Una primera revisión de la presencia paraguaya en la obra martiana indica que esta es francamente escasa, a pesar de que durante un año y varios meses fue cónsul de la nación sudamericana en Nueva York.
En verdad es muy poco lo que conocemos acerca de ese desempeño diplomático, pues hasta el momento, a diferencia de las cancillerías uruguaya y argentina, en la de Asunción no han aparecido documentos relacionados con esa representación martiana, si exceptuamos su nombramiento por el presidente paraguayo, Patricio Escobar, el 30 de julio de 1890. Tampoco entre su papelería se ha encontrado indicio alguno al respecto y ni siquiera sabemos con exactitud hasta cuándo ocupo el dicho puesto: solo es posible inferir que renunció, al igual que hizo con los otros dos consulados, tras el incidente ocurrido con motivo de su discurso en Nueva York el 10 de octubre del año siguiente luego de la protesta de la embajada española por su discurso anticolonial en esa ocasión.
Por otro lado, no deja de llamar la atención semejante ausencia de lo paraguayo en su enorme obra escrita, dado que desde los años 80 del siglo XIX la región del Plata, especialmente Argentina fue ocupando crecientemente su interés. Es cierto que este era país más atrayente por entonces por su notable desarrollo económico y educacional, que la hacía figura destacada en el capitalismo industrial de la época. Paraguay, a la inversa, aún intentaba recuperarse del desastre nacional que fueron los más de seis años de la cruenta Guerra de la Triple Alianza, que disminuyó su población en términos absolutos, provocó un desequilibrio por sexos hasta entrado el siglo XX y echó por tierra las bases de un desarrollo independiente construidas desde la independencia.
Si a ello se suma la versión negativa sobre el país circulada a partir del gobierno del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia y continuada con sus sucesores Carlos Antonio y Francisco Solano López, visión en que unieron esfuerzos los liberales argentinos y uruguayos con el Imperio de Brasil y la Gran Bretaña, podemos comprender esa ausencia del tema paraguayo en Martí y, sobre todo, sus únicas palabras detectadas hasta hoy acerca del primer gobernante: “el Paraguay lúgubre de Francia”, frase citada una y otra vez como prueba del rechazo martiano hacia el fundador del estado paraguayo independiente .
Desde luego, si observamos el contexto en que Martí entrega ese juicio de indudable sentido negativo, observamos que al calificar de “lúgubre” al período del Dr. Francia, este sale algo mejor parado que quienes le acompañan. La frase está en su discurso en el Liceo Cubano de Tampa, del 26 de noviembre de 1891, y Martí la emplea para cerrar un párrafo elocuente que reafirma la idea de que el objetivo de la república que proyectaba para Cuba libre debía asentarse en el culto a la dignidad plena del hombre como su ley primera. Lo que hace Martí es una comparación con los regímenes de nuestra América a los que no debería parecerse la república cubana.
“¡Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes leales de Cuba, trabajarnos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia!”[1]
El argentino Juan Manuel de Rosas es el peor enjuiciado, sin dudas. Probablemente las lecturas martianas de los textos de enemigos de Rosas como Sarmiento y Mitre hayan contribuido a formarle esta opinión, que, por demás, fue casi absoluta entre la intelectualidad y los políticos liberales del continente. Aún no recibo el alcance pleno del enjuiciamiento como mayordomo, o sea, como criado principal dado al ecuatoriano Veintimilla, tan anatematizado por los liberales de su país como Rosas y Francia. De todos modos, lúgubre es adjetivo sinónimo de triste y sombrío, y se asocia con lo fúnebre, con la muerte. El Dr. Francia no fue, pues, personalidad simpática para el prócer cubano.
Sin embargo, su relación con José Segundo Decoud, al asumir este en 1889 la representación de Paraguay a la Conferencia Internacional Americana convocada por Estados Unidos, nos demuestra en carta suya dirigida a aquel diplomático el elevado interés martiano por entonces de aumentar sus conocimientos sobre Paraguay.
