Marchando vamos hacia un ideal
Sabiendo que hemos de triunfar
En aras de paz y prosperidad
Lucharemos todos por la libertad
Marcha del 26 de Julio
Agustín Díaz Cartaya
Tal vez mientras se daba la bienvenida oficial al presidente de los Estados Unidos de América, Sr. Barack Obama, algunos de los estadounidenses presentes no conocían que la marcha ejecutada en honor a su mandatario a quien solemnemente acompañaba en el pase de revista a la tropa el presidente cubano, General de Ejército Raúl Castro Ruz —Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros— con anterioridad, uno de los históricos combatientes guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, cuyos ideales fueron los motivos centrales de esa marcha redentora.
Muchos cubanos y cubanas que observábamos el acto protocolar, cantábamos en lo más íntimo de nosotros mismos la letra de la marcha, hoy día más significativa que nunca antes. Pensé en Fidel, seguramente él también seguía, con similar emoción, aquellas imágenes que se televisaban para Cuba y el mundo entero. Imágenes que ratificaban, una vez más, el sentido hondamente patriótico de la hermosa marcha: “La sangre que en Cuba se derramó / Nosotros no debemos olvidar / por eso unidos hemos de estar / recordando aquellos que muertos están/…”
El presidente Obama, hombre aún joven, esbelto, de paso elástico, siguió con marcialidad el ritmo de la Marcha, después de haber escuchado los himnos nacionales de ambos países; de esta forma, ofreció un digno tributo a la nación que lo acogía. También, el presidente de Estados Unidos rindió honor a nuestro Héroe Nacional, José Martí Pérez, visitó el Museo y la Plaza de la Revolución.
¿Cuándo pudimos imaginar, siquiera, semejantes imágenes los cubanos y cubanas?
Desde luego, estas han sido posible únicamente porque la Revolución Cubana está viva y estamos en pie de lucha por nuestros ideales de siempre; porque la mayoría de la población de Cuba comprende y se mantiene unida con firmeza al lado de sus derechos más caros: la independencia, la soberanía, y la defensa intransigente de estas. Es por eso, en primera instancia, que ha fracasado la política de la agresión directa y se ha abierto una vía alternativa, de parte de nuestros históricos adversarios.
La Historia ha abierto los ojos de los políticos de pensamiento y acción más avanzados en los Estados Unidos, al frente de ellos el Sr. Barack Obama, el primer alto gobernante demócrata, electo y reelecto, de ascendencia africana y piel negra, en aquel país, donde aún subsiste una sociedad racista y segregacionista.
No les quedó más remedio, pues, en una coyuntura histórica, aparentemente imprevista por los vecinos del norte, América Latina y el Caribe, unidos —junto a más de una veintena de resoluciones de la ONU, aprobadas por mayoría aplastante— exigieron el fin de la etapa de exclusión de Cuba y el levantamiento total del bloqueo imperialista.
Mientras, por el gobierno cubano se han impuesto unas negociaciones de las nuevas relaciones bilaterales sobre bases éticas. Nunca antes existieron, entre Estados Unidos y otros países de nuestro hemisferio, negociaciones o relaciones de tal índole. Cuba se fundamenta en una política internacional de equilibrio; asimismo, Cuba se ha abierto al mundo y este a Cuba.
Para los cubanos y cubanas que nos involucramos en estos cambios necesarios, el desafío es extraordinario. Hay que analizar y comprender, paso a paso, cada movimiento del vecino en este largo y complejo juego de ajedrez, donde, en mi opinión, hay dos conceptos claves, paz y prosperidad.
La Declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, ha definido con claridad cuál debe ser el camino entre los miembros de la región al sur del Río Bravo y Cuba, y para la construcción de las nuevas relaciones con el imperio del Norte. Pero, mantener la paz no es el negocio más rentable para las trasnacionales estadounidenses, que precisamente se ocupan de los suministros bélicos para hacer la guerra, obviando que su precio más costoso es la destrucción de la Tierra.
Así las cosas, el camino de la paz, desde aquí, se puede observar como una perspectiva cuajada de emboscadas destructivas, en el que un paso en falso sería fatal, conduciría a consecuencias que nos retrotraerían a la peor etapa de la lucha por la segunda independencia de Nuestra América: las dictaduras militares respaldadas por Estados Unidos, su ciencia y tecnología guerrerista.
