Para también morir de cara al sol


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Un artículo de la doctora Graziella Pogolotti, tomado de Juventud Rebelde y publicado en Granma el 11 de mayo, bajo el título Morir de cara al sol, tal vez deba ser la llama que encienda nuestra conciencia como cubanos para luchar contra el fenómeno de desnacionalización que estamos sufriendo en los últimos años, con el fin de desarrollar el país por las vías del turismo. Recuérdese la persistencia de la imagen del Che en cuanto objeto turístico existe.

Vivo en La Habana Vieja, así que fui una de las víctimas del cierre de algunas de las arterias principales para llegar a este municipio ante la filmación de la película Rápido y furioso y la Pasarela de Chanel, en el Prado. Estoy completamente de acuerdo con lo que al respecto plantea esa defensora de la cubanía que es la doctora Pogolotti, sin embargo hay otros asuntos que me preocupan mucho más y que ni tan siquiera harán al país recibir una decorosa o no remuneración económica.

El primero de ello lo aborda también la ensayista cuando se refiera a: “La llegada del primer crucero norteamericano, según la difundiera nuestros medios informativos, fue acogida por una coreografía propia de cabaret más que de un espacio público: las muchachas portaban un brevísimo vestuario hecho con la bandera nacional”.

A raíz de la “normalización” de las relaciones con los Estados Unidos, una avalancha de banderas norteamericanas se ha apropiado de los llamados almendrones, bicitaxi y otros vehículos particulares, además de aparecer en el vestuario de hombres, mujeres y hasta niños. Sé que no estamos en tiempos de “prohibir”, utilizando la fuerza, pero sí de “con-Vencer” y una de las formas sería haciendo una cruzada a través de los diferentes medios de comunicación para tratar de concientizar a los cubanos que insisten en divulgar consciente o inconscientemente, una bandera, que no es la nuestra. Viene a mi mente el poema de Bonifacio Byrne, repetido por Camilo Cienfuegos Mi bandera, “No deben flotar dos banderas, donde basta con una, la mía”. No estoy en contra de ver mi bandera en ropas, carteras, platos, cucharas, etc., no se puede ir en contra de los nuevos tiempos, pero tampoco creo en los que prefieren convertir la bandera en un trapo, como ejemplifica la doctora con el hecho anteriormente citado. Este es un asunto que debemos debatir una y otra vez, hasta el cansancio para no hacer realidad la frase atribuida a Máximo Gómez, los cubanos o no llegan, o se pasan.

Para llegar a la casa tengo que atravesar el Parque Central, y a fuerza de costumbre, ya no me molesta la peña deportiva que se apropió del sitio y que algunas instituciones como el Instituto Cubano del Libro, aprovecharon para presentar títulos que tuvieran que ver con esa temática, sin embargo, varias veces se prohibió poner música porque se ponía en peligro la estatua del mártir, específicamente la mano que podía desprenderse por las ondas sonoras. Ahora uno pasa por este parque y se encuentra con una peña musical “extraña” en la que cubanos y extranjeros bailan y no precisamente al compás del son, me pregunto ¿y la estatua de Martí y su mano extendida ya no corre peligro de caer ante la avalancha no solo del ruido, sino de mal gusto y vulgaridad?

En estos días escribo un libro titulado El arte de ser cubano junto a mi amigo el pintor Beltrán y hago un obligado panorama de la música en Cuba, mi nuera Jennifer, que tiene 18 años y se graduó del Preuniversitario, y hoy es gastronómica, no conoce a Pello el Afrocán, ni al Mozambique, ni a Enrique Jorrín y el Chachachá, ni mucho menos al danzón nuestro baile nacional, conoce a Silvio Rodríguez, por la gira que dio por los barrios. Me preocupé tanto que acudí a preguntar en el Ministerio de Educación Municipal, si los niños no daban en secundaria y preuniversitario Educación musical, la repuesta fue: “No, no hay maestros”, sé también que la escuela de Instructores de arte hace varios años que no abre sus puertas, llegar a la ENA y al ISA es más que una travesía mágica y muchos talentos se quedan en el camino.

¿Qué país queremos vender al turismo? Nuestros jóvenes gastronómicos, choferes, carpinteros, médicos, universitarios, no conocen nuestras raíces musicales. Acaba de morir Maité Vera, viene a mi mente Al compás del son, la que tal vez fuera su mejor novela, asesorada por ese gran musicólogo cubano que fue Helio Orovio. La novela ayudó al pueblo a sentir orgullo de su música. ¿Pasará ahora cómo cuando murió Muñoz Bach, que la televisión cubana se quedó sin quien adaptara novelas de lo mejor del patrimonio literario para su espacio televisivo? ¿Tendremos que conformarnos con la negativa de: “No hay presupuesto”, “No hay Maestros” y seguir enterrando la historia de un país que se adueñó del mundo a través de su música?

Seriamente todos debemos acudir al llamado de la Patria, si se trata de salvar nuestro patrimonio nacional; el periódico, publicando artículos como los de la doctora Pogolotti; el ICL- este año que se conmemora el aniversario 130 de la abolición de la esclavitud en Cuba - novelas como las de Morúa Delgado, Caniquí de José Antonio Ramos,  Sab de la Avellaneda, entre otras, además de libros sobre el béisbol y otras manifestaciones deportivas como en los últimos años se ha hecho con la vida de Enriquito Díaz, el hombre récord de la pelota cubana, o con El alma en el terreno, El Señor pelotero, etc., o de temática musical que deben ser mejor promovidos.

Y la televisión que hace años empezó una cruzada bien justa contra la homofobia debe plantearse en primer lugar, el rescate de la cubanía, y llegar a ese público desprotegido de adolescentes que luego de ver Rápido y furioso, no piensa en otra cosa que en salir en un carro, con la bandera americana a “comerse el mundo”.


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