La misiva del cubano, fechada el 10 de abril de 1890 en Nueva York, obedece al deseo de acusarle recibo del libro El Paraguay, de Emmanuel Bourgarde de Dierdy, con dedicatoria del remitente, al que le solicita, además, el envío de más información sobre la nación sudamericana. Y termina así el texto: “Hablando del Paraguay, no es posible escribir un artículo: hay que hacer un canto, puesto que allí las cosas están aún en la época fuerte y nueva del poema. Y ya sé yo quién es uno de los héroes.”[2] Quizás sería desmedido que Martí considerase como uno de los héroes al propio Decoud, una persona a la que había conocido solo unos meses antes.
A lo mejor nunca podremos aclarar a quién se refería de ese modo, pero no debe pasar desapercibido ese criterio de que Paraguay andaba por la época del poema. Los adjetivos “fuerte y nueva”, más ese hablar de “héroes” parecería aludir a una epopeya, el género por excelencia de los pueblos que se fundan, que se inician. Quede esto por ahora como un misterio por elucidar. Mas sí atendamos a ese interés por saber más de Paraguay, lo cual puede ser un indicio de por qué su poca escritura al respecto, y quizás su intención de hacerlo a partir de entonces.
Volviendo sobre el libro de Bourgarde, es interesante apreciar cómo Martí opina en esa carta a Decoud que ese autor, un viajero por Paraguay, concede demasiada extensión a la parte dedicada a la Naturaleza, y le reclama a la que trata la Sociedad por una “pintura viva del carácter genuino, y a mi juicio creador de los paraguayos.”
¿Cómo pudo hacerse semejante idea Martí del carácter de los paraguayos? Que lo considere “creador” es un elogio, como bien sabe cualquier conocedor de la palabra martiana. Estamos así ante otro “misterio” martiano.
José Segundo Decoud fue un destacado político paraguayo, que durante los años 80 y 90 fue ministro en varias ocasiones y ocupó la cartera de Relaciones Exteriores en más de una ocasión. Enviado a la Conferencia de Washington, puede deducirse que pronto hizo amistad con Martí, según se desprende de la primera carta del cubano a él, del 2 de enero de 1890, fecha no muy alejada de su arribo a la capital estadounidense, después de septiembre de 1889.
En ella, el Maestro le acusa recibo de una tarjeta por el año nuevo, le expresa la simpatía que le había tomado, y le manifiesta ser sabedor de “con qué ánimos batalla Vd. por acelerar el porvenir seguro de un pueblo donde el carácter original iguala a la virtud heroica.”[3] También se lamenta por haberle ido a ver a la Quinta Avenida de Nueva York cuando ya Decoud había marchado de esa ciudad hacia Washington.
El 16 de marzo de ese año vuelve a escribirle, ahora desde Washington, donde se desenvolvía la Conferencia Panamericana. Es carta breve, de apenas un párrafo, pero sustanciosa en cuanto demuestra la relación afectiva entre ambos o, al menos, la voluntad martiana de expresarla de ese modo. Dice:
“¿Y me tengo que ir de Washington sin darle la mano? Pero no sin decirle que llevo su retrato conmigo, y con él uno de los pocos consuelos de mi vida que se consume en el anhelo inútil de darse entera al bien de los hombres y de nuestra América. — De lo que pienso no estoy yo orgulloso, aunque Vd. quiera, por la prodigalidad natural en los hombres de gran riqueza, llamarme pensador. Lo que me enorgullece es el afecto de almas tan claras y enteras como la suya. Del ejército de América en que es Vd. persona mayor, es humilde soldado
su amigo cariñoso
José Martí”[4]
Varios puntos se han de destacar de esta misiva. Primero: que la relación entre ambos llegaba hasta la entrega de un retrato a Martí por Decoud. Segundo, la ratificación de entregar su vida al bien humano y a nuestra América, aunque no deja de asaltarnos la pregunta de por qué califica esa intención de “anhelo inútil”, precisamente en los momentos en que estaba empeñado tanto en denunciar la acción expansionista de Estados Unidos hacia el sur mediante lo que se acordase en la Conferencia Panamericana como en deshacer la validación en ese cónclave de la idea de la anexión de Cuba al vecino del norte. Tercero: su rechazo a ser considerado un pensador, calificativo que entiende dictado en Decoud por la amistad. Quinto: el sentirse unido al paraguayo en la causa americana, de la que considera al destinatario en posición superior a la suya, de un simple soldado. Es de notar la metáfora militar empleada —“ejército” y “soldado”—, indicio probable de que Martí no desconocía la posibilidad de que esa causa llegase a ser defendida mediante la guerra.