La prosperidad, tanto la material como la espiritual, en la construcción de Nuestra América, tampoco es una senda directa y cubierta de pétalos de rosa. Conquistar la independencia económica, dígase la científica tecnológica, es y será una batalla tras otra, guiada tan solo por la inteligencia, integridad, y forjada por la solidaridad inquebrantable entre nuestros pueblos y naciones.
Solamente, el más alto grado de conciencia acerca de cuál es la verdadera riqueza de la especie humana, cómo se alcanza y se defiende, permitirá enfrentar con éxito esa larga guerra, cuando menos ideológica y cultural, que supone salir del subdesarrollo colonial y neocolonial de Nuestra América, contando con la oposición total del imperio capitalista.
A ello Cuba contribuye, en este mismo instante, con su posición digna ante el acoso del bloqueo económico, financiero y comercial; con su firme reclamación territorial sobre la Base Naval estadounidense enclavada en la estratégica Bahía de Guantánamo y con la denuncia permanente de las diversas maniobras de injerencia en la política interna, incluido el apoyo directo o indirecto al sostenimiento y divulgación de la contrarrevolución mercenaria.
No obstante, hay que hacer mucho más. Hay que demostrar que el socialismo es un sistema sostenible en todas las esferas de la vida social, además de la educación y la salud.
Para este fin, las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos pueden convertirse en grandes oportunidades, si logramos visualizarlas correctamente y emprendemos la renovación de las relaciones económicas teniendo en cuenta la racionalidad y los principios humanistas que deben prevalecer en la economía socialista: obtener riqueza para beneficio del pueblo y garantizar su prosperidad es lo primero.
El pueblo cubano ha luchado denodadamente por principios políticos, su independencia y soberanía política, sin claudicar jamás, a pesar de los enormes sacrificios de muchas generaciones en este empeño, así se ha logrado la sobrevivencia de la nación. Necesitamos ahora, en paralelo, luchar y ganar nuestra independencia y soberanía económica. No es esta última un complemento de la primera, sino, justamente, el fundamento que la avala.
El escenario para la imprescindible independencia y soberanía económica está creado, a través de los distintos convenios económicos y financieros alcanzados con las potencias económicas de rangos varios que existen en el mundo contemporáneo. China, Rusia, los países de la Unión Europea, la Celac, entre otros, componen este universo en el que en la actualidad se mueve Cuba. Esto es sabido, y, juiciosamente, ha sido valorado por el presidente Obama.
El bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba no solo es un fracaso reconocido, cada vez más, por los gobernantes del país vecino; es, por otro lado, un fuerte argumento de muchos otros países, para acercarse a Cuba y fortalecer sus vínculos con América Latina y el Caribe, amén de enfrentar en mejores condiciones políticas la voracidad de la supuesta hegemonía estadounidense.
¿A quién o quiénes les conviene que los Estados Unidos dominen el mundo de forma unipolar? Este es un experimento cuyo momento es hoy “pasado”; no resultó, gracias a George W. Bush. Me atrevo a decir algo más, en los Estados Unidos, la competencia electoral en curso, ha sacado a relucir destellos visibles de una política renovadora que se nombra a sí misma socialista.
Sería muy positivo conocer más de esta tendencia, a través de nuestros excelentes especialistas en política electoral estadounidense. Aseguro que tiene gran interés para los cubanos y cubanas encontrarnos con esos políticos también, como ya lo hemos hecho con un demócrata de la talla del Sr. Obama.
Al fin y al cabo, la visita a Cuba de la familia presidencial, y de Obama a la Plaza de la Revolución —que hasta hoy sigue llamándose igual, donde radica la sede principal del Estado, Gobierno y único Partido político de Cuba— fue hasta anteayer un imposible soñado, que se convirtió, por voluntad política de dos contendientes históricos, en la realidad posible de hoy (¡todavía conmovedora e impactante!). Esperamos que, en el futuro, esta sea la constante que determine la relación entre Cuba-Estados Unidos, y que sea como expresan los versos finales de la Marcha reiteradamente aludida, la “solución que sirva de ejemplo / a aquellos que no tienen compasión / y lucharemos decididos por esta causa hasta la vida/ ¡Que viva la Revolución!”.
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