El pasado mes de noviembre falleció, producto de una grave enfermedad, el reconocido fotógrafo Enrique de la Uz López. Días después un grupo de familiares y amigos se reunieron en la playita situada en 1ra avenida y calle 110, en el municipio de Playa, para despedir sus cenizas, que fueron derramadas en el mar por su compañera de la vida y su hijo.

Para todos los que lo conocieron, Enrique de la Uz fue una persona admirable desde todos los puntos de vista. Padre, esposo, amigo, artista; sencillo, de una modestia ejemplar y auténtica, fue, a la vez, un hombre de la cultura, de las ideas y de las imágenes. Cuando era un joven de veinticuatro años abandonó la carrera de Arquitectura para dedicarse a su gran pasión, la fotografía. Fue un fotógrafo a tiempo completo. Pero no solo gestar imágenes centró su actividad creativa, sino que hizo crítica de cine y de artes visuales en periódicos y revistas. El Caimán Barbudo fue la revista donde mayor participación tuvo con la pluma en la mano.

Durante un lustro a finales de los años setenta e inicios de los ochenta trabajó en el Icrt como jefe de la programación cinematográfica y en otras responsabilidades. Los Estudios Granma lo tuvieron como especialista por casi una década, mientras continuó colaborando con revistas y publicaciones en general. Hizo documentales y videos. Su comprometida vida artística lo llevó a ocupar la responsabilidad de la Sección de Fotografía en la Uneac por varios años. Participó como ponente en eventos teóricos de fotografía y en los primeros Talleres de la Imagen Fotográfica en 1991 y 1993. Fue jurado en numerosos concursos de fotografía y recibió diversos premios y reconocimientos durante su carrera como artista, enumerarlos haría demasiado largo este recuento.

Expuso sus fotografías en más de una decena de países, ya sea en exposiciones personales o en muestras colectivas, siempre en prestigiosos espacios. Su obra fotográfica está recogida en los principales libros panorámicos que se han publicado sobre esta expresión del arte en Cuba. Estamos hablando de una obra madura, caracterizada por la imaginación, la mirada sagaz, el profundo sentido sociológico y los encuadres precisos de toda imagen artística. Quiso el azar que la última exposición, en vida del artista, fuese La imagen sin límites. Muestra antológica de la fotografía cubana, en el Museo Nacional de Bellas Artes (Mnba), su última muestra en vida. Poco antes, entre agosto y octubre, había expuesto una personal en la galería Avenue 25, en San Francisco, E.U, un espacio del reconocido fotógrafo norteamericano Charles Anselmo, quien estuvo también entre el grupo que le dio el adiós a Enrique en la playita de 110.

Realmente no se puede imaginar la historia de la fotografía en Cuba sin incluir a Enrique de la Uz y su obra. Por tal razón lo incluí, con plena conciencia, en la muestra del Mnba ya citada. Estoy hablando de una exposición que representó una colosal operatoria de síntesis: la de representar el devenir de casi 180 años de imágenes y práctica fotográfica en Cuba a partir de 50 fotógrafos. Enrique tenía que estar en esa súper selección con todo derecho. Recuerdo cuando fui a su casa, a finales del pasado año, a seleccionar junto con él las dos imágenes que tendría en el despliegue curatorial. Enrique era todo sencillez, valía la pena, daba gusto tratar con él.

Recuerdo también ahora una conversación que sostuve hace algunos años con su gran amigo, el fotógrafo suizo Luc Chessex, en la que este se refirió muy elogiosamente a la obra y la persona de Enrique. Lo cierto es que él supo cultivar amigos y nos abandona dejándonos con un sentimiento de enorme pérdida. Se fue de la vida ofreciendo un gran legado, su excelente obra artística, a la vez que también deja un referente, una forma de ser, sencilla y original, a pesar de su talento y jerarquía en el arte, que mucho puede enseñar a los creadores más jóvenes, a los que apenas comienzan.