Estas letras permiten aseverar con bastante certidumbre que, dada esta relación, Decoud estuvo detrás del nombramiento de Martí como cónsul en Nueva York el año siguiente.
De todos modos ha de considerarse que no es desdeñable estimar que Martí quizás hiperbolizaba esa cercanía entre ambos en sus cartas como parte de su estrategia de ganar apoyo entre los diplomáticos de nuestra América, y de sus respectivos gobiernos para evitar las intenciones anexionista hacia Cuba que sospechaba se movían a hurtadillas por la acción diplomática de Estados Unidos.
Durante los largos meses de la Conferencia, Martí menciona a Decoud más de una vez, aunque este no resulta en sus crónicas eje de aquel encuentro como sí lo fueron los argentinos. El 28 de septiembre de 1889, en una crónica sobre la próxima reunión, Martí señala que todavía no había llegado nadie de Paraguay y que se había publicado que el uruguayo Alberto Nin, quien finalmente representó a su nación, llegaría con poderes del gobierno paraguayo.[5]
En otro texto que no data, publicado en El Partido Liberal, de México, el 13 de marzo de 1890, probablemente escrito quince o veinte días antes, que es lo que solían demorar en aparecer su crónicas en ese diario, relata una muestra de dignidad nacional de Decoud. Uno de los delegados estadounidenses expresó en la Comisión de Comunicaciones por Ferrocarriles, de la que formaba parte el delegado paraguayo, que como ese país era pequeño, muy dentro de tierra y pobre no quería entrar en gastos para subvencionar los vapores del Atlántico. Según Martí ocurrió lo siguiente: “Y dicen que se levantó, imponente de figura, el delegado del Paraguay, uno de los padres del Paraguay moderno, el generoso y sensato señor José Decoud, y en párrafos que resplandecían como oro, dijo que al Paraguay le sobraban a la vez el decoro y el dinero y que ‘no se podría prescindir del Paraguay impunemente.’[6]
En otra de sus crónicas, escrita el 18 de abril de 1890, relata cómo en el medio del debate sobre el arbitraje y el derecho de conquista, donde los argentinos se opusieron con fuerza a los estadounidenses, describe así el gesto de Decoud: “…el Paraguay echa atrás la melena revuelta.”[7] Y en ese mismo texto, luego de exponer que un delegado de Estados Unidos afirmó que Paraguay apoyaría el proyecto de acuerdo “porque es pueblo romántico”,[8] Martí concluye que este país, junto a Argentina y Haití, no firmaría el tratado.
El 3 de mayo de 1890, relata la sesión final, en la que persistió la decisión latinoamericana de no firmar acuerdo alguno, a pesar de los argumentos al pleno del secretario de Estado estadounidense, James G. Blaine, el artífice de la reunión panamericana, en cuanto a admitir el derecho de conquista al menos por veinte años. Allí Martí expresa la cercanía entre Bolivia, que se hallaba “crispada”, y Paraguay, “cosido a Bolivia”. [9] Curiosa manera de referir el mutuo apoyo entre dos países que habían sufrido no mucho tiempo atrás la conquista de territorios suyos por parte de sus vecinos.
Todo lo contrario respecto al Dr. Francia resulta la apreciación del Maestro sobre Jose de Antequera, el pesquisador judicial devenido líder de la revolución de los comuneros del Paraguay, que fuera ejecutado por ello en 1731.
