A la generación que irrumpió en el escenario visual de la isla en la década de los años 70 del pasado siglo pertenece Pedro Pablo Oliva (Pinar del Río, 1949), artista que, con el paso del tiempo, llegó a ser uno de los más trascendentales dentro del panorama cultural de la nación, hecho que vino a corroborar el Premio Nacional de Artes Plásticas que le fuera otorgado en 2006.
De "cronista de su tiempo" ha sido calificado en más de una ocasión quien a inicios de los años 90 ocupó numerosos espacios informativos al convertirse en el primer cubano residente en el país en exponer su arte en una galería neoyorquina, luego del triunfo revolucionario.
Con una desbordada imaginación característica del realismo mágico latinoamericano, Pedro Pablo Oliva ha desplegado ante nosotros tanto imágenes en las que sondea el contexto sociopolítico en que se desenvuelve, como aquel más íntimo o costumbrista.
El dibujo y la pintura fueron durante un largo período sus modos habituales de expresión hasta que a comienzos de los años 2000 recurrió a la tridimensionalidad, legándonos esas esculturas en bronce en las que vence el desafío que supone la pesadez del metal al lograr piezas que parecen flotar en el espacio.
Una treintena de exposiciones personales tiene en su haber este artista, las más recientes en 2019 en Estudio de Arte La Mina, durante la 13 Bienal de La Habana; y en la ciudad estadounidense de Gainesville. En cuanto a las de carácter colectivo, resultan incontables los proyectos en los que ha tomado parte.
Destacable resulta, además, su influencia en la formación de varias generaciones de artistas cubanos, la cual ha sido reconocida con la categoría de Profesor Adjunto que le confiriera el Instituto Superior de Arte y el Premio Maestro de Juventudes, otorgado por la Asociación Hermanos Saíz en 2007.
Un nuevo año de vida cumple este 15 de enero el artista pinareño, hecho que llena de regocijo a quienes advertimos en su quehacer una inagotable fuente de espiritualidad. ¡Felicidades, Maestro!
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