su medio.”

Durante el relato que me hacían las curadoras (a quienes agradezco la posibilidad de entrevistarlas), ellas mismas citaban a modo anecdótico, un suceso que hallaron provocador en el transcurso de la preparación de la amplia muestra. Sucede

 —me comentaban— que “cuando los artistas están como frustrados, nos dicen, vamos a pintar flores para vender, en ese punto parece como una queja que, de estar entre amigos artistas, escuchamos. Ya no puedo más, pueden decirte varios en determinado momento, si esto que hago no me sirve, me voy a poner a pintar flores. Eso también nos resultó llamativo. Antes de inaugurar, nos llamó la atención un post en Facebook que recalcaba cuántos artistas se estaban dedicando a pintar flores”.

Ciertamente, como apuntaban ellas, el debate en Facebook, por ejemplo, que verifiqué al leer varios comentarios en esa red, se intensificó desde las más distintas posiciones, desde las más agresivas o nihilistas pasando por otras más bien amargas, estas últimas, pienso, menos vinculadas a la real resiliencia del arte cubano.

Sin espíritu de sobredimensionar determinados aspectos del debate, sin duda, las curadurías pueden versar y así lo hacen en el mundo actual, sobre temáticas de una infinita variedad, ya sean la luz, la desmaterialización del arte en la contemporaneidad,

etc., entre un sinfín que nos hablan de intereses disímiles y vastísimos que no implican para nada discursar con referentes específicos, contextuales, etc.

Mas el arte cubano, que no se reduce a su espíritu indagador y cuestionador pero lo incluye como una de sus fortalezas, no ha dejado de discursar sobre contextos muy densos en significados que se hallan indisolublemente imbricados a la sociedad en la que ese mismo arte se produce. Pese a la emigración, a las muy difíciles condiciones materiales para la producción de arte en la Isla, a tantos factores que implicarían un debate del que aflorarían los criterios más diversos, es cierto que sobrevive una vitalidad presente en el arte cubano, y en “Juana de Las Flores”, la exposición en La Lavandería, se puede constatar, desde una momentánea mirada. Ya sea en la obra de Adonis Flores, de Levi Orta, Jhonathan Moreno, como en otras en las que lúcidamente se expande la estética reconocible e impecable de una Aimeé García, de Lisandra Ramírez Bernal y de Eduardo Ponjuan, entre otros artistas, ya reconocidos en nuestras artes visuales.

Se trataría, entonces, de no permanecer o instalarse en los bordes de una temática,  sino de ―en tanto lo demande el proyecto de investigación curatorial, sea cual fuere su motivo, inspiración o asunto, pueden ser flores u otro similar―, adentrarse en problemáticas más intensas, polémicas incluso, en las que el arte discurra en esas inmersiones que nos llevan a penetrar sus propias complejidades en tanto creación visual.

“Juana de las Flores”, pues,  nos  permite hacer un alto en el camino para repensar (en voz alta) el arte hoy. Vivimos, por cierto, una etapa “compleja”,  transversal a todos los órdenes,  con lo que ésta conlleva. Una fase de  confusiones y búsquedas en un nuevo escenario, con todo lo que ha traído consigo, sin olvidar que la subjetividad social se reconoce hoy en esas disociaciones entre la realidad y las representaciones simbólicas, un momento de readecuaciones, de quiebre de espiritualidades, así como de búsquedas de otras alternativas emocionales ante los cambios.

Respecto a la propia exhibición, de ésta dimana, reitero, ese arco de interés muy variado que incluye problemáticas de muy diverso tipo. Habría que provocar, de paso, otras, desde un llamado curatorial igualmente inclusivo, aunque más atrevido.  En tal sentido, una observación sería intentar, por tanto, no replegarnos hacia posiciones más formalistas o menos desconflictuadas.  Porque la creación de los artistas sigue siendo un enclave fundamental en la contemporaneidad, entonces, vale recordar, que el arte es un capital cultural importante para las sociedades actuales, y no lo es menos, claro está, para la cubana.

Fotos: Maité Fernández


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