En su discurso a los delegados a la Conferencia de Washington, en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, el 19 de diciembre de 1889, comenta las luchas precursoras de la gesta independentista, menciona cómo “el glorioso criollo” “cae bañado en sangre, cada vez que busca remedio a su vergüenza, ni más guía ni modelo que su honor”, “o muere, como el admirable Antequera, profesando su fe en el cadalso de Paraguay, iluminado su rostro por la dicha.”[10]
Años después, en su medular discurso sobre Bolívar en la misma institución neoyorquina, el 28 de octubre de 1893, dice de aquel prócer: ·”Pase Antequera, el del Paraguay, el primero de todos, alzando sobre su cuello rebancado la cabeza…” Ese mártir de la libertad americana era para el Maestro prueba de que la gesta independentista del siglo XIX “venía de un siglo atrás sangrando”, ni de Rousseau ni de Washington.[11]
En esa misma pieza oratoria, menciona antes a la hija de Juan de Mena, a la que identifica como “la brava paraguaya, que al saber que a su paisano Antequera lo ahorcaban por criollo”, se quitó el luto por el marido y se vistió de gala, porque había que celebrar cuando un hombre bueno moría gloriosamente por su patria.
Otras contadas observaciones acerca de cosas paraguayas nos indican que la mirada antropológica y cultural martiana sobre nuestra América no excluyó al país austral. Por ejemplo, en un cuaderno que tituló ·”Voces” copió la palabra chipa, pan popular del Paraguay, hecho de harina de mandioca, queso y huevos. Como el francés, en figura.”[12]
En el Cuaderno de apuntes 14 recoge la voz caledonia, “Baile popular (Las Caledonianas de Escocia introd. por Mme. Lynch) en Paraguay.”[13] Y en el cuaderno 20 copia carpas, “tienda de campaña, de lona o estera, de los indios mansos del Paraguay. —“[14]
En el cuaderno número 14, no sabemos con qué objeto, apuntó dos anécdotas referidas al vestuario. Una, trata de un hombre llamado Bedoya, que se presentó en una fiesta de iglesia con un traje de etiqueta de seda blanca y sombrero alto de fieltro. Y a continuación recoge la de otro paraguayo que “fue a saludar a unos viajeros con calzones de merino verde.”[15]
Finalmente, en el artículo titulado La Exposición de París, en el número 3 de su revista La Edad de Oro, en 1889, les habló a las niñas y niños de su América del pabellón paraguayo, y lo describe con la “torre de mirador, con las ventanas y puertas como de nación de mucho bosque, que imita en sus casas las grutas y los arcos de los árboles.”[16]
Algunos enigmas, como se ha visto, circulan por las referencias de Martí a Paraguay y su gente, muy pocas menciones si las comparamos con sus menciones y conocimientos de otros países de nuestra América, como aquellos en los que residió: México, Guatemala, Venezuela. Mas no hay duda alguna que no ignoró a ese pueblo tan alejado de su alcance inmediato, del que se planteó comprenderlo mejor, y al que sirvió seguramente de corazón desde su condición de cónsul en Nueva York.
[1] Martí, José. Obras completas, La Habana, 27 tomos, 1963-1965, t. 4, p. 270. En lo adelante OC, el primer número correspondiente al tomo y los siguientes a las páginas.
[2] OC, 8, 48.
[3] Epistolario José Martí. La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. II, p. 182. En lo adelante EJM, el tomo y las páginas.
[4] EJM, II, 189-190.
[5] “El Congreso de Washington.” OC, 6, 33.
[6] “La Conferencia de Washington.” OC, 6, 79.
[7] “La Conferencia de Washington.” OC 6, 87.
[8] OC, 6, 100.
[9] “El Congreso de Washington.” OC, 6, 104.
[10] OC, 8, 137.
[11] OC, 8, 244.
[12] OC, 8, 122
[13] OC, 18, 348.
[14] OC, 21, 347.
[15] OC, 21, 348.
[16] OC, 18, 422.
Deje un